Sánchez Monteseirín, 25 años del alcalde que se atrevió a hacer cosas en Sevilla
Lo dijo alguna vez el propio protagonista: “Un conservador es alguien que te da la razón diez años después”. Alfredo Sánchez Monteseirín (PSOE) ha necesitado de eso, de tiempo, para que su tarea como alcalde de Sevilla se vea con perspectiva, un escrutinio que en general ha resistido bien el paso de las hojas en el calendario. Y la mejor muestra de ello es que la mayoría de sus proyectos, que tanta polvareda levantaron en su momento, han sido absorbidos por la ciudad y asumidos con toda normalidad por la ciudadanía. Lo que en su día hubo quien denunció como ataques a las siempre frágiles esencias sevillanas, hoy se han convertido en señas de identidad, en parte del ADN de la capital hispalense.
Aquel 3 de julio de 1999 en el que tomó posesión, hace ahora 25 años, recibió el bastón de mando de Susana Díaz, la concejal más joven de aquella Corporación y por ello presente en la mesa de edad. Para llegar a ese momento, un año antes nuestro protagonista tuvo que imponerse en unas primarias a todo un expresidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, y fue otro máximo responsable del Gobierno andaluz, José Antonio Griñán, el que en 2010 le cortó las alas despachando con un frío teletipo que no iba a repetir como candidato a la Alcaldía.
Para entonces, ya había batido dos récords: a sus 41 años, fue el alcalde más joven que había conocido la ciudad, convirtiéndose luego en el más longevo tras permanecer 12 años en el cargo. Eso sí, alcanzar la docena fue una imposición del partido, porque por él lo hubiese dejado como mínimo un año antes y le hubiera pasado el testigo al que por entonces era su delfín, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, hoy vicepresidente primero del Congreso y por el que apostaba como sucesor. El partido dijo que ni mijita, que el candidato iba a venir de fuera y se llamaba Juan Espadas.
La valentía de atreverse
Monteseirín fue el que introdujo en el lenguaje local eso del “modelo de ciudad”, que desde entonces todos dicen tener y le niegan a sus contrarios. Él tenía uno en mente y disfrutó de lo que no han tenido otros regidores: tiempo. Una docena de años da margen para poner en marcha proyectos y verlos hacerse realidad, aunque para eso, claro, hay que atreverse. Caerá mejor o peor, generará mayor o menor afinidad, pero hay coincidencia al reconocerle su capacidad de riesgo, una valentía política en contraposición a la inercia por la tradición de una ciudad encantada de haberse conocido.
De lo que más presumió el entonces alcalde en la hora del adiós fue de las muchas viviendas públicas y muchas zonas verdes que dejaba en herencia, materialización de aquel eslogan –Sevilla, la ciudad de las personas– que es el único que permanece en la memoria popular junto al Amo a Sevilla barrio a barrio con el que hizo fortuna Alejandro Rojas Marcos. Pero el imaginario colectivo asocia a Monteseirín con otros proyectos: las Setas de la Encarnación, los carriles bici, el sentido único en la circulación de la ronda histórica, la Torre Sevilla, el tranvía, la reinvención de la Plaza Nueva y la Alameda y sobre todo las peatonalizaciones, con las de la Avenida de la Constitución y Asunción como cruces de guía.
Estas iniciativas se mantienen como la imagen que se exporta de una Sevilla moderna, desde su adiós como regidor en 2011 no ha habido nada que venga a sustituir estas estampas de vanguardia. Y la mayoría levantadas con fondos municipales, lo único que sí llegó desde fuera fue la construcción de la primera –y por ahora única– línea de Metro, que se estrenó durante su último mandato, allá por 2009.
