Qué pasa cuando Dios 'visita' uno de los barrios más pobres de Sevilla: “Muchos le tienen más fe que a las instituciones”

La imagen del Gran Poder a su paso por el barrio de Los Pajaritos.

Antonio Morente

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Horas después de la llegada el pasado sábado de la imagen de Jesús del Gran Poder al barrio sevillano de Los Pajaritos, se producía un tiroteo que era el tercero en menos de una semana. No hubo heridos, pero fue un reflejo de los problemas que azotan a una zona que es la segunda de menor renta de toda España, detrás del cercano Polígono Sur. Puertas afuera de la ciudad llamaron la atención las pintorescas estampas del Cristo con un fondo de ropas tendidas, pero también que en un enclave con tantísimas necesidades hubiese semejante ambiente festivo en vez de un tono más reivindicativo. La posible respuesta lleva a preguntarse “¿por qué tanta gente considera necesario encomendarse a la protección de la imagen en una época en la que, en teoría, nadie se queda atrás?”.

La cuestión la lanza Isidoro Moreno Navarro, catedrático emérito de Antropología de la Universidad de Sevilla y uno de los primeros en diseccionar desde esta disciplina el mundo de la religiosidad popular en Andalucía. A su juicio, “la pregunta es muy fuerte y pone en el centro del debate las responsabilidades políticas de las administraciones”, porque la cruda realidad es que muchos “le tienen más fe al Gran Poder que a las instituciones”, a un sistema que no les da respuesta. 

Porque hablamos además de barrios “que no nacieron como guetos, sino de zonas modestas y humildes que se fueron degradando” sin que las administraciones revirtieran la situación. “El que pudo salió de allí y aquello se convirtió en un fondo de saco”, porque estas personas fueron sustituidas por otras “en peores condiciones sociales” y, pese a que en estos entornos sigue predominando la clase obrera, se dispararon los problemas de vulnerabilidad, drogadicción, economía sumergida...

Un símbolo central en la Sevilla excluida

Moreno Navarro entiende el debate entre los que defienden que la llegada del Cristo es un acontecimiento mayor para el barrio y los que reclaman menos imágenes y más inversiones. Por un lado admite la potencia de que “uno de los símbolos centrales de la Sevilla de siempre se traslade a la Sevilla excluida tres semanas”, y por otro que esto viene a ser como “darle una aspirina al que tiene cáncer”; pero por encima de todo está el factor de las personas, de los que viven en Los Pajaritos, La Candelaria y Madre de Dios, las tres zonas que conforman esos Tres Barrios en los que el Gran Poder pasará tres semanas.

Y para esta gente “no ya olvidada sino excluida”, la llegada de la imagen ha servido para “reforzar su autoestima”. “Ellos reivindican que también son Sevilla”, recuerda, y el Gran Poder ha conseguido que la propia ciudad mire al extrarradio dejando de lado sus propios estereotipos de marginalidad. “Casi nadie es tan ingenuo como para pensar que las cosas van a cambiar, pero estos días es más difícil ocultar las situaciones que se viven en estos barrios”, con la imagen residiendo en una parroquia distinta cada semana. 

“No habían pisado esta zona en su vida”

“Esto sirve como toque de atención sobre la existencia de esa Sevilla que también está en el mapa”, apunta Moreno Navarro, una Sevilla “silenciada y oculta” que se lanzó a la calle el pasado sábado “con orgullo de barrio” como lo volverá a hacer también este, cuando el Cristo vaya de Los Pajaritos a La Candelaria para quedarse allí una semana. “Bastante gente que fue el otro día con el Gran Poder a Los Pajaritos no había pisado esa zona en su vida, para ellos fue como una especie de descubrimiento de América, un cierto baño de realidad”.

Desde un punto de vista antropológico, ¿se puede explicar que los vecinos se lancen en masa a recibir al Cristo pero no se movilicen para denunciar las precarias condiciones de sus barrios? “Es que en gran medida la gente ha perdido la esperanza de que saliendo a la calle cambie nada”, denuncia, “la gente ha sido estafada ya muchas veces, ha salido a protestar y no ha servido de nada”. Y esto, concluye, les ha llevado “al desencanto político y a la desafección”. Pero al margen de la reflexión política, no hay que perder de vista otra cuestión mucho más prosaica: en los barrios más humildes “la gente también tiene derecho a la fiesta y a atraer la atención general”.

No se entiende aplicando lo racional

Militante antifranquista en los años duros, Moreno Navarro equipara esta situación a lo que le ocurrió alguna vez cuando durante la dictadura viajó a Francia a alguna reunión. “Allí se extrañaban mucho de que no estuviéramos permanentemente tristes y que se celebraran fiestas”, como si el peso de la falta de libertades tuviese que anular cualquier atisbo de alegría.

En última instancia, admite que se pueda ver esto como un cóctel en el que se mezclan ingredientes como marginalidad y religiosidad. “Aplicando un esquema racionalista y cartesiano no se entiende nada”, subraya, como también puede tener “problemas de comprensión” cierta izquierda progresista “que se define antidogma y luego practica el dogmatismo de la mirada”. 

Ojo con burlarse de estas cosas

Una afirmación que adquiere un especial significado en palabras de un militante de izquierdas que fue secretario general del Partido del Trabajo de Andalucía y uno de los impulsores de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, que advierte de los riesgos de burlarse desde un cierto “supremacismo intelectual”. Algo así, apunta, ayuda a “alimentar un proceso que no se ha dado casi nunca en estos sectores sociales como es ser un campo abonado para la ultraderecha”.

Lo que ocurrió en Los Pajaritos, abunda, “es un fenómeno que no tiene explicación si no se entiende en la religiosidad popular el papel de las imágenes poderosas”. Y en Sevilla no hay ninguna otra que encaje mejor en esta definición que el Gran Poder, que para mucha gente es “el Gran Protector”. “Hay una religiosidad de protección, no de salvación”, y su peso se siente por todas partes, pero especialmente “allí donde las instituciones dejan mucho que desear. Hay gente que se lanza en brazos de esta imagen protectora, lo que es también un reflejo de un déficit social y político”.

La tradición de humanizar a las imágenes

A esto hay que añadirle que “la humanización en la relación con las imágenes es muy característica de lo andaluz”, con personas que pueden no ser creyentes en el sentido estricto pero sí tienen una “relación cercana” con las imágenes “y pueden creer en la ayuda que les pueden prestar”. Cuando se tienen problemas, prosigue, no es extraño conectar con “la proyección de una imagen sufriente viva, se produce una identificación con el sufrimiento de la propia gente”. Por eso, apunta, en Andalucía no tienen mucha devoción los Cristos muertos, sino “los vivos y sufrientes”. 

“Esto refleja una multiplicidad de contradicciones y el puzle que es Sevilla y toda Andalucía en general en esta cuestión”, una “fusión de contrarios” difícil de entender para muchos porque escapa a lo que “pide la racionalidad”. “Aquí funcionan mucho los referentes simbólicos que activan la solidaridad intergeneracional”, hablamos de que situaciones como la llegada del Gran Poder disparan “el recuerdo de los mayores y la importancia del ámbito familiar”. “Ya lo decía Blas Infante, que lo andaluz consiste en el sentipensar”, concluye Moreno Navarro, para quien, al fin y al cabo, “la contradicción debería ser vista como lo más normal” en todos los ámbitos de la vida.

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