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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

CRÓNICA

Aviso a exaltados: a Feijóo no le gusta la hipérbole

SEVILLA —

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Nadie osó mencionar el nombre de Vox en el congreso del Partido Popular. Nadie tenía ningún interés en avisar que hay un monstruo escondido en un rincón oscuro de la habitación. Evidentemente, todos los dirigentes que subieron al escenario anunciaron con gran energía que el nuevo liderazgo de Alberto Núñez Feijóo les llevará a la victoria en las próximas elecciones generales. El aludido lo tiene clarísimo, porque “el PP es un partido de Gobierno”. No por repetirlo vas a convencer a la mayoría de los votantes, pero el caso es que Feijóo lo dijo en varias ocasiones. Debe de ser el primer mandamiento del evangelio según San Alberto.

Detrás de todo eso que se puede encontrar en los congresos de casi todos los partidos, está el mundo real. Y una parte de esa realidad pudo detectarse en las declaraciones de dirigentes del PP después de bajarse del escenario. Entre ellos no es posible citar al nuevo presidente del Partido Popular, un hombre al que no se le puede negar su autodisciplina. Nunca dice algo que no le interese comentar, y si el precio para ello es no decir prácticamente nada, que así sea. Feijóo parte de la idea de que nunca te perjudicará quedarte callado.

Luego está Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de Andalucía y el principal socio de Feijóo en el nuevo PP. Ambos han sido los protagonistas del congreso, como lo fueron de la defenestración de Pablo Casado. La cita ha tenido otros actores de reparto relevantes en distinto grado, como Rajoy, Aznar, Gamarra o Ayuso, pero no hay que engañarse. Feijóo y Moreno son los que marcarán el camino con la idea de que todos los barones regionales tengan una amplia autonomía para ocuparse de sus asuntos. Se acabó el imperio del terror dirigido desde el castillo de Génova, 13. Esta parte de la teoría nunca termina de cumplirse del todo en el PP.

Moreno fue franco y bastante directo en una conversación con un grupo de periodistas después del fin del congreso. Lo primero era reconocer los daños que la eliminación de Casado –por no hablar de la forma en que se produjo– ha causado en la imagen del partido, y en especial entre sus partidarios. “La marca está dañada”. La conclusión es casi obvia y hay toda una serie de encuestas que lo prueban. La fidelidad de los antiguos votantes del PP ha sufrido un duro golpe. No es un hecho irreversible, entre otras cosas porque en un año y medio pueden pasar muchas cosas. Es algo más preocupante cuando existe un partido como Vox. Una de las principales razones de su existencia es que tiene tendida constantemente una red para pescar todos los votos del PP que caigan desde arriba.

El presidente andaluz está convencido de que el PSOE no tiene ninguna posibilidad de poner en peligro su reelección. El agonizante Ciudadanos, tampoco. Su principal preocupación está más a la derecha. Al igual que pasó en Castilla y León, Vox está en condiciones de mejorar claramente sus resultados y de obligar al PP a un pacto tan imprescindible como dañino. “Vox está de moda” en una parte cada vez mayor del electorado, opina Moreno Bonilla. En su caso, es la marca la que tira y da igual a quién presenten como candidato en Andalucía, sea Macarena Olona o alguien totalmente desconocido, según su punto de vista.

El PP teme ahora que el aumento de la crispación social, agravado por el malestar causado por el aumento de la inflación y otros problemas económicos relacionados con la guerra de Ucrania, esté beneficiando a la extrema derecha. Sostiene que la situación le permite sacar votos de varios sitios, no sólo de entre los votantes del PP.

La esperanza de la derecha es que Vox comience a desgastarse al haber querido formar parte del Gobierno de Castilla y León. Gestionar no es lo mismo que protestar. Al voto de protesta le sienta bastante mal asumir el precio de adoptar medidas muy alejadas de un programa electoral enloquecido. Lo malo para Moreno es que tiene que elegir sobre cuándo celebrar las elecciones andaluzas en un periodo de tiempo que va de finales de junio a principios de octubre. Es difícil que en cuestión de tres o cuatro meses Vox se desgaste a la velocidad en el Gobierno de Castilla y León que le interesa al PP.

Núñez Feijóo es un político que se toma su tiempo para definirse en asuntos clave. De momento, no ha tomado una decisión sobre si optará a ser elegido senador por representación autonómica para poder enfrentarse a Pedro Sánchez en esa Cámara de forma esporádica, es decir cuando a Sánchez le apetezca. Admitió a los periodistas que aún no lo tiene claro, porque debe pensar en ello. Y que no esperen que vaya a llegar a una conclusión rápida en los próximos días. Quizá en mayo sepamos algo.

Su discurso ante el congreso, ya como presidente del partido, fue un compendio de sus limitaciones como orador –nadie ha sufrido nunca un infarto por haberse visto exaltado por una de sus intervenciones– y de sus virtudes. No mentó a Vox, pero supo establecer claramente las diferencias con la ultraderecha. “No somos antieuropeos” y somos “un partido autonomista” eran frases que marcaban fronteras con la formación de Santiago Abascal.

Más enjundia tuvo cuando mostró su desprecio por la política de la testosterona que se asocia a Vox, sobre todo en relación a la identidad española. “Dejemos ya de repartir carnés de patriota y de ser más españoles que nadie, más patriotas que nadie”, dijo en uno de los momentos en que alzó la voz y se mostró enérgico. “¡Aquí cabemos todos!”, continuó.

Feijóo se comprometió a “sacar la política española del enfrentamiento y la hipérbole permanente”. Eso de la hipérbole suena también mucho a Pablo Casado y a esa hiperactividad constante que le caracterizaba en su intento de salvar a España en cada esquina. Como también recuerda a Isabel Díaz Ayuso y su alarma ante el peligro de que el país caiga en las garras del comunismo en cualquier momento a nada que los buenos se tomen una siesta demasiado larga.

Hizo también una oferta al Gobierno de colaboración que parecía hecha a título de inventario. Para que figurara en algunos titulares y portadas. Dio algunos ejemplos genéricos que no le comprometían a nada. Más parecía que estaba dispuesto a apoyar al Gobierno si este hacía lo que le pide el PP, como bajar impuestos. Sobre la renovación del CGPJ, no hubo ningún rastro.

No es que Feijóo sea ambiguo. El truco es que aporta poca información. A veces dice una cosa y luego otra en el mismo párrafo que realmente suena a lo opuesto. Sabe que tiene la marca de la moderación –Ayuso lo llamaría el estigma– y ya no puede desmentirlo, pero sí al menos definirlo. “Moderación no es tibieza”. “Diálogo no es sometimiento”. Algunas de sus frases parecen citas extraídas de un libro de autoayuda, lo que Sun Tzu habría escrito si se hubiera dedicado al coaching.

La duda es si estos principios expresados por la cadencia no demasiado electrizante habitual en Feijóo serán suficientes para impedir que los votos de la derecha sigan cayendo en las redes de Vox. Sobre eso, el nuevo líder del PP tendrá algo más que decir, pero se tomará su tiempo. Ya se ocupará Moreno Bonilla de meterle prisa.