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Algo no estamos haciendo bien en nuestros paritorios
Me entristece profundamente y tengo que admitir que también me causa un poco de amarga rabia algunos artículos que encuentro últimamente en la prensa acerca de la violencia obstétrica. Y el mismo sentimiento me inunda, no obstante, al ver la poca autocrítica de mi colectivo al respecto.
Soy obstetra desde hace varios años, he trabajado en muchas maternidades, dentro y fuera del país, alternando actividades de medicina moderna con cooperación humanitaria en paritorios que escapan a la imaginación de cualquier autor de terror. Esta no es una intención de justificar ningún procedimiento, sino de intentar explicar una realidad que creo que mucha gente no entiende, en parte por desconocimiento, en parte por desinformación.
El embarazo y el parto como un proceso natural, fisiológico y sin riesgos es una delicada utopía, una pequeña trampa de nuestras sociedades modernas. Existen riesgos y necesidad de intervenciones en ocasiones, que creo que subestiman y banalizan. La mayoría de las veces va todo bien y todo es felicidad, pero no debemos olvidar que existen riesgos y consecuencias, a veces graves.
Primeramente, creo que hay que diferenciar dos cosas en esta cuestión. El trato a las mujeres y los procedimientos médicos. Por supuesto que cada mamá tiene su propia experiencia que es irrefutable, no podemos ni debemos decirle a nadie cómo se debe sentir, cada vivencia es única. Sim embargo, creo que hay un grave error en interpretar, y juzgar muchas veces, algunos actos médicos de matronas y obstetras.
Las episiotomías han sido realizadas en exceso en el pasado, verdad, no por facilitar el trabajo, sino siguiendo las recomendaciones médicas de la época (su uso restringido no se recomendó por la OMS hasta 1996). La OMS y la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia han pasado a desaconsejar su uso de forma rutinaria (pero no desaconsejan su realización cuando se considera necesaria).
La episiotomía (un corte en el periné realizado cuando la cabecita del bebe está apunto de salir) en una intervención quirúrgica que se realiza generalmente por dos motivos. Uno, para proteger el esfínter anal materno (que sirve para aguantar las cacas) en los casos en los que nuestra experiencia nos dice que un tejido materno muy rígido se va a desgarrar descontroladamente (más habitual en mujeres dando a luz por primera vez, las de mayor edad o cuando hay necesidad de un parto instrumental). Dos, para acelerar la salida de un bebé que está en riesgo de asfixia, significa que necesita nacer cuanto antes y ampliar el espacio de salida es la forma de conseguirlo.
En el primer caso, puedo estar de acuerdo en que las mujeres deberían dar explícitamente su consentimiento previo antes de esperar al último momento (que es cuando podemos decidir si hace falta o no y ya es demasiado tarde para preguntar) como se hace en otras intervenciones. En general, esto suele ser parte del conocimiento impartido en las clases de preparto. Me doy cuenta que hemos sobrestimado que este consentimiento se aceptaba en una relación de confianza hacia el personal atendiendo los partos, que profundamente creo que en nuestro medio, al menos en mi experiencia, interviene sólo cuando cree que es necesario bajo estrictos criterios médicos. No obstante, quizás sea momento de dejar esta confianza en la partera/o firmada de antemano.
En el segundo caso, creo que queda fuera de cuestión. Lo siento, pero hay muchas decisiones en un paritorio, que no se pueden entender del todo si no se tiene el conocimiento y la experiencia médica (al igual que un médico pueda no entender la decisión de un piloto de realizar un aterrizaje de emergencia).
En un momento de verdadera crisis el estrés en un paritorio es difícil de explicar, cuando se teme por la vida de una madre, un/a bebé o ambos. Creo que hacemos lo mejor que podemos por explicar lo que pasa en cada momento, pero no siempre es posible y en muchos casos las prioridades nos llevan a retrasar las explicaciones y a actuar con rapidez en nuestro mejor conocimiento.
Algo no estamos haciendo bien en nuestros paritorios si las mujeres no se sienten seguras, si no confían en los profesionales que las atienden en un cien por ciento y no creen que la decisión que tomamos en cada situación es la estrictamente necesaria. No se trata de ser paternalista en la cuestión, pero me pregunto en qué momento se ha perdido esa confianza hacia los profesionales y en su buena praxis.
No puedo negar por otro lado que la cuestión de la calidad humana en las maternidades tiene que mejorar. No dejan de sorprenderme historias de mujeres que cuentan sus partos como una experiencia horrible, cómo una pesadilla que no pueden olvidar. Me llevan a pensar si alguna pareja a la que creí ayudar tendrá ese recuerdo. Nunca hay explicaciones de más ni tiempo de menos para entender lo sucedido, a veces antes, a veces durante y cuando el tiempo es vital, después.
Algo estamos haciendo muy mal si hay una sola mujer que se ha sentido menospreciada, maltratada, humillada o no informada cuando sale de un paritorio o de un hospital. La necesidad profunda de autocrítica y una reflexión sanitaria colectiva sobre esto existe, no tengo duda. Pero, mezclarlo con las decisiones médicas tomadas ante un riesgo, ya sea materno o fetal, me parece un grave error de base que pone en peligro a un colectivo entregado, construyendo bandos entre parejas y personal sanitario que hace bastante más mal que bien.
Me emociona tener una ministra que está cerca de las necesidades de las mujeres cómo nadie lo ha estado antes, que conoce la calle y hace suya cada batalla de cada mujer de este país. Pero me parece que está olvidando parte de la perspectiva cuando habla de violencia obstétrica y que urge una distinción de términos, por que no todo es lo mismo. Necesitamos trabajar en la prevención y eliminación de la falta de respeto y el abuso durante el parto allá dónde lo haya, a la vez que protegemos las decisiones médicas tomadas por los profesionales.
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