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Joaquín Sánchez, el cura que ha parado 202 desahucios

Miguel A. Ortega Lucas

“Lo que es un milagro es que la calle no haya estallado todavía. Y es que hemos descubierto que somos muy dóciles. Está costando mucho derrumbar tanta sumisión”.

Quien así habla, meditando en su taza de café, sentado al atardecer en un bar de la localidad murciana de Cieza, no es, en estricto sentido, un revolucionario. Tampoco un sociólogo, o un analista; siempre ha preferido este hombre los rostros a los números. Su aspecto no se distinguiría del de cualquier trabajador de cualquier barrio de España, pero lo cierto es que Joaquín Sánchez Sánchez, nacido en Bullas hace 51 años, diplomado en Educación Social y amante del cine y la lectura, es sacerdote. Aunque gaste bufanda en vez de alzacuellos.

Ordenado en 1987, Joaquín es capellán en la prisión provincial de Sangonera; también en tres centros psiquiátricos, dos residencias de ancianos y un centro ocupacional tras cesar en su última parroquia, en 2007. Miembro de la Hermandad Obrera de Acción Católica de la Diócesis de Cartagena, es uno de los principales responsables de que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de la Región de Murcia haya conseguido parar allí hasta 202 órdenes de desahucio a día de hoy, desde mayo de 2012.

Desde entonces, tanto el cura Joaquín como el resto de activistas de la Plataforma (alrededor de medio centenar) ha ejercido, literalmente, de muro de contención entre las familias al borde de perder su casa y el sistema bancario, amparado por la ley vigente; entre las puertas de los hogares y los agentes judiciales: “Nos sentamos en el suelo”, explica, en el mismo pasillo del inmueble: hasta que desistan. Hasta que el banco acceda a negociar con la familia cualquiera de las soluciones posibles, menos echarla a la calle. Volviendo las veces que haga falta.

“Lo primero que buscamos es que recuperen su autoestima, porque se sienten avergonzados, fracasados”. También, y sobre todo, “indefensos” ante una nebulosa burocrática plagada de recovecos legales que apenas pueden entender en un principio. “Imagínate –reflexiona Joaquín– lo que supone para gente que no está acostumbrada a eso ni por asomo; gente que a lo mejor no ha visto una multa en su vida. Se descomponen, se bloquean, están muy perdidos. Se desesperan al hablar con el banco”.

“Hay gente que no aguanta la tensión –continúa–: tienen miedo a lo que se pueden encontrar a la vuelta, si salen a la calle; a no poder volver a entrar en su casa, porque se modificó la ley para no poner una fecha concreta a los lanzamientos. Muchos se vienen abajo: reciben el buro-fax, les llaman veinte mil veces al móvil, les rompen los nervios... Y se acaban rindiendo”.

Pero, ¿qué se le dice a alguien en esas circunstancias? “Pues que vamos a luchar, juntos. Contra el banco si hace falta. Y cuando quedas con ellos, y te ven aparecer por la puerta de su casa, se sienten aliviados, respaldados, en compañía”.

El expárroco lo ha hecho personalmente en muchas ocasiones: “Vamos con ellos a hablar con el director de la sucursal”. Les asesoran para que firmen (o mejor dicho: no firmen) ciertos documentos. Les aconsejan. “Pero su técnica –cuenta Joaquín, con amarga ironía– es hablarte siempre de los de arriba: 'Yo es que no puedo hacer nada', te dicen; 'es que el ordenador...'. Esto del ordenador es un fenómeno, como si fuera un dios con voluntad propia que ha decidido tu destino... O te remiten a las asesorías jurídicas, cosa que también han hecho muy bien: porque una entidad de Murcia puede tener su asesoría en Valencia, y viceversa, y son como fantasmas que te mandan un fax, o un correo; que no te dicen dónde están, con quién tienes que hablar...”. En una palabra: “Frustración; lo que buscan es frustrarte”, asegura.

