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Héroes

Antonio, tras encontrar a su hermano, que fue un bebé robado: “Recuperar el tiempo perdido es imposible”

Eva Baroja

4 de noviembre de 2020 20:18 h

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Fue gracias a un programa de televisión. Era primavera del 2011 y Antonio recibió la llamada de su madre Francisca, angustiada, frente al televisor. “Hijo, esto es parecido a lo nuestro”. 'Lo suyo', algo casi innombrable después de tantos años, era la muerte traumática de su bebé durante el parto. El primero que había tenido Francisca, en la Residencia Sanitaria Hospital Sanjurjo, de Valencia. Ninguno de sus otros tres hijos volvió a nacer en un hospital. El modus operandi era el mismo de siempre. “Les dijeron que el bebé había fallecido y que ellos se ocupaban de todo, pero no lo vieron, ni vivo ni muerto. No les dieron ningún papel”, explica Antonio, que vivió su infancia sintiendo el vacío de la pérdida en los ojos de sus padres y la ausencia de aquel hermano mayor que no llegó a conocer. 

A solo treinta minutos andando del hospital en el que nació el bebé de Francisca, Paquito correteaba, unos años después, por las calles del barrio de la Fontsanta. Creció feliz, se hizo hippie, el nombre adulto de José Luis sustituyó al infantil Paquito, y se dedicó a su gran pasión: el teatro. Hasta que con cuarenta años, la vida hecha y sus padres ya fallecidos, este hijo único se enteró de que era adoptado: “Fui al registro y vi que legalmente tenía otros apellidos. Hablé con un sacerdote del hospital, persiguiéndolo por el pasillo, y me dijo que no me preocupase, que podía haber ese tipo de errores”. Intentó seguir adelante, pero ya era imposible. Nada podía volver a ser igual. Un día, un completo desconocido llamó a la puerta de la academia de teatro en la que trabajaba diciéndole que estaba seguro de que eran hermanos: “Fue él quien me contó que podía ser un niño robado. Me quedé alucinado con la investigación que había hecho durante tantos años”, confiesa, orgulloso, José Luis. 

Desde aquellas primeras sospechas de su madre, Antonio empezó a dedicarse en cuerpo y alma a buscar a su hermano. Lo compaginaba con su trabajo como fotógrafo. Era su obsesión. Se lo debía a sus padres. “Había conocidos que me decían que habían visto por Valencia a una persona que se me parecía mucho. Cuando miré a José Luis a los ojos por primera vez, vi a mi padre”, recuerda. Estos últimos diez años, los ha pasado investigando, en manifestaciones, recogiendo firmas, buceando entre papeles y documentos imposibles de descifrar y chocando, en ocasiones, con innumerables obstáculos y piedras en el camino. “Desestimaron una querella que presenté en Fiscalía porque no pudieron identificar a los médicos y a las matronas, pero yo había conseguido los datos de uno de ellos”, se lamenta. 

Francisca falleció hace dos años, pero José Luis pudo ir a conocerla antes de morir. “Estaba muy emocionada, pero recuperar el tiempo perdido es imposible”, reconoce Antonio. Hoy los dos luchan por descubrir toda la verdad, pero se sienten desamparados. Confían en que la ley de bebés robados que se admitió a trámite el pasado 23 de junio en el Congreso, consiga dar pequeños pasos para devolverles la dignidad: “Yo me apoyo en las hipótesis, en las pruebas documentales, en los rasgos de semblanza…, pero estamos a la espera de la sentencia científica”. Una prueba de ADN completamente fiable es, hoy por hoy, algo difícil de conseguir, ya que no existen marcadores genéticos suficientes en los laboratorios españoles y todavía hay muchos problemas técnicos para determinar el parentesco entre hermanos. Aún así, no se rinden. 

Un puzle difícil de montar 

Hoy José Luis intenta recomponerse y revisar toda su vida. De principio a fin. Ha sido feliz, pero le inunda la incertidumbre y se hace mil preguntas. ¿Quién soy realmente? ¿Qué hicieron conmigo? ¿Cómo me apellido? Ahora también empieza a entender algunas cosas. Como aquel comentario que le hizo un educador de su colegio, exseminarista, cuando solo tenía doce años y jugaban a las cartas: “Este niño de ahí, Luis Expósito -apellido que se solía poner a los niños abandonados o que tenían un origen desconocido-, se apellida como tú”. Cuarenta años después, esa frase que jamás comprendió volvió a él. “Lo más duro es a nivel afectivo”, reconoce, “ahora tengo que intentar cuadrar todas las piezas del puzle de mi vida”. Al menos, esta vez, cuando vengan dificultades, no estará solo. Podrá apoyarse para siempre en el hombro de su hermano Antonio.

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