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Los viajes de la marihuana

Paisaje junto al lago Qinghai, en China.

Enrique Domínguez Uceta

Una de las acepciones de la palabra viaje se refiere al “estado resultante de haberse administrado una droga alucinógena”. Ese viaje que se realiza sin movimiento contradice la esencia misma de la acepción principal, “traslado que se hace de una parte a otra por aire, mar o tierra”. La marihuana, además de haber propiciado numerosos viajes estáticos a sus consumidores, como especie botánica ha realizado un largo trayecto a través del espacio y del tiempo, desde su lejana aparición en Asia Central hasta formar parte de las sociedades contemporáneas occidentales. Una historia larga y compleja que se puede recorrer a través de culturas que ocupan paisajes extremos.

Hay acuerdo sobre la domesticación de la planta del cannabis en el centro del continente asiático hace unos 14.000 años, en la Edad de Piedra, en el entorno del sur de Mongolia, en las tierras duras que se extienden entre los desiertos de Gobi y de Taklamakán y los Himalayas, en un espacio donde coinciden Kazajistán y Tayikistán, con Afganistán al oeste y la región china de Sinkiang al este. La planta del cáñamo se empleaba en origen para fabricar cuerdas y tejidos, aunque es poco probable que sus propiedades medicinales pasaran desapercibidas. El consumo en busca de sus efectos psicoactivos está acreditado al menos desde hace cinco mil años. El cáñamo pronto se extendió por las rutas comerciales de Asia Central y, hace cuatro mil años, se asomaba a las costas del Mar de Japón por el este, y a Oriente Medio en el oeste.

Se sabe que los escitas, fieros guerreros a caballo que procedían del territorio en el que nació el cannabis, inhalaban el humo que producían las semillas arrojadas a las brasas, costumbre que llevaron en sus campañas hasta el este de Europa, a Rusia, Ucrania y Letonia. Desde el punto de vista cultural, la ruta más significativa de la marihuana es la que tomó hacia el sur, para afincarse en la cordillera del Himalaya, en las regiones que hoy ocupan Tíbet, Nepal y Bután, derramándose también las plantaciones por las laderas del sur de la cordillera, en India, donde ha permanecido su cultivo hasta nuestros días.

Consumir por placer

En el siglo séptimo, la expansión musulmana había difundido la planta por la orilla sur del Mediterráneo hasta el Atlántico y la península Ibérica. Se sabe que en el imperio árabe, entre el siglo VII y el XIII, se consumía por placer el hachís, y es interesante la relación con la marihuana de las dos ramas principales del Islam. Mientras los chiitas rechazan los psicoactivos, los sunnís la emplean en ocasiones persiguiendo la relación directa con la divinidad.

Los navegantes del Sultanato de Omán, compañeros de Simbad el Marino, que dominaban las rutas comerciales del Índico, extendieron el uso del cannabis por el este de África, desde puertos tan notables como Lamu, Mombasa y Zanzíbar, antes de alcanzar, en el siglo XV, la actual Sudáfrica. Desde las costas africanas, la marihuana emprendió su viaje a América en el siglo XVII, entrando por Brasil y dirigiéndose hacia el interior hasta colonizar la cordillera andina y dirigirse a Centroamérica, que la recibió en el siglo XIX. En esas fechas también llegó al Caribe por otra ruta, viajando con los traficantes de esclavos procedentes del Golfo de Guinea. El gran salto al sur de Estados Unidos se produjo en 1911, cuando acogió a los mexicanos que huían de la revolución. Desde allí conquistó el país que cuenta con un mayor número de consumidores.

El camino de la marihuana ha ido dejando un rastro de íntima relación con la medicina, la religiosidad y las artes. Las montañas de los Himalayas vieron nacer el Hinduismo, y es sabido que uno de los principales dioses de su panteón, Shiva, es conocido como Señor del bhang, la bebida a base de cannabis, leche, azúcar y especias que siguen elaborando en India, China, Tailandia y Birmania. Se vende en los ghats de Benarés y en las ciudades de Rajastán, y se bebe durante el Holi, la fiesta más colorista del país.

Es notorio que los sadhus, los hombres santos hinduistas, consumen charas, un concentrado de resina de marihuana, que emplean para favorecer estados de intenso misticismo. En muchos de sus monasterios se pueden ver bolas de charas entre las ofrendas, y las mejores se supone que proceden de las plantas de Cachemira y del valle Parvati, aunque también se cultiva en aldeas perdidas a tres mil metros de altura. Cuando los hippies visitaron la India, probaron charas fumado en la pipa de barro tradicional, el chilum, y desde allí extendieron su uso a Occidente.

Todas las religiones posteriores al Hinduismo, el Budismo, originario de la India, y el vecino Taoísmo chino, mantuvieron el uso ritual de la marihuana que, en el siglo VII, se incorporó a las tradiciones tántricas de Tíbet y Nepal. El cristianismo inicial no escapa a la sospecha de una vinculación con los principios activos de la planta, ya que se cree que los óleos de unción contenían cannabis, que habría influido en algunas curaciones milagrosas. El movimiento rastafari, surgido en Jamaica en los años treinta del pasado siglo entre los descendientes americanos de los esclavos africanos, tiene una fuerte inspiración religiosa y está conectado con el consumo de ganja, según el nombre local para la marihuana que tomaron de la India.

El cannabis estaba muy ligado a la música en Nueva Orleans a principios del siglo XX, en la ciudad en la que nació el jazz, donde muchos artistas y sus seguidores consumían marijuana. En los años 20 se ilegalizó, aunque grandes intérpretes adictos han contribuido a mitificar su influencia en el talento musical. Algo semejante sucedió en los años 60 y 70 del siglo pasado, cuando beatniks, hippies, soldados en la guerra de Vietnam, músicos como Bob