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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Chanel contra Chanel

Chanel, la representante española en Eurovisión 2022. Europa Press

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El festival Benidorm Fest de este año provocó un interés social solo equiparable a la expectación generada por Rosa en el año 2002, desde entonces este país nunca se había ilusionado tanto frente a la idea de ganar Eurovisión. Entre las favoritas se encontraban Rigoberta Bandini, con una canción rompedora y abiertamente feminista, y, por otro lado, Tanxugueiras que, además, de ser un grupo femenino reflejaba la diversidad lingüística de España al defender una canción en gallego. No olvidemos que Masiel acabó en Eurovisión después de que Joan Manuel Serrat se negara a cantar en castellano.

El complejo sistema de elección del Festival llevó a Chanel a la victoria convirtiéndola en la representante de España en Eurovisión entre críticas que entendían que las legítimas representantes eran las Tanxugueiras por ser las favoritas del voto popular. En cambio, Chanel, que salió ganadora gracias al voto de los jueces, recibió un mero 3,9%, colocándose muy por debajo. El descontento no tardó en hacerse ver en redes sociales, y se centró con especial dureza hacia la intérprete de SLOMO.

Desde ese momento su SLOMO se ha convertido en un fenómeno polémico. La cantante pasó en pocas semanas de ser una figura cuestionada que representaba un dedazo autoritario de RTVE a ser un icono antirracista. Innegable es que muchos de los ataques que recibió se manifestaron en fuertes dosis de racismo, machismo y clasismo, cuestión condenable, pero ¿hasta qué punto puede servir eso para legitimar este número musical?

El carácter político de Eurovisión tanto por su reflejo de las relaciones geopolíticas, como por ser un espacio para visibilizar a artistas LGTBI en los últimos años hacen del mismo un fenómeno a analizar hasta el último detalle. Además, su componente lúdico lo convierte en un momento de evasión, que al suspender aparentemente lo político hace sobresalir más que nunca el entramado social en el que vivimos.

Ha sido en este momento de excepcionalidad cuando, incluso desde el feminismo, se ha pasado de defender una posición crítica sobre el espectáculo que hemos llevado a Eurovisión a considerarlo la representación de una mujer empoderada. Mientras que hace unos meses criticábamos la perpetuación en la industria musical de intérpretes femeninas con papeles supeditados a la mirada masculina, en unas semanas la misma canción ha sido elevada a una muestra de empoderamiento feminista como respuesta principalmente a los ataques que había sufrido su intérprete.

La cuestión no es que a Chanel no se le permita representar a España en Eurovisión por ser de origen cubano o por ser racializada, nada más lejos de la realidad. El conflicto de fondo es que están surgiendo voces musicales que rompen con ese papel adjudicado tradicionalmente a las mujeres. Es normal que genere hartazgo que, incluso existiendo alternativas, una vez más, no nos quede otra que resignarnos con lo de siempre. Legitimar el espectáculo de Chanel solo porque ha sufrido los ataques furibundos de unas redes sociales cada vez más polarizadas no es beneficioso para nadie. Ser colocadas como víctimas es algo que las mujeres conocemos bien, que solo nos resta agencia y, además, nos aleja de la posibilidad de valorar nuestra propia autonomía. La victimización no puede ser la excusa para acoger como modelo ideológico el papel que interpreta una trabajadora de la cultura, que como otras muchas está supeditada al mandato de la industria.

Hace apenas unos meses Nacho Cano salía a la palestra con la propuesta debajo del brazo de construir una pirámide azteca (con parking incluido) en el barrio de Hortaleza para un nuevo musical cuyo papel protagonista estaría interpretado por una todavía desconocida Chanel. La cesión del terreno por parte del Ayuntamiento mediante un proceso cuestionable y el rechazo del movimiento vecinal del barrio desplazó el proyecto al IFEMA. En el mismo barrio en el que los vecinos y vecinas han peleado insistentemente para que no les coloquen un parking donde piensan que debería ir una biblioteca, resulta que Nacho Cano era recibido con aplausos por el gobierno municipal del Partido Popular. Claro ejemplo del modelo cultural de este partido; cesión a amiguetes, y, sobre todo, intereses urbanísticos por encima del bien común. No olvidemos tampoco los halagos que dedicó a Ayuso hace apenas un año en el acto del 2 de mayo este mismo compositor.

Ese es el verdadero debate, y no si Chanel llevaba un traje largo o corto. Estamos ante un reto que tiene que ver con las políticas culturales de los barrios, y con el papel de la industria cultural frente a la cultura de base especialmente castigada por Andrea Levy como concejala de Cultura en el Ayuntamiento de Madrid. El feminismo no puede caer en esta falsa encrucijada, por el contrario, tiene que ser la brújula que construya horizontes de transformación aliándose con la defensa de un modelo cultural alternativo.

El Partido Popular siempre ha tenido claro la importancia del ámbito cultural para construir hegemonía, de la necesidad de referentes propios que reflejen su sistema de valores, solo así se explica el verdadero escarnio público al que someten a todos los artistas que no consideran de su cuerda ideológica. El acoso y derribo en forma de racismo es totalmente condenable, pero regalar a Chanel la imagen de referente cultural feminista y antirracista es una derrota por más que haga quedar a España en tercer lugar en Eurovisión. Una vez más, lo que digan los demás (el pueblo en este caso) está de más.

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