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Proteger al lobo es proteger a los ganaderos

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El Ministerio de Transición Ecológica ha decidido incluir al lobo ibérico en la lista de especies totalmente protegidas. En la práctica supone que se prohíbe su caza en todo el territorio nacional, incluidos aquellos lugares donde hasta ahora se permitía con muchas restricciones y controles. Lo adecuado para un animal emblemático de nuestra fauna que ha estado al borde de la extinción total.

Aún así, hay que señalar que las formas empleadas para tomar esta medida han sido nefastas. No se ha consultado ni explicado. No se ha hablado con el sector más afectado, el de la ganadería extensiva. El Ministerio organizó en febrero una reunión con las comunidades autónomas y se produjo una votación entre todas ellas, sin diferenciar de ninguna manera aquellas en las que el lobo está presente de las que no. Contó igual el voto del representante de Canarias que el del de Cantabria o Asturias. El resultado fue la protección total de la especie.

Y es una buena noticia.

Sin embargo, estas formas equivocadas han dado una gran munición a ciertos colectivos para montar una campaña en contra de la medida que utiliza la lógica preocupación de los ganaderos para fines muy alejados de sus intereses.

Resido en la provincia de León, en la zona sur. Aquí hay lobos, siempre los ha habido. En la zona norte, en la Cordillera Cantábrica, hay muchos más. Su presencia nunca ha sido una preocupación para las autoridades de la Junta de Castilla y León. Tampoco ha constituido una prioridad para sindicatos agrarios u otras entidades de representación de agricultores y ganaderos.

Pero tras la aprobación de esta protección extra del lobo, de repente, los sindicatos agrarios, liderados en presencia y beligerancia por Asaja, siempre cercano al PP y a los grandes propietarios, hacen bandera de este asunto y lo presentan como el principal problema al que se enfrentan los ganaderos.

Lo cierto es que el lobo ataca a los rebaños y en ocasiones causa daños importantes. Lo que no es cierto es que sea su mayor problema ni que su caza sea en ningún caso una solución a esta realidad.

El lobo tiene que existir, como es normal. Y los ganaderos no necesitan gente con escopetas por el monte. Lo que hace falta, y esto es lo que el Ministerio no ha siquiera mencionado, es que de la misma manera que se protege al lobo, se proteja también a los ganaderos.

Estas explotaciones necesitan apoyo técnico y económico para adaptarse al lobo. Hay una serie de prácticas que se sabe que son eficaces y necesarias. Lo primero son los mastines. Un ganado protegido por un número suficiente de estos enormes perros no suele sufrir ataques. Pero al ser tan grandes, comen mucho, lo cual cuesta dinero, al igual que su necesaria atención veterinaria.

Otra medida que funciona es instalar vallados adecuados, sobre todo para que el ganado pase dentro las noches. Esto también genera un gasto extra.

Son solo dos asuntos entre otros muchos que se pueden impulsar.

El gobierno debe asesorar a los ganaderos para que adopten estas y otras medidas de adaptación y debe diseñar un complemento a las subvenciones que reciben para sufragar los gastos que suponen. Los fondos europeos son suficientes y se puede orientar una partida para cubrir estas necesidades.

La otra cuestión crucial es que, si aunque se proteja, el ganado sufre un ataque del lobo, algo que puede ocurrir y ocurrirá, el ganadero sea compensado de forma justa y rápida. Hoy día se les obliga a pagar un seguro privado que después de un proceso largo y penoso suele responder con indemnizaciones muy por debajo del valor real de los animales perdidos. Si un ganadero pierde un tercio de su ganado en un ataque, tardará tanto en cobrar la indemnización y ésta llegará tan tarde y será tan escasa que es posible que para entonces ya haya tenido que abandonar su actividad.

Es indispensable que la protección del lobo implique la articulación de un sistema ágil y justo para indemnizar a los ganaderos que pierden animales por sus ataques.

Esto no es caro ni difícil. Son recursos básicos, personal y fondos para atender a unas pocas decenas de ataques anuales por provincia. Una cifra que será menor en cuanto que las medidas preventivas descritas anteriormente sean impulsadas y aplicadas de forma eficaz.

No es el lobo el que arruina a los ganaderos, como afirman hoy sindicatos agrarios y el gobierno autonómico de Castilla y León, entre otros. Lo que arruina a los ganaderos es que los precios de sus productos son indignantemente bajos y que están solos, abandonados por las administraciones.

Ese gobierno de Castilla y León que ahora tanto protesta por la medida aprobada por el Ministerio y que la aprovecha políticamente, nunca ha hecho nada por los ganaderos, ni respecto al lobo ni a cualquiera de sus otros problemas, que van mucho más allá de este animal. Pero hoy puede presentarse como su principal defensor y tener éxito entre la gente de las zonas rurales porque las cosas no se hacen así, imponiendo medidas inconsultas, sin un plan para implementarlas que tenga en cuenta a aquellas personas que trabajan en el terreno, que son el alma de los montes en los que habita el lobo, que los cuidan y mantienen. No atender su realidad hace posible que se les utilice para atacar al gobierno y para en realidad defender intereses muy diferentes, como por ejemplo los de los gestores de cotos de caza que hacen un jugoso negocio con la caza del lobo.

Los ganaderos son tan necesarios como el lobo. El Ministerio de Transición Ecológica también lo es para el Reto Demográfico, según reza su denominación oficial. Pues bien, la ganadería es un elemento indispensable para la supervivencia del medio rural. Sin explotaciones ganaderas los pueblos se mueren, porque son las que consumen muchos de los productos del campo, las que generan puestos de trabajo, las que en definitiva fijan población en estos parajes abandonados. Si alguien tiene el objetivo de evitar la despoblación del medio rural debe saber que apoyar a las ganaderías y hacer todo lo posible por que no sigan desapareciendo es absolutamente crucial.

El lobo no es ni de lejos su problema más grave. La mayoría están más que acostumbrados a protegerse de él. Lo que tiene que ocurrir es que dejen de hacerlo por su cuenta, solos, gastando en ello su dinero y siendo obligados a pagar seguros privados que responden muy mal y muy tarde cuando sufren un ataque.

Si los ganaderos estuvieran atendidos y protegidos como deberían, serían los principales y más eficientes protectores del lobo.

Las buenas decisiones dejan de serlo si no miden las consecuencias de su adopción y no atienden y compensan adecuadamente a quienes afectan.

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