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Lo que la victoria de Trump esconde

J. Ignacio Conde Ruiz

La Victoria de Trump no es un hecho aislado, o un fenómeno extraño. En Europa estamos asistiendo a fenómenos parecidos: el Brexit, la aparición de partidos mayoritarios de extrema derecha en muchos países… Aunque nos parezca un personaje deleznable, la realidad es que Donald Trump se va a convertir en el 45º Presidente de los EEUU. Lo mejor que podemos hacer es entender por qué ese discurso rancio y mentiroso ha sido capaz de convencer a más de 50 millones de norteamericanos, para evitar que estos fenómenos acaben trasladándose a Europa.

Estamos ante una revolución o un cambio de modelo económico, que afortunadamente, hasta la fecha se está manifestando en las urnas y no en enfrentamientos sociales. El cambio hacia la economía digital (o la llamada cuarta revolución industrial) y la globalización económica generan muchos efectos positivos sobre el crecimiento y el bienestar en su conjunto. No obstante, no podemos obviar que también están generando un fuerte aumento de la desigualdad de la renta, donde al igual que sucedió en otras revoluciones industriales, hay muchos trabajadores que se están viendo desplazados de sus puestos de trabajo tradicionales. Mucha gente siente angustia e inseguridad ante el futuro, no saben cómo va a devenir su vida, en que podrán trabajar y cuáles serán sus medios de subsistencia. Ven cómo la tecnología va reemplazando muchos trabajos que antes hacían ellos, y que la supervivencia implica trabajar más por menos para poder competir en una economía cada vez más globalizada. Al mismo tiempo, los gobiernos y las instituciones que se supone deberían protegerles y ofrecerles la seguridad que calmará sus miedos, no están siendo capaces de ofrecer respuestas rigurosas o soluciones efectivas. Si a esto le unimos que en muchos casos los votantes tienen la percepción de que les están robando a través de los casos de corrupción, parece lógico que una parte de la ciudadanía desconfíe de la clase política tradicional, que parece preocuparse únicamente de su propia supervivencia.

La combinación de incertidumbre y miedo al futuro unido a un sistema político que ha fallado a sus ciudadanos, ha permitido que Trump haya apelado a una de las necesidades básicas de los individuos, la necesidad de seguridad, lanzando mensajes muy simplistas: traer los empleos de vuelta a los Estados Unidos, cerrar las fronteras a los inmigrantes, proteger nuestros productos, etc… Soluciones simples que claramente han calado en el electorado, pero que no soportan el mínimo razonamiento económico. Veamos las medidas principales, una por una:

"Hay un flujo continuo de entrada de inmigrantes en los Estados Unidos y los ciudadanos de aquí pierden sus empleos". Trump propone una política migratoria muy restrictiva, limitando la inmigración e incluso expulsando a millones de inmigrantes a sus países de origen. Existe evidencia múltiple de que, tanto en Europa como en EEUU, los trabajos que realizan los inmigrantes no son los mismos que los que realizan los nativos; es decir, inmigrantes y nativos son fuerzas de trabajo complementarias, no sustitutivas. De tal forma que expulsar y frenar la entrada a millones de trabajadores inmigrantes no va a hacer más que subir los costes laborales en Estados Unidos, con efectos negativos sobre la competitividad, el empleo y la inflación.

"Hay que restringir el libre comercio para mantener puestos de trabajo en Estados Unidos" o "Tenemos que repatriar los trabajos que China nos ha estado robando". Trump propone medidas proteccionistas para proteger a la industria manufacturera, es decir, fijar aranceles a las importaciones para aumentar su precio en el mercado americano. Es fácil prever la reacción de China ante una medida así: si EEUU pone aranceles a China, pues China se los pondrá a los productos estadounidenses, de forma que aunque en el corto plazo pueda ayudar a las empresas norteamericanas menos competitivas, va a resultar muy negativo para las grandes empresas exportadoras estadounidenses y más avanzadas tecnológicamente. Pero el comercio internacional no es un juego de suma cero (lo que yo gano, lo pierdes tu), sino que si cada país se especializada en lo que mejor se le da (aquello en lo que tiene una ventaja competitiva) y se intercambia, entonces todos estamos mejor. Por no decir, que las cadenas de producción están completamente internacionalizadas, por lo que es posible que este proteccionismo podría incluso terminar dañando a la propia industria que aspira a proteger.

