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Los turistas, entre la impotencia y la indiferencia por el estado de alarma

Una imagen de la calle Pelayo, en pleno centro de Barcelona, este mediodía. Foto: Jordi Sabaté

Jordi Sabaté

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Pasear por las calles del centro de Barcelona ofrece unas sensaciones más parecidas a deambular por un paisaje posapocalíptico que a encontrarse en una de las ciudades más turísticas del planeta. Solo una cosa no ha cambiado tras la declaración del estado de alarma por parte del presidente Pedro Sánchez: hay más turistas que nacionales en el núcleo de la corona central de la ciudad, que va desde la plaza de la Universitat a la Sagrada Familia, con su epicentro en la plaza de Catalunya y el barrio gótico.

Sin embargo, ahora los turistas ganan en número por incomparecencia del contrario: son prácticamente los únicos que vagan por la calle, arrastrando sus maletas con cara estupefacta o curiosa, según la información que manejen al respecto; fumando a las puertas de los hoteles o tratando de conseguir cervezas o vino en los pocos colmados abiertos. Su situación se ha vuelto extremadamente complicada.

Con museos, locales de ocio nocturno, bares y restaurantes cerrados, les quedaba poco que hacer en Barcelona desde la noche del viernes -muchos vinieron a pasar el fin de semana- y ahora que se ha decretado el confinamiento, ni siquiera pueden salir a pasear por las calles más monumentales. Para colmo, y aunque en un principio parecía que se iba a contemplar el mantener abiertas las cafeterías y restaurantes de los hoteles, finalmente estos deberán permanecer cerrados, con lo que a los turistas les queda poco más que los colmados regentados por ciudadanos paquistaníes para alimentarse.

Sirviendo el desayuno en las habitaciones

En el Hotel Gravina, en las inmediaciones de la calle Pelayo, una zona de gran densidad hotelera, Miguel, el recepcionista, comenta que tras hablar con el gremio de hoteleros, “la dirección del hotel ha decido mantener abierta la cafetería hasta tener más información”. “Mantenemos la distancia entre las mesas a más de un metro y pedimos a los clientes que bajen a desayunar que lo hagan escalonadamente”, explica.

Si hay acumulación, “enviamos al cliente a su habitación y le subimos el desayuno; para la comida tienen que ir al supermercado”. Respecto a cómo han reaccionado sus huéspedes ante el decreto del Gobierno, este empleado asegura que muchos se disponen a irse mientras que otros se quedan en la habitación. A la salida del edificio hay un turista solitario fumando en la puerta. Se llama Héctor y es ecuatoriano. Llegó hace dos semanas para ver a unos amigos y se va mañana.

“Entiendo lo que pasa”, dice, “ocurre en todo el planeta, pero resulta alucinante ver como en el plazo de una semana una ciudad como esta pierde totalmente su vida callejera”. Por su lado pasan dos parejas; se trata de un matrimonio ruso y otro bielorruso. “Vinimos a correr la Maratón de Barcelona, que se canceló”, explica el hombre ruso, el único que habla inglés; “ahora estamos dando vueltas porque no sabemos que hacer, se nos está haciendo muy largo”.

Han adelantado la partida, al igual que otro matrimonio mexicano que pasea por la plaza de Catalunya: “Llegamos el viernes de Madrid, es la primera vez que estamos en Barcelona, teníamos muchas ganas pero nos hemos encontrado los museos cerrados, sin bares, restaurantes, etc.; ni siquiera en el hotel nos dan el desayuno”, dicen señalando al cercano hotel Catalonia Ramblas, “tenemos el billete para el jueves pero mañana nos vamos al aeropuerto hasta que logremos adelantar el regreso”. En efecto, en la recepción del hotel nos confirman que todos sus servicios de restaurante, terraza y cafeterías están cerradas siguiendo las indicaciones gubernativas.

Bebiendo y fumando en los balcones

Pero no todo el mundo muestra una actitud tan resignada frente a la situación. Mihail es un joven alemán que ha venido a pasar unas semanas a casa de un amigo. Asegura que el estado de alerta no le ha pillado por sorpresa: “Tarde o temprano en Alemania lo van a aplicar y en Austria creo que también han implantado algo parecido”. Ante la respuesta de si piensa volverse dice que no lo sabe y no tiene prisa: “Veré qué hacen en Alemania, y si también lo aplican, me quedo aquí, en casa de mi amigo; al menos tomaré el sol en el terrado y beberé cerveza; en Alemania seguro que llueve y hace frío”.

Similar despreocupación muestra un grupo de adolescentes británicos que sale de un colmado con varios packs de latas de cerveza. Al acercarse este periodista lo rehuyen temerosos, creyendo que se trata de un policía. Al comprobar que es un periodista, uno de ellos se aviene a explicar su situación: “estamos aquí pasando unos días, vinimos de fiesta el jueves, pero esto es lo que hay, así que nos quedaremos en los balcones del hotel bebiendo y fumando; pasaremos los días así hasta el miércoles, que regresaremos al Reino Unido”.

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