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“Así condicionábamos desde Pfizer a los médicos”

Pfizer gana 7.132 millones de dólares entre enero y septiembre

José Precedo

“Los regalos desmesurados y atenciones a los médicos en la multinacional vienen de muy lejos y están en el ADN de Pfizer. Ya lo hacíamos hace veinte años. Era una forma de condicionarlos, aunque es posible que últimamente con los escándalos que se han desatado y las multas millonarias a esta y otras farmacéuticas se relajasen esas conductas”.

Quien habla es V., que trabajó como delegado comercial de la multinacional más de un lustro (se fue en 2001). Este extrabajador de la farmacéutica sostiene que los conflictos de intereses entre su red comercial y los médicos del sistema público sanitario que desencadenaron el despido de 30 directivos del gigante farmacéutico el pasado noviembre eran parte de la filosofía de la empresa.

A finales de los 90, cuando él era uno de los delegados de la multinacional en España, Pfizer ya no escatimaba en gastos para influir en las prescripciones de los médicos de la Seguridad Social, explica. “Todas las empresas hacían lo mismo, pero nosotros teníamos más dinero”, recuerda ahora aquellos años. Él mismo contaba con su propio presupuesto: “Dos millones de pesetas para regalos y atenciones, al margen de lo que invertía el laboratorio desde la sede central en Madrid para pagar comidas, marketing, viajes, congresos y reuniones locales”.

Y en esa partida asignada a cada delegado comercial cabía de todo: ordenadores portátiles, teléfonos móviles, carteras de cuero, viajes... que se utilizaban, según este extrabajador, para convencer a los médicos. “Era una forma más de corrupción pero cuando estás dentro lo ves como algo de lo más natural. Porque es cierto que eran prácticas muy extendidas en todas las compañías”.

En aquella época, los delegados comerciales de las farmacéuticas llegaron a acuñar su propia jerga para referirse a las relaciones del negocio, un lenguaje que todavía se maneja en el sector. “Los tarugos son los médicos que se dejaban influenciar. Y de ahí surgió el verbo taruguear, que describía básicamente los mecanismos para convencerlos. Nosotros, los jefes de ventas, éramos los romanos que estábamos ahí de pie con traje y corbata a las puertas de la consulta, firmes, esperando al especialista de turno. La mejor forma de taruguear era con bolsas de viaje, congresos internacionales o incluso fines de semana de placer con todos los gastos pagados”.

V. recuerda un programa de una conocida agencia de viajes que alguno de sus compañeros utilizaba para ir captando a los médicos más jóvenes. “Los mandábamos de dos en dos a un hotel y les alquilábamos un coche para el fin de semana. Luego la relación con esos médicos ya se mantenía siempre y, cuando ascendían, estaban más abiertos a nuestras recomendaciones y a citar nuestros productos en sus conferencias y publicaciones”.

Esos médicos, jefes de servicio o especialistas, con capacidad de influencia entre sus compañeros eran denominados “capos” en el argot. Y para ellos había, según V., atenciones especiales: “El top de la época era el viaje transatlántico, los congresos en Nueva Orleans o en Chicago. Eran billetes de avión de medio millón de pesetas por persona. Y uno muy solicitado en el caso de los psiquiatras era el que programaba la Asociación Psiquiátrica de America Latina (APAL) en lugares como Cuba o Cartagena de Indias. Luego estaban los congresos europeos y en último puesto, los españoles”.

V. sostiene, no obstante, que muchos médicos rechazaban estos tratos. Y que incluso entre los “tarugos” había clases: “Estaban las plumas de oro o capos, líderes de opinión, nacionales, provinciales, médicos con mucha ascendencia entre sus compañeros. Puede ser un jefe de servicio de un hospital con influencia sobre los demás. Si Pfizer montaba un congreso en un hotel, ellos siempre tenían su charla”.

Dos millones de pesetas en copas

Según el relato de este extrabajador, la multinacional ponía especial esmero en mimar a la cantera de médicos. “En la rama de Psiquiatría, por ejemplo, la multinacional programaba cada año, y siempre en ciudades turísticas, el examen PRITE, una prueba que se realiza en Estados Unidos, y que permitía comparar los resultados con los de sus colegas norteamericanos. La prueba se celebraba en fin de semana y tras el examen llegaba la fiesta. Los aspirantes, recién acabada la especialidad, disfrutaban de cena y copas a cargo de Pfizer. Recuerdo una en la discoteca Olivia Valere de Marbella [un local frecuentado por las élites económicas de la ciudad malagueña entonces]. Todos los delegados íbamos con fajos de invitaciones a copas. La fiesta acabó cuando se habían gastado dos millones de pesetas”.

V. reconoce que desde principios del año 2000 las autorregulaciones de las farmacéuticas se han hecho más exigentes y que la paulatina introducción de los genéricos ha reducido mucho las posibilidades de negocio. “Pero es muy difícil revertir esa cultura interna de intentar influir en los médicos para que receten sus fármacos y ahora el botín está en la farmacia hospitalaria asociada a los enfermos crónicos”.

Ningún portavoz oficial de Pfizer ha accedido a hablar con eldiario.es sobre estas informaciones. A la decena de preguntas planteadas desde esta redacción, la compañía ha respondido con un comunicado escrito de seis líneas en el que asegura: “Pfizer se toma el compliance [su código de buenas prácticas] muy en serio y nuestro objetivo es asegurar que cada empleado en todo el mundo lo hace. Es por ello que la compañía tiene procesos sólidos para ayudar a prevenir y detectar potenciales infracciones de nuestras políticas internas. Todos estos procesos se revisan regularmente para asegurar que se mantienen actuales y que cumplen con los objetivos y requerimientos de los países en los que tenemos presencia”.

“Los excesos de los 90” y “las leyendas urbanas”

C. también trabajó en Pfizer. Ahora es directivo de una firma de la competencia con centenares de trabajadores a su cargo. Niega que “aquellos excesos de los 90” se mantengan desde entonces porque “los códigos de las empresas se han endurecido mucho”.

Farmaindustria, la patronal que agrupa a los laboratorios, prohíbe en su normativa de buenas prácticas obsequios de más de 10 euros, 60 si se trata de libros o material formativo, y establece sanciones de hasta 360.000 euros para quien quebrante las normas. Además, explica, cada compañía tiene sus propias normas internas que en los últimos años y a raíz de algunas polémicas se han tomado muy en serio.

“Parte de mi trabajo ahora es llamar a las librerías y comprobar que una factura de 180 euros que me presentan mis agentes comerciales corresponda a tres libros de 60 y no a uno de 180. Hasta ese punto hemos llegado. Los códigos de autorregulación y las normas internas son mucho más estrictas que las legislaciones de los países donde operamos. Desde 2009 las restricciones son brutales”, asegura este directivo que alerta contra las “leyendas urbanas que rodean al negocio”.

Ni V. ni C. se atreven a pronunciarse sobre lo que hay detrás de los 30 despidos en Pfizer, aunque ambos aseguran que en el mundillo todos han oído hablar de la purga del pasado noviembre. Y coinciden en que además de fiscalizar a las multinacionales sería necesario establecer mecanismos de mayor control sobre determinados médicos.

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