“Un urbanismo humanizado”
Todo ello fue posible gracias a que gozó de estabilidad, primero para ganarse la Alcaldía con un pacto con el PA que la entonces regidora, Soledad Becerril (PP), todavía no terminaba de creerse ni estando ya en la oposición. Después vinieron ocho años en coalición con IU, el periodo más progresista que ha vivido Sevilla en democracia, que Monteseirín basó en lo que prometió al tomar posesión por primera vez: “Un urbanismo humanizado”. Aquel mensaje tuvo su mayor símbolo en la gran dehesa de Tablada, cuyo destino en la etapa PP-PA era acoger una cascada de promociones inmobiliarias y que en aquel nuevo tiempo se protegió como espacio no urbanizable.
La herramienta más poderosa para aquellos cambios fue un Plan de Ordenación Urbana (PGOU) que se complementó con un Plan Estratégico, del que se hacían chanzas porque no era un instrumento habitual en la política municipal, no se sabía bien ni qué era aquello. Si las obras para la Exposición Universal de 1992 pusieron al día a Sevilla, que sufría unas infraestructuras impropias para finales del siglo XX, los proyectos de la primera década larga del XXI le dieron a la ciudad un aire más europeo: se importaron políticas que se aplicaban en otras capitales del continente pero también ocurrió al revés, algunas de las que aquí se desarrollaron se estudiaron con interés lejos del Guadalquivir.
La segunda modernización
Hubo también sus sombras, pues claro, que una docena de años da para mucho. De hecho, a Monteseirín le costó arrancar y lo hizo a lo grande en el mal sentido, porque lo primero que llevó a pleno fue una subida de sueldo de los concejales (la acabó retirando de la que se formó) y en poco tiempo tenía encima una importantísima crisis de gobierno con sus socios andalucistas por el pago de una indemnización a las familias de las cinco víctimas del derrumbe del muro del Bazar España en 1998. El desalojo de los chabolistas de Los Bermejales bolsa de dinero en mano o casos judicializados como el de las facturas falsas del Distrito Macarena, Fitonovo o Mercasevilla (que destapó los ERE) se encuentran entre sus peores recuerdos, aunque nunca fue imputado por mucho que lo intentaron durante su último mandato.
Como siempre dijo que le gustaba más escribir que leer, siendo regidor abrió blog personal que bautizó como SMS, acrónimo de la Segunda Modernización de Sevilla, la que acometió frente a resistencias políticas, empresariales y sociales que lo que querían es que no se moviera un varal. Le decían que bicicletas y tranvías eran cosa del siglo XIX, “y demostramos que eran del XXI”, lo que fue posible porque –aseguraba– nunca hizo caso cuando le decían “esto no vas a poder hacerlo” o “esto no te van a dejar”.
“Mereció la pena”, ha recordado más de una vez, y eso que sufría un clima irrespirable cuando dejó la Alcaldía en 2011, con su figura poco menos que satanizada hasta el punto de que al irse dijo aquello de que “se acabó la cacería contra mi persona”. Hoy, cuando continúa el proceso de recuperación del ictus que sufrió hace un año largo, se le reconoce la transformación que acometió de la ciudad, según el PP de Juan Ignacio Zoido (que le acosó judicialmente y le relevó en el cargo) a costa de disparar la deuda. Un argumento que el PSOE siempre negó exhibiendo informes como los de la Cámara de Cuentas y del Banco de España.
Conforme pasaban los años, con los cambios asentados e interiorizados por la ciudad, Monteseirín tuvo que morderse la lengua más de una vez para no soltar un “te lo dije” de manual a los suyos que habían dudado. En una ciudad inmovilista, puso a la gente a pedalear, y hoy entre las tradiciones de Sevilla (como tantas otras veces, muchas esencias eternas tienen un cuarto de hora) están visitar las Setas, circular por el carril bici o patearse la Avenida de la Constitución. “Hemos visto cómo se han convertido en realidad lo que en principio eran sueños y ambiciones”, contaba. Y es que proyectos que entonces casi costaron un alzamiento popular, hoy sí que provocarían un motín ciudadano de verdad si se anulasen y se volviese a lo anterior. Era cuestión de tiempo, y han pasado ya 25 años de aquellos primeros pasos.
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