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En los bares se bebe, no se debate: “Espanta a los clientes”

Un camarero sigue, en un bar vacío, el debate entre Sánchez y Feijóo.

Peio H. Riaño

11 de julio de 2023 11:16 h

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Nadie quiere eso en la tele. “Espanta a los clientes”. Me lo dice la encargada del único bar que he encontrado con el debate puesto. Casi sin volumen.

Ha pasado casi media hora desde que empezó y por Santander no hay bares donde ver el cara a cara. Nada. A la hostelería le gusta los televisores de tropecientas pulgadas pero en la mayoría se juega un partido de Wimbledon de Carlos Alcaraz, que nadie atiende a las diez de la noche.

“Eso no lo vamos a encontrar”, me responde un taxista. He ido a la parada donde hay dos vehículos a la espera de clientes. El primer conductor en la fila me dice que no conoce tanto la ciudad. Le he pedido algo que sucede, con un poco de suerte, cada cuatro años: un bar con ambiente para ver lo que se dicen Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. El segundo contesta que eso es misión imposible porque los bares pasan de molestar a los clientes. El debate ha comenzado hace quince minutos y él está escuchando un programa de deportes en la radio.

En una de las principales plazas de la ciudad debe haber una docena de terrazas. No cabe un alma. Es el primer día de la segunda ola de calor de este verano y la gente cena en la calle, aliviada después de un día de cuarenta y tantos grados y un año de subida de hipotecas y alquileres. También hay mucho turista, ajenos a la cosa española televisada. En los televisores de la plaza porticada abarrotada de terrazas no hay más que tenis y vídeos musicales.

En los barrios más próximos es lunes y a estas horas están limpiando el local, a punto de cerrar. Mañana toca volver a currar. No hay un alma a estas horas.

De vuelta al centro, en busca de bares abiertos y con gente, hay una tele inmensa al fondo de la barra de uno de los bares con terraza. Los dos hombres de traje y corbata se interrumpen continuamente sobre la nevera y una máquina tragaperras. Cruzo adentro y tienen tan bajo el volumen que apenas sirve para romper el silencio. El silencio está prohibido en los bares.

“Cuando hemos llegado y hemos encendido la tele, el resto de canales no tenía sonido. No sé qué ha pasado. He llamado al dueño para decírselo, porque solo podíamos poner este canal. Me ha dado permiso. O sea que lo tenemos puesto porque no nos queda más remedio. ¿Lo habrán hecho a propósito?”, cuenta la encargada después de preguntarle si puede subir el volumen. Si hay dos Españas están aquí. Una atiende a sus amigos en la terraza con una copa de vino blanco y, la otra, la que escucha el debate.

En ese momento Sánchez acusa a Feijóo de entregar el país a la extrema derecha y Feijóo acusa a Sánchez de pactar con Otegui. Recuperan la voz pero no se les entiende nada, porque eso parece El Chiringuito de jugones discutiendo sobre Luis Enrique. El bar está lleno, ha pasado media hora de combate y nadie mira la pantalla. Ni siquiera se giran cuando sube el volumen. Ni gota de ese malestar que sienten algunas personas al escuchar los sonidos cotidianos de baja intensidad.

A la hipersensibilidad auditiva le llaman misofonía y a lo que está ocurriendo ahora, aquí, en esta barra, en esta ciudad, podríamos llamarle crisis existencial de la democracia. La política se hace en la intimidad y la participación se lleva en silencio, al menos en este país. Anoche, el debate fue seguido en casi la mitad de los hogares con televisores.

En el bar con un mostrador sobre el que hay tres o cuatro kilos de tomates espectaculares, a la espera de una buena ensalada, la pantalla es ignorada. Todos los clientes que aguantan están de espaldas a la riña. No interesan los derechos que se van a perder si PP y Vox se juntan para gobernar, ni si Pedro Sánchez no está tan hábil como con Pablo Motos y Ana Rosa Quintana. Hay un inglés tomando un café en la mesa que hay debajo del televisor. No es tan extraño que no atienda como que acabe de desplegar un mapa de la ciudad y luego pague con su móvil.

Unos entran a pagar lo que han consumido en la terraza y se detienen mientras esperan el datáfono. Miran unos segundos con atención cómo se interrumpen los dos líderes. Son segundos decisivos que podrían determinar sus votos. O eso podríamos creer si subimos el drama que la escena no tiene. Pagan y se marchan. “Esto se decide la noche anterior, con la almohada. Y al final uno siempre vota al que no es”, indica uno de los camareros, que se toma un respiro en su jornada laboral para ver si escucha algo que determine el sentido de su voto. Agua. Se ruboriza cuando le pregunto a cuál de los dos votará. Dice que es un secreto, pero que a ninguno de los que están actuando en el plató de Atresmedia.

Nadie atiende nadie a la pelea sobre ETA, que lleva una década derrotada. La gente sigue trabajando mientras ellos dos se sacuden cara a cara. Ahora el líder del PP saca una lista de las cosas que el líder del PSOE le ha llamado. “Uy, lo que le ha dicho”, dice al otro lado de la barra la camarera, que da órdenes a su cuadrilla y se llama Mami cuando se anticipa a algún marrón. Dos Godellos. Tariq está limpiando la barra ahora que la terraza se ha vaciado. Es increíble el efecto que tienen los debates políticos.

Para cuando Feijóo sacó a Miguel Ángel Blanco, en el bar ya no queda nadie. Para cuando Sánchez le pregunta a Feijóo por su salario, el personal despierta. “Ahora sí le ha funado”, suelta el camarero que ha escuchado el silencio del líder del PP. “Es que el dinero es el principio y el final de todos los debates”, le responde la jefa desde la barra, que muestra su indignación con lo único que importa. El precio de los alimentos, de los alquileres y de las hipotecas. La asfixia de la clase trabajadora. Los trabajadores empobrecidos también comentan lo poco que favorece el contraplano a la cabeza de Feijóo.

“Ya solo puedo comprar pescado congelado y a mis hijos los mando al comedor para que tengan una dieta equilibrada. A mí me encanta el salmón, pero es que no puedo”, dice mientras señala un pincho con una loncha de ese pescado sobre lo que parece una ensaladilla y una rebanada de pan tostado. “Con lo que costó la boda de Tamara sí que tuvimos debate aquí”, cuenta la “mami”, que hace la cuenta de cuatro pinchos, dos verdejos y dos botellines de agua.

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