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Si la escuela fuera el centro

Una mujer limpia escritorios en Chile

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Si la escuela pública fuera el centro de nuestra sociedad ahora no nos estaríamos planteando qué va a pasar en septiembre, de eso estoy seguro. Puede sonar utópico e ingenuo, pero me gusta imaginar lo que sería de nuestra sociedad, en plena pandemia, si de verdad todos nos creyéramos lo que decimos sobre la escuela, si de verdad los Gobiernos hubieran sido elegidos para que colocasen a la educación en el lugar que dicen que tiene. Porque ahora puede que sea tarde para tomar medidas, para que se cumplan las recomendaciones sanitarias necesarias para que las escuelas puedan volver a ponerse en funcionamiento (en septiembre). Quizás no se hayan hecho los deberes ni seguido las recomendaciones que desde hace ya demasiado tiempo llevan avisando algunos incansables docentes que no se rinden nunca. Porque si, como siempre se ha dicho, la escuela fuera el centro de la sociedad, tal vez podríamos enfrentarnos a esta situación con muchas más fortalezas.

Si de verdad fuera el eje central, este verano de 2020 no hablaríamos de ratios (porque todos seríamos educadores y educandos al mismo tiempo). No necesitaríamos contratar más personal para poder atender al alumnado de forma individualizada, para que los grupos fueran tan reducidos como fuera necesario, porque ya estarían ahí desde hace mucho tiempo.

No discutiríamos de horarios porque ya sabríamos que el aprendizaje no entiende de relojes ni de prisas. La conciliación sería una palabra por inventar, porque todos tendríamos tres meses de vacaciones (aunque puede que no en el mismo período) para cuidar de la infancia en su necesario período de descanso, pero nunca detendríamos nuestras ansias por transformar el mundo. Y a la vuelta estaríamos deseando reencontrarnos. Viviríamos y trabajaríamos cerca de la escuela, por si en algún momento surgiera una reunión imprevista o una emergencia con nuestras criaturas.

Los cuidados serían la ocupación más valorada. Los sanitarios serían imprescindibles y curarían nuestras heridas antes del recreo. Nadie estaría solo en la jubilación, se le invitaría siempre a jugar y la única educación a distancia sería la que necesitaríamos para aprender de nuestros maestros abuelos y abuelas.

Tampoco estaríamos hablando de perder el trimestre ni el curso, porque el coronavirus sería el mayor proyecto de aprendizaje global. Todo nos asombraría, aprenderíamos de los errores. Los libros serían herramientas para soñar y no para adormecer. Los talleres, los museos, los cines, los conservatorios, las bibliotecas... estarían dentro de la escuela en lugar de fuera y la infancia preferiría analizar y crear a mirar y consumir.

No debatiríamos sobre las necesidades formativas del profesorado para afrontar los retos de una educación online, porque la formación continua sería una prioridad y la tecnología sólo una herramienta más. Las pantallas un espejo en el que mirarnos. El software, como los animales, siempre libre. Y los aprendizajes, significativos.

Las notas no serían un problema porque la escuela no está para suspender a nadie, sino para proporcionar las oportunidades que permitan que todos lleguen a donde quieran llegar. Todo el mundo aprobaría (cuando estuviera preparado).

Jamás tendríamos que denunciar la terrible brecha que se ha abierto aún más para quienes cuentan con más dificultades, para quienes menos tienen, porque la desigualdad no sería un pecado, sino un mal sueño en mitad de la noche que se pasa con una caricia y un beso en la frente. El capitalismo un juego de mesa y la pobreza una casilla de la que salir con solo tirar los dados. La segregación un problema endocrino. Importarían más los derechos que el dinero. Jugar sería sinónimo de aprender e investigar, por lo que la ciencia sería una prioridad. No habría patriarcado, habría más derechos humanos.

Compartir y cooperar serían nuestras banderas. No habría guerras, sino conflictos que resolver mediante el diálogo. Las normas se consensuarían. La seguridad no sería una cosa de policías y de militares, sino de todos. La única revolución posible sería, como dice mi amigo Julio Rogero, la de los egos. Nos responsabilizaríamos de los daños ocasionados. Los muros y fronteras serían arrasados con la onda expansiva de la vida abriéndose paso. Se acogería e incluiría a todos los que quisieran venir. Puede que no fuéramos todos amigos, pero nos conoceríamos y conviviríamos con nuestras diferencias.

Los espacios no serían un problema porque todo en la ciudad sería susceptible de convertirse en aula, incluso la calle. Las ciudades serían bosques y el cambio climático un cuento. El único ruido de motores que escucharíamos en la escuela sería el que haríamos con la boca al jugar con los coches de miniatura y los niños y niñas podrían ir solos a la escuela en rutas seguras. Las bicicletas y los trenes serían nuestros vehículos favoritos.

Nadie comería productos sin mirar antes la pirámide de la alimentación y producir alimentos sería una cosa de todos en lugar de inmigrantes. Los huertos escolares, además de un proyecto de centro, producirían alimentos de kilómetro cero. Compartiríamos el bocadillo en el descanso. La vivienda sería un derecho, los desahucios se solucionarían con una comisión de convivencia y la “okupación” una canción de rock que aprender a tocar con la flauta.

Nunca decidirían por nosotros porque la democracia sería una asamblea cotidiana donde decidir, planificar y comentar el día a día y la educación sólo podría ser emancipadora.

Se aprendería del diferente, nunca se le acosaría. Los niños y niñas no serían confinados, sino preguntados. Todos los días celebraríamos un nacimiento y no repartiríamos la tarta en partes iguales, sino que le daríamos a cada uno lo que necesitara.

Cerrar la escuela sería como poner un cerrojo a la vida. Un curso sin alumnado no sería.

En definitiva, y aún a riesgo de sonar ingenuo, si la escuela pública fuera el centro no sólo superaríamos mejor esta crisis, sino que el mundo sería un lugar mucho más interesante. Tal vez sea tarde para una vuelta segura, pero quizás no lo sea tanto para próximas crisis como ésta. Aprendamos de toda esta situación. Pongamos a la escuela pública en el centro de nuestras vidas.

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