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Adolescencia digital

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Cada vez surgen voces más cualificadas y críticas sobre el acceso, sin ningún tipo de criterio, a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) de los adolescentes. No se trata de criminalizar de forma genérica y abstracta a las TIC, sino de tener en cuenta a esta población joven en una fase especialmente delicada de su formación.

Parece que el debate público se ha encasillado en un dilema, a mi juicio erróneo, entre “prohibir el uso de las TIC” o “prohibir su prohibición”. Las TIC han penetrado de tal forma en la vida de estos jóvenes que lo más sensato es el planteamiento de políticas formativas y de acompañamiento que no solo formen sus aptitudes, uso instrumental o utilitarista, sino sus actitudes críticas frente a este paradigma tecnológico y social. Es necesaria una capacitación tecnológica, qué duda cabe, pero teniendo en cuenta que no es la más importante por mucho que sea la más común y promocionada hasta ahora, en parte por el interés de las grandes tecnológicas y la expansión de su negocio, aunque es la que deja más indefensos en su uso a los adolescentes. La más importante y la más desatendida en este binomio formativo es la que se refiere a trabajar la capacidad crítica a la hora de enfrentarse a este paradigma donde se fomente la reflexión y la no aceptación de “cualquier cosa o acto” que las TIC propongan, aparentemente de forma casual.

Aunque de lo que se trata es de proponer pautas para una “educación digital” dirigidas a estos adolescentes, no conviene perder de vista la responsabilidad de las grandes tecnológicas que diseñan sus productos pensando en sus beneficios, en vez de tener en cuenta si su utilización es perjudicial o no para los adolescentes. En EE.UU. se ha formado una coalición de 41 estados, para denunciar a la corporación de redes sociales Meta por diseñar Instagram y Facebook de manera “dañina y adictiva” para los menores de edad. Es interesante también, el texto de la matemática Cathy O’Neil, referido al problema de los algoritmos, titulado “Armas de destrucción matemática”.

La “educación digital” que se propone debe formar parte del currículo y de la enseñanza que los adolescentes reciben de forma reglada, de tal forma que la adquisición y uso de cualquier artefacto digital, debe ir acompañada de una cierta madurez contrastable en su “educación digital” basada en principios enfocados de manera crítica sobre este paradigma tecnosocial:

A. Educar con una visión donde se trabaje el autocontrol para saber poner límites al uso de las TIC, en el tiempo y en el espacio. Asimismo, hay que crear la conciencia de que a la red se va “para algo” tiene que haber un fin consciente que justifique su estancia en ella. La red es un artefacto, aparentemente inteligente, pero el que debe dirigir el proceso de estancia es la persona no el artefacto. Sin un sentido claro y consciente de esto se entra en un proceso de dispersión cognitiva donde al final no se sabe ni para qué, ni por qué, se empezó la navegación en la red.

B. Promover habilidades y pautas para saber distinguir la calidad moral y epistemológica de cualquier fuente a la que se dirijan en búsqueda de conocimiento, diversión, comunicación, etc. Es decir, saber navegar por la red con un criterio que les oriente de forma inteligente y emocional.

C. Profundizar en un principio de la responsabilidad que les haga entender la trascendencia (legal, ética, económica, etc.) de sus actos digitales, tanto para ellos como para los demás. El ser humano, especialmente cuando es joven, siempre está más predispuesto a manejar instrumentalmente estas tecnologías, como si de un juguete se tratase, que a responsabilizarse de su uso.

D. Formarles en una cultura de la cooperación y del trabajo en red, mediante proyectos concretos, algo muy importante no solo desde el punto de vista de los diversos proyectos sociales que se aborden, sino incluso desde el punto de vista de la competencia profesional, teniendo en cuenta que el trabajo en equipo es una forma de organización social y profesional cada vez más valorada.

E. Resignificar el concepto de “Sociedad del Conocimiento” como el idóneo para expandir el conocimiento sin discriminaciones, en una democratización del saber. Algo que incide, no solo en la formación del joven, sino en aspectos jurídicos donde se debe dar un nuevo sentido menos restrictivo y más democrático a la propiedad intelectual, actualmente basada en leyes “ad hoc” que dificultan ese acceso al conocimiento.

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