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¿Es la escuela catalana una fábrica de independentistas?

Durante las últimas semanas ha tomado fuerza en el debate público la propuesta de que el Gobierno Central intervenga la educación catalana con el fin de desactivar la oleada independentista que vive Catalunya. Sin ir más lejos, el pasado martes el diputado de Ciudadanos Toni Cantó denunció en el Congreso de los diputados la existencia de adoctrinamiento nacionalista en las aulas catalanas y presentó en nombre de su grupo parlamentario una moción para garantizar la neutralidad ideológica en los centros docentes. Tras las propuestas como la planteada por Ciudadanos el pasado martes se esconde el supuesto de que el sistema educativo catalán es el responsable del aumento del independentismo en Catalunya. Intervenir la educación sería, por lo tanto, una solución para acabar con el “problema catalán”.

Ciertamente, existen pocas dudas de que la educación ha sido, de siempre, un importante instrumento a manos de los Estados para fomentar la identidad nacional entre los ciudadanos. En este sentido, no se trataría de una práctica idiosincrática de las instituciones catalanas, sino que también ocurriría en el conjunto de España y el resto de países que nos rodean. Un buen ejemplo de ello son las declaraciones del exministro de educación José Ignacio Wert en el Congreso de los Diputados acerca de la voluntad del Gobierno Central de intentar “españolizar a los alumnos catalanes”.

Otra cuestión es, sin embargo, considerar que el adoctrinamiento en las aulas sea uno de los principales responsables del auge del movimiento independentista que ha tenido lugar en Catalunya en la últimos años. ¿Existe evidencia de que el proceso soberanista ha sido impulsado a traves de la educación pública catalana? Veámoslo de forma muy sencilla con los datos de encuesta que disponemos.

El gráfico 1 muestra la evolución de la preferencia por un Estado catalán independiente por cohortes usando datos del CEO*. En concreto, el gráfico muestra la evolución de dos grupos de edad: (1) los jóvenes menores de 35 años, que se han socializado en una educación pública catalana y (2) los mayores de 65 años que estuvieron escolarizados durante el Franquismo. Los datos muestran que las adhesiones al independentismo han aumentado de forma muy similar en ambos grupos de edad. El impulso del soberanismo se ha caracterizado por ser transversal y crece de en la misma intensidad margen de si el individuo fue escolarizado en el actual sistema educativo catalán o durante el franquismo.

De hecho, un sencillo análisis estadístico de las encuestas del CEO indica que la importancia de la edad sobre las preferencias territoriales de los catalanes ha decrecido en el período 2005-2013. Tras la explosión del soberanismo en 2012, la edad parece haber perdido algo de relevancia a la hora de explicar por qué hay catalanes que apuestan por la secesión de Catalunya. El independentismo es hoy más transversal y menos dependiente de la edad de lo que era años atrás.

Ciertamente, con estos datos no podemos refutar que la educación pública catalana sea inocua en la construcción de identidades nacionales. Sin embargo, sí podemos afirmar con cierta comodidad que el movimiento independentista no puede explicarse recurriendo al adoctrinamiento y la inculcación de identidades nacionales por parte de la educación pública catalana. Si bien es cierto que los jóvenes son más independentistas que los mayores, el diferencial entre estos dos grupos no ha aumentado en los últimos años.

En debate público no siempre impera el rigor y la argumentación basada en la evidencia. Un buen ejemplo de ello son las acusaciones de la educación catalana como motor del independentismo. Quien desee huir de los prejuicios y del argumentario propio de la trinchera política hará bien en intentar buscar culpables en otros lugares más allá de las aulas catalanas. El importante incremento de partidarios de un Estado catalán no se debe a un efecto cohorte, esto es, de reemplazo de nuevas generaciones educadas en el franquismo por otras que lo han hecho bajo las políticas educativas de la Generalitat de Catalunya. Se debe más bien a un efecto de período cuyas causas pueden ser diversas. Algunas de ellas podrían estar con elementos tales como: (i) la crisis económica y el ahogamiento que eso supuso para el autogobierno catalán; y (ii) la sensación de muchos Catalanes de que la ruptura es la única alternativa al statu quo pues se considera que el PP usará su capacidad de veto para frenar cualquier reforma tal y como ocurrió con la experiencia del Estatut.

En definitiva, no resulta fácil vislumbrar soluciones claras afrontar el proceso soberanista catalán (intenté modestamente ofrecer algunas intuiciones aquí). Sin embargo, los datos no parecen avalar la tesis de que intervenir la educación catalana sea una solución efectiva para desactivar el movimiento independentista.

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Datos: Barometros del CEO 2005-2013. El apoyo al independentismo de los gráficos se ha construido a partir de la pregunta sobre las preferencias de modelo territorial.

Durante las últimas semanas ha tomado fuerza en el debate público la propuesta de que el Gobierno Central intervenga la educación catalana con el fin de desactivar la oleada independentista que vive Catalunya. Sin ir más lejos, el pasado martes el diputado de Ciudadanos Toni Cantó denunció en el Congreso de los diputados la existencia de adoctrinamiento nacionalista en las aulas catalanas y presentó en nombre de su grupo parlamentario una moción para garantizar la neutralidad ideológica en los centros docentes. Tras las propuestas como la planteada por Ciudadanos el pasado martes se esconde el supuesto de que el sistema educativo catalán es el responsable del aumento del independentismo en Catalunya. Intervenir la educación sería, por lo tanto, una solución para acabar con el “problema catalán”.

Ciertamente, existen pocas dudas de que la educación ha sido, de siempre, un importante instrumento a manos de los Estados para fomentar la identidad nacional entre los ciudadanos. En este sentido, no se trataría de una práctica idiosincrática de las instituciones catalanas, sino que también ocurriría en el conjunto de España y el resto de países que nos rodean. Un buen ejemplo de ello son las declaraciones del exministro de educación José Ignacio Wert en el Congreso de los Diputados acerca de la voluntad del Gobierno Central de intentar “españolizar a los alumnos catalanes”.