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Y ahora, ¿quién juzga a los jueces?
Y ahora, ¿quién juzga a los jueces?
Y de paso, ¿quién juzga a quienes los sentaron en sus sillones? Porque los ciudadanos españoles asistimos atemorizados a la existencia de un Tribunal Constitucional que ha acabado por instituirse en un órgano autorreferencial. De modo que en el affaire sobre su renovación, a sus jueces miembros les ha correspondido, en una especie de mise en abyme, la última palabra a la hora de juzgar sobre sí mismos. Paradójicamente, este hecho ha propiciado el desacato al tal tribunal, por quebrar su propia lógica de celador de la Constitución ignorando los principios básicos de imparcialidad y ética deontológica. Esto resulta bien anómalo, ya que ni siquiera el ser autorreferenciado por excelencia como es el mismo Dios podría permitirse ser ilógico, deshonesto o inmoral sin provocar la aniquilación de su propio concepto. Y, como digo, a los ciudadanos nos ha entrado de repente mucho miedo.
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