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La fragilidad política

3 de abril de 2024 20:36 h

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El siglo XXI ha renunciado al proletariado, los trabajadores no tienen conciencia de clase, de clase trabajadora, se consideran profesores, médicos, fontaneros o funcionarios, no asalariados, han descontextualizado su origen, convirtiéndose en una masa empobrecida, adormecida intelectualmente y han renunciado a la lucha por reivindicar derechos como una vivienda, un trabajo que les proporcione una vida digna y la posibilidad de conciliar la vida familiar con la laboral, han llegado al extremo de renunciar a la paternidad o la maternidad ante la imposibilidad de poder mantener a sus hijos, tal es la voracidad del sistema neoliberal que está asolando la cultura occidental. Es lo que algunos pensadores de izquierda, no de la izquierda al uso claro, ha llamado el fascismo democrático.

Un sondeo en Cataluña del Centro de Estudios de Opinión, en una encuesta de febrero sobre valores, revela un sorprendente dilema generacional: la población comprendida entre los 16 y los 49 años prefieren la prosperidad económica a un sistema democrático, mientras que a partir de los 50 valoran la libertad por encima del bienestar material.

El sistema político mundial está bajo la batuta de unos pocos que lideran las políticas de extensas zonas del planeta, les da igual que sus sistemas de gobierno sean dictaduras o democracias, monarquías o republicas. Estados Unidos, Rusia y China ordenan y el resto con mayor o menor docilidad se pliegan a esa tutela neoliberal que empobrece cada vez más a los países y alienan a sus ciudadanos. Nunca la política ha estado tan sometida al vasallaje del sistema tecnológico y por ende del poder financiero; las grandes plataformas de las redes sociales, la inteligencia artificial, ejercen hoy en día un poder tan impredecible que contribuyen a derrocar gobiernos o a eliminar liderazgos.

Los Orbán, Meloni y Salvini, Jaroslaw Kaczynski, Strache Jussi, Halla-aho, Akesson, Primdahl Vistisen, Santiago Abascal, André Ventura, Adam Walker o Marine Le Pen, tienen sus homólogos en cada uno de los continentes y todos están al servicio de alguno de estos patrones del gran capital. Biden o el que lo sustituya, Putin o su heredero, Xi Jinping o quien decida en su momento el Comité Central del partido comunista chino. Por eso la guerra de Gaza o la de Ucrania o los innumerables conflictos de África, la continua desestabilización de los países sudamericanos, el más reciente quizás el de Argentina, continuaran mientras el gran capital tenga intereses que defender en cada una de estas áreas geográficas y mientras tanto Europa languidece, cada vez más dependiente de EE.UU.

El sufrimiento del ser humano, como consecuencia de estas políticas, es cada vez es más irrelevante hasta el punto de considerarlos daños colaterales de la barbarie. Es la geopolítica, estúpidos, es la lógica de las políticas neoliberales que siempre colocaran en el centro de su pensamiento las ganancias materiales, por eso debemos luchar para que vuelvan las políticas que pongan en el eje de su acción al ser humano, para eso nacieron, crecieron y se consolidaron las izquierdas a lo largo del siglo pasado y no para subordinarse, por mucho que habite entre nosotros, ya sea por acción o por omisión al capital, ese es el riesgo que corremos los ciudadanos que habitamos este siglo y el reto de la izquierda debe ser el de impedirlo.

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