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El Estado Vaticañol

Javier Gallego

España está “vaticanizada”, si me permiten el palabro. Seguimos siendo una provincia del Imperio romano, mal que nos pese a los infieles, y nos parecemos tanto en la corrupción moral y monetaria y en el despilfarro ostentoso a la Santa Sede que habría que rebautizar al Estado español como Estado Vaticañol.

El Estado Vaticañol, como les decía, es una provincia vaticana. Prueba de ello es que esta semana parecía que la COPE tenía espacios publicitarios en gran parte de los medios. Y encima gratuitos. La Iglesia sabe muy bien cómo vivir de otros, de eso no hay duda. Hay que felicitarles por su espléndida campaña de marketing. No niego que la elección de un Pontífice es noticia de relevancia planetaria pero no me negarán que en España ha habido un trasiego de alzacuellos afines y sometidos a la cúpula de la Iglesia muy superior al de sacerdotes y creyentes críticos con este circo papal. Ya les digo: estamos vaticanizados.

El caso es que la Santa Sede consigue que sigamos dándole bola a una de las instituciones más intolerantes, retrógradas, represivas y corrompidas del llamado primer mundo. Si no representasen a una religión sino a un partido político, muchos medios se cuidarían de hablar tanto de una organización con tintes tan fascistoides (no digo fascistas, que me crucifican). Pero como es una religión que profesan millones, cuela. Lo que no cuela es que el Vaticano tenga nada que ver con la doctrina de Cristo. Lo dice un creyente que salió tarifando de la Iglesia y de la fe por todas estas contradicciones. Ojalá lo vieran más católicos y se rebelaran contra su cúpula porque su sumisión la pagamos todos.

Sí, en el Estado Vaticañol, el sometimiento de la mayoría de los católicos a una institución tan poco ejemplar, la pagamos de dos maneras. Una, con una intromisión constante de la Conferencia Episcopal en la esfera pública, en la moral colectiva, en los centros de poder, en el Estado y en la Educación. Dos, la pagamos cada uno de nosotros con nuestros impuestos. Cada vez que un católico decide marcar la casilla de retribución a la Iglesia, nos está quitando dinero a todos para dárselo a una empresa privada a la que muchos no profesamos devoción alguna. No somos un Estado aconfesional, somos un Estado vaticañol, insisto.

No es peccata minuta, precisamente, la minuta que le pasamos a la Iglesia Católica. En torno a 250 millones de euros al año (el 25% de su recaudación). Solo entre 2007 y 2011, los angustiosos años de la crisis en los que a todos los sectores se recorta, la Conferencia Episcopal se ha llevado un pico de 1240 millones de euros. Y eso que en los acuerdos del Estado Vaticañol y la Santa Sede de 1979 se dice explícitamente que “la Iglesia católica declara su propósito de lograr por sí misma los recursos suficientes para la atención de sus necesidades. Cuando fuera conseguido este propósito, ambas partes se pondrán de acuerdo para sustituir los sistemas de colaboración financiera (...)”.la Iglesia católica declara su propósito de lograr por sí misma los recursos suficientes para la atención de sus necesidades Pues ya va siendo hora, por dios.

Si la Iglesia no se autofinancia, no será por lo que gastan en impuestos inmuebles. Resulta especialmente sangrante que nos sangre una organización que está exenta de pagar por los cerca de 100.000 edificios que tiene a su nombre, según datos del historiador Stanley G. Payne que ha estudiado esta cifra que la misma Conferencia Episcopal no revela. Ya podrían dar cobijo a las miles de familias desahuciadas. Claro que también están exentas fundaciones de partidos y sindicatos. Comparten privilegios, comparten nuestro dinero y comparten unos lazos que ninguno de los dos principales partidos, ni siquiera los mal llamados socialistas, han roto en más de 30 años de democracia.

Y esto nos lleva a la segunda parte de la triste vaticanización de nuestra realidad. La curia romana y la curia política española no se separan porque son gemelas, igual de podridas, igual de conspiradoras. Mientras las fumatas vaticanas tapaban en parte lo que pasaba en nuestro país esta semana, de las sedes del PP y PSOE salía un nauseabundo humo negro con el que tratan de ocultar sus miserias.

El PP maniobra estos días a través de la Fiscalía Anticorrupción y el juez Ruz para quitarle el “caso Bárcenas” al temible (para ellos) juez Bermúdez. Quieren evitar que prospere la querella de IU y conseguir que el asunto pase al tribunal de Ruz donde todo ha de pasar por los abogados del PP y donde la causa puede eternizarse hasta que prescriban muchos delitos, como han contado el director de este periódico y Gonzalo Boye en sendos artículos de lectura obligatoria. Quieren desactivar la bomba en los tribunales. A qué si no tanto interés de la Fiscalía por anular a un juez. El Gobierno vaticañol conspira para tapar su vatileaks particular.vaticañol vatileaks

Y mientras, el PSOE se consume en su propia hoguera. No habían apagado aún el fuego de Ponferrada donde pactaron con un acosador, cuando la fiscalía pide la imputación de José Blanco por prevaricación y tráfico de influencias. Ni el sospechoso ex ministro, ni Óscar López, culpable de permitir la lamentable maniobra ponferradina, han dimitido, aunque al PSOE le falta tiempo para pedir la dimisión de adversarios por asuntos similares. En Ferraz, como en Génova y como en Roma, la degeneración se esconde y la curia cierra filas en torno a sus escándalos sexuales y financieros.

No hay redención posible para estos dos partidos como no la hay para la podrida curia romana que ha elegido a un Papa sospechoso de haber colaborado con el régimen de Videla en el robo de niños y el secuestro de dos jesuitas rebeldes y progresistas. En la puerta del Vaticano, en la de Génova y Ferraz y en la frontera del Estado Vaticañol, deberían colgar la misma leyenda que puede leerse a la entrada del infierno de la “Divina Comedia” de DanteDivina Comedia“: ”Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza“.

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