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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Ni con unos ni con otros

Marcelino Cotilla Vaca

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Supongo que salir del coro de grillos que cantan a la luna, como decía el poeta, sea la luna que sea y del planeta que sea, no es útil para ningún medio de comunicación. Tampoco para www.eldiario.es, que me ha vetado los dos últimos artículos.

El primero de ellos, el referido a la abstención responsable, un gesto profundamente político heredado de Antonio García-Trevijano, el mismo e incombustible repúblico (que no republicano) convencido, quien en 1977, cuando, encerrado en la cárcel de Carabanchel como preso político, a instancias del exministro franquista Fraga Iribarne y del mismo Felipe González, que debía sacrificarlo para escalar al poder, tuvo que escuchar a un juez que fue a leerle las acusaciones:

- Está usted detenido por un atentado contra el gobierno de España.

- ¿Ve cómo usted no entiende nada, señor juez? -le espetó el notable jurista. A lo que añadió:- Yo estoy acusado por un delito contra el Estado.

Esta anécdota, y la incomprensión del democratiquísimo derecho a la abstención, que tanta gente, partidista o de parte, desprecia, ilustran la ignorancia de quien a uno lo creen ignorante, pasota, irresponsable o sin derecho a opinar por ese gesto cargado de profundo sentido político. Los repúblicos nos plantamos cada convocatoria electoral (yo lo hago desde que, escapando de otro país oprobioso, decidí regresar a España en 2016 antes de que este también estuviera al mismo grado de oprobio) y rompemos la papeleta delante de la urna, proclamando que en España no hay democracia, que no podemos elegir a nuestros representantes por culpa de un sistema monárquico-oligárquico de partidos y de listas cerradas. Ejercemos con conciencia nuestro derecho (tan digno y respetable como el contrario) a no votar.

El segundo artículo se refería a la opición personal de un extremeño admira que solo en el País Vasco y en Cataluña hayan quedado los últimos vestigios de la izquierda real. Sí, en BILDU y en ERC. También en Ada Colau, claro, pero de modo casi pírrico. Supongo que decir eso puede generar polémica. Supongo que BILDU está también proscrito para muchos bienpensantes izquierdistas que, sin embargo, aceptan que un partido de derechas como el PP o uno de supuesta socialdemocracia, ligados en sus sendos pasados a la represión franquista o al terrorismo de Estado de los GAL (por los que nunca se disculparon como sí ha hecho BILDU), se presenten sin problemas a unas elecciones supuestamente democráticas, aunque luego no los voten (otra cosa es que los acepten como posibles socios de gobierno, ¿verdad?).

Porque el “donde dije digo digo Diego” es el verdadero lema de la izquierda desde el posibilismo carrillista de 1977. “No vamos a pactar con un partido que se ha vendido a las grandes corporaciones”, decía Iglesias, en las inmediatas postrimerías del 15-M, aprovechando la tajada política y erigiéndose, al más puro estilo estalinista, en supuesto defensor de aquella lucha, para luego, años después pactar impunemente con el poder que decía combatir.

En mi segundo artículo aludía a la tesis de como el posibilismo de la izquierda es solo comida para hoy y hambre para mañana. Solo una decidida postura antisistemática y fuertemente republicana, de lucha en las calles como las de BILDU y ERC pueden dar a la larga mejores resultados. Claro, ello no concuerda con el deseo irrefrenable de los sillones. Eso en España se llama anarquismo (y a los poderes fácticos les rima con terrorismo) y en Francia moneda común sindical, democracia y derecho republicano: sí, los sindicatos en Francia van todavía contra el poder político, algo inconcebible para un españolito de a pie. A las pruebas me remito. Vean la edad pensionable de Francia y la de España. Miren luego cómo protestan. Vean la cantidad de diputados y concejales de BILDU y ERC donde se han presentado. Miren el resto de la supuesta izquierda que apela a la unión, deslavazada después de haber renunciado al pacifismo, al reconocimiento de la independencia del Sáhara, al derecho internacional en la valla de Melilla, a la defensa de los trabajadores autónomos (falsos autónomos), etc, etc.

No apoyar el poder de derechas ni el de la supuesta izquierda en este país tiene su precio. Lo sabía Unamuno y así le fue con ambos. La primera pregunta es “¿quién nos silencia primero?” La segunda, “¿quién nos crucifica antes?”

Supongo que salir del coro de grillos que cantan a la luna, como decía el poeta, sea la luna que sea y del planeta que sea, no es útil para ningún medio de comunicación. Tampoco para www.eldiario.es, que me ha vetado los dos últimos artículos.

El primero de ellos, el referido a la abstención responsable, un gesto profundamente político heredado de Antonio García-Trevijano, el mismo e incombustible repúblico (que no republicano) convencido, quien en 1977, cuando, encerrado en la cárcel de Carabanchel como preso político, a instancias del exministro franquista Fraga Iribarne y del mismo Felipe González, que debía sacrificarlo para escalar al poder, tuvo que escuchar a un juez que fue a leerle las acusaciones: