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Siempre te esperaré en Shibuya, maestro

El periodista José Cervera

Jordi Sabaté

La estación de Shibuya, en Tokio, tiene el cruce urbano más concurrido del mundo, pero también es célebre entre los japoneses por albergar la estatua de Hachiko, el perro que según la leyenda iba a esperar a su amo por las tardes a la salida de la estación durante treinta años. Cuando el amo murió, Hachiko continuó acudiendo a Shibuya cada tarde, puntual, con su mirada ansiosa, buscando el amor de su amo. Más allá de la inverosímil leyenda, Hachiko es popular porque representa un sentimiento fundamental en el espíritu nacional japonés: el amae.

El amae es la búsqueda del amor, tutela y protección de alguien a quien consideras superior a ti, ya sea tu madre, tu padre, tu jefa o jefe o tu maestro en cualquiera de las artes y caminos de la vida. Y por supuesto tus amigos. El amae es un sentimiento bidireccional en el que el reclamado como superior y protector también corresponde al reclamo con su propio amor hacia sus protegidos. En una sociedad de tan intrincados canales, jerarquías y normas como la japonesa, el amae es la sangre que fluye por ellos y les da sentido y vida.

Yo sentí amae por Pepe Cervera desde que le conocí, y creo no equivocarme al decir que la mayoría de los que entablamos amistad con él, también desarrollamos este sentimiento. Y por supuesto él, como buen maestro, siempre nos correspondió con generosidad y su legendaria gentileza, marca de la casa. En estas últimas semanas, en especial en la que pude disfrutar junto a Pilar, su mujer, un monumento al coraje, y nuestro querido Pepe en San José, en el Cabo de Gata, me sorprendió (en realidad no) recibir una avalancha de mensajes de los compañeros y compañeras más dispares asegurándome que para ellos Pepe había sido un maestro. Puro amae.

Pepe Cervera fue un sabio bueno y el mundo a partir de ahora es un lugar peor y más estúpido. Sería una buena idea que en las manifestaciones se gritará: “menos Trumps (o Salvinis) y más Cerveras”. Porque en estos tiempos turbios nos sobran de los primeros y nos faltan Pepes, personas inteligentes, tolerantes, abiertas, curiosas, inquietas, leídas, siempre jóvenes de espíritu, elegantes y algo extravagantes, para dejar claro que la diferencia es la guinda de las mejores mentes.

Pepe llegó mayor al periodismo, porque antes fue arqueólogo y estuvo presente en los momentos estelares del descubrimiento de Atapuerca. Posteriormente escribiría un libro, ya descatalogado, que es considerado por muchos arqueólogos el que mejor ha sabido divulgar la importancia del yacimiento. Pero la cabra tira al monte y a Pepe el periodismo le apasionaba, por eso apostó por hacer el Máster de El País, donde nos conocimos.

En esta nueva profesión también supo surfear sobre algunos de los acontecimientos más importantes del último cuarto de siglo. Fue uno de los primeros en detectar el advenimiento de internet a mediados de los noventa y lo contó con gran sentido didáctico desde las páginas de Cinco Días, cuando el recelo hacia la revolución que se avecinaba era evidente en el mundo de los medios.

Más tarde fundó su revista, Baquía, una experiencia que, aunque hoy pervive, mereció mejor suerte, porque se adelantó a su tiempo; fue precursora de las grandes revistas digitales de tecnología que hoy reinan, como Techcruch, The Verge y compañía. Yo siempre bromeaba con él diciéndole que su cerebro iba diez años por delante de su cuerpo.

Era una persona capaz de ver el futuro, lo que le confería un entusiasmo especial, pero también un cierto pesimismo filosófico que a veces era su peor enemigo. No porque le deprimiera, sino porque paralizaba al hombre de acción que había en él. Ahí quizás, radica un poco la culpa de que nunca viera publicado su maravilloso y fascinante libro sobre los orígenes de internet. Una espina clavada en quienes lo leímos.

Tras Baquía, Pepe trabajó en 20 Minutos, donde llegó a ser Adjunto a la Dirección, y posteriormente ha sido profesor en diferentes universidades y colaborador en radio -Ciudadano García- y Televisión -Órbita Laika-, así como por supuesto en la red con su ya legendario blog Retiario, en eldiario.es después de pasar antes por El Mundo y RTVE, donde divulgaba la ciencia con enorme sencillez, eficacia y sabiduría. También escribió de armamento militar en El Confidencial, donde me consta que echan de menos sus artículos. Sí: Pepe sabía de armamento, aviones, segunda guerra mundial, astronomía y lo que se terciara.

Yo solo le ganaba en conocimientos de fútbol -que le importaba cuatro bledos, y siendo castellano hasta el tuétano quería que ganara el Barça solo por darme el gusto a mí- y en la música. Aunque en este campo en la última década también llegó a superarme: su espíritu de niño curioso le llevó incluso a ser un conocedor del pop japonés de última hornada. Ojo al dato… Aunque creo que en este campo tuvo mucho que ver Pilar, su mujer, que es una enorme melómana.

Pepe deja amigos por doquier pero sobre todo discípulos, gente entregada a su pupilaje que el siempre correspondió derrochando amistad, comprensión, generosidad… Entre nosotros sus discípulos y él, siempre fluyó el amae con gran fuerza y gracias a su persona, somos muchas y muchos los que nos conocimos y trabamos amistad; yo no trabajaría hoy en eldiario.es de no ser porque Pepe una noche, en una fiesta en su casa, hace casi veinte años, me presentó a un joven bloguero que tenía un grupo de música llamado Meteosat. Recuerdo que me dijo después en un aparte: “éste va a revolucionar un día el periodismo español”. ¿A que no lo sabías, Nacho? Así era Pepe, siempre diez años por delante.

Ahora te has ido, querido Pepe, Pepito, Papá Pitufo -como te llamaban tus chicas y chicos en Baquía-, te has metido en el hades, has entrado en la Shibuya de nuestros recuerdos y de nuestro corazón; vivirás para siempre ahí, pero yo siempre estaré en la puerta de la estación como Hachiko, esperándote, pensando en que debo consultarte tal o cual tema, considerando que hace demasiado que no nos vemos y que o tu subes a Barcelona o yo bajo a Madrid. Amae, querido amigo y maestro. Amor.

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