Sin embargo, la Plataforma ha logrado ya frenar en más de 200 ocasiones las órdenes de desahucio de la comisión judicial: después de eso, los bancos negocian o no, pero el porcentaje de éxitos hasta ahora supera con creces al de fracasos: “La batalla moral ya la han perdido”, asegura Joaquín. “Ya no es como antes, que ni siquiera te escuchaban; ahora se lo piensan muchas veces antes de decirte que no”.

“Cómplices de los banqueros”

Autor de varios libros y asiduo colaborador en la prensa murciana con artículos de gran contenido social, deudores de su cristianismo de base, de la Teología de la Liberación, Joaquín considera un desahucio (cuestiones éticas aparte) la “muerte civil” de la familia. O al menos del titular del contrato: “Que al menos –razona– les dejen rehacer su vida, porque con una púa de 90.000 euros, entre deuda, intereses de demora, comisiones..., cuéntame. Pero es que además ese nombre ya no puede aparecer siquiera en el contrato de un móvil”.

Así, el objetivo al que la Plataforma apunta en última instancia es la propia ley: por ejemplo, “que la gente se pueda quedar en su vivienda”, explica, “con un alquiler social que suponga como máximo el 30% de los ingresos de la familia”. O la dación en pago, pues “el problema es que la ley no deja margen a los jueces” para evitar que el banco reclame la suma total de la deuda.

El sacerdote cree que ni Gobierno ni oposición quieren hacerlo por ser “cómplices de los banqueros”. “Teníamos esperanza en el decreto aprobado recientemente, pero es de chiste, no sirve. Va a afectar como mucho a un 5% de las familias en este proceso. Por ejemplo, si tienes dos críos de cuatro años ya no entras, porque tienen que tener como mucho tres. Y en la moratoria establecida hasta 2014 se siguen acumulando los intereses, de modo que pasado ese tiempo se verán en las mismas”.

“La dictadura de los mercaderes”

Por su incansable compromiso para con su entorno, por su cercanía, por la confianza que despierta, Joaquín consigue franquear esa barrera de vergüenza que tantas veces se autoimpone la gente en dificultades: “Hay padres echándole agua a la leche, para que el hijo crea que se toma un vaso de leche entero. Hay gente recogiendo los bocadillos de los patios de los colegios. Una mujer me contaba hace poco, porque no tenía ya más remedio, que necesitaba dinero para las compresas de sus hijas”. Según datos de Cáritas, la Región de Murcia cuenta ya con un 36% de la población en el umbral de la pobreza: gente que quizás no parezca exactamente pobre a primera vista, ni a segunda, pero que empieza a carecer de lo más básico. Un porcentaje a todas luces “escandaloso” para Joaquín.

El término indignación se queda corto para este cura atípico, sin complejo alguno para definir esta oleada de empobrecimiento como “eutanasia social”: “Es triste decirlo, pero es que para ellos sobra gente, sobramos. Han abandonado la dependencia, la tele-asistencia; implantan el copago médico; suben el IVA de los pañales ¡un 21% también!, porque debe de ser un lujo para los bebés, los ancianos, los discapacitados”... Y es que siempre llega Joaquín “a la misma conclusión: todo es la consecuencia de que el egoísmo, la codicia y la ambición de poder se hayan institucionalizado, a través de leyes y decisiones políticas”. Una “dictadura de los mercaderes” y un “pensamiento único” que a su juicio terminó calando para convencernos de la muerte de las alternativas ideológicas: “Pero no”, afirma, “por supuesto que hay políticas de derecha y de izquierda. Como hay posturas que defienden la competitividad y otras que defienden la fraternidad”.

En su opinión, una de las soluciones pasa por acabar con la lucha social “fragmentaria” (“los médicos por su lado, los maestros por el suyo”, etc.): que “toda esa marea converja en un frente común, porque a todos nos debe importar lo de todos”. “Oí al rey pedir solidaridad, comprensión... Se podía aplicar el cuento. Y tener cojones a salir ahí y decir: Señores banqueros, señores políticos, ya está bien de maltratar a la gente”.

“No”, asegura Joaquín, observando su taza vacía: “La verdad es que no tengo ninguna fe en la gente que manda”.

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