"Los chinos se han inventado el concepto de calentamiento global con el fin de hacer que la fabricación de EEUU no resulte competitiva". Trump propone no firmar los acuerdos internacionales para evitar el cambio climático, frenando así el avance de las energías renovables, pues alega que el cambio climático un invento de los chinos para obligar a la industria americana a producir más caro y ser menos competitiva. A estas alturas no creo que nadie ponga en duda el calentamiento global y el efecto pernicioso de la producción con energías intensivas en carbono (petróleo o carbón). Dar pasos hacia atrás en este tema nos llevará a un mayor calentamiento global con las consecuencias nefastas sobre el planeta que ya todos somos capaces de anticipar. Trump propone seguir manteniendo un uso intensivo de las energías más contaminantes, aunque con ello se lleve el planeta por delante.

En resumen, todas estas soluciones que Trump ha propuesto recurrentemente en su campaña, se venden bien electoralmente, pues son mensajes simplistas que se explican fácilmente y parecen tener cierta lógica, aunque las consecuencias de ponerlos en práctica sean completamente lo opuesto de lo deseado. Es puro populismo pues si finalmente se llevan a cabo, el bienestar de todos los ciudadanos, incluidos muchos de los votantes de Trump, empeorara.

Existe un riesgo real de que este populismo siga cobrando fuerza en Europa. Aunque Europa cuenta con un estado de bienestar más desarrollado que Estados Unidos, no se puede negar que muchos ciudadanos están experimentando esos mismo sentimientos de angustia e incertidumbre hacia el futuro. De hecho, muchos mensajes lanzados por aquellos a favor del Brexit, y que a posteriori hasta los propios políticos reconocieron que eran falsos, no distan mucho de los mensajes de Donald Trump.

Todos los avances tecnológicos que hemos experimentado en el pasado, si bien despertaban recelos iniciales han terminado mejorando las condiciones laborales de todos los trabajadores. Sin embargo, aunque el efecto total sea positivo, lo cierto es que durante el proceso de cambio aparecen ganadores y perdedores. Perdedores son aquellos trabajadores que se están viendo o se van a ver desplazados hacia otros sectores o cuyo trabajo puede desaparecer pues la tecnología los reemplaza. La revolución digital, como las anteriores revoluciones tecnológicas, supone una trasformación de empleo, pero no necesariamente una destrucción del mismo.

La conclusión es que no podemos abandonar a su suerte a los perdedores de esta gran transformación económica que estamos sufriendo. ¿cómo? En algunos casos, será clave reciclar a los trabajadores de los sectores afectados para que puedan adaptarse a los cambios tecnológicos. En otros casos, cuando no sea posible mejorar la formación del trabajador, bien porque sea ya muy mayor o bien porque tenga unas habilidades imposibles de reciclar en la nueva economía digital resultará necesario dotarles de recursos para evitar que caigan en la pobreza, como por ejemplo, algún tipo de renta básica. En definitiva, la solución pasa por mejorar la redistribución –bien con programas de apoyo a la renta o con políticas activas de formación que realmente funcionen– desde los ganadores de la nueva economía hacia los perdedores.

Este es un debate que los políticos tradicionales no están sabiendo abordar. Los partidos de la derecha, por un lado, lo fían todo al mercado sin entender que en muchos casos la asignación final de recursos resulta muy desigual, dando lugar a la aparición de trabajadores que se encuentran totalmente abandonados. Por otro lado, los partidos de la izquierda más extrema pretenden culpar al mercado de la mala asignación de los recursos y únicamente saben proponer alternativas de planificación económica, que sabemos han fracasado estrepitosamente allá donde se han intentado y por ende no resultan creíbles. Finalmente, los partidos socialdemócratas, que siempre se han preocupado por la igualdad de oportunidades, no están sabiendo adaptarse a la nueva realidad y no se han dado cuenta que sus recetas tradicionales no resultan suficientes para resolver los nuevos problemas que se presentan en esta nueva economía global y digital.

La solución pasa por comprender que cuando el mercado funciona correctamente, lo mejor es interferir lo menos posible, pero que ello no significa no hacer nada. Hay que utilizar la política económica para corregir las desigualdades que el mercado está generando, vía educación y políticas activas de formación y reciclaje profesional orientadas a la economía digital y políticas de redistribución de renta de los ganadores hacia los perdedores. Esta es la única solución posible, pero seria triste llegar a ella tras años de intentar medidas populistas fallidas que nos hagan retroceder al pasado.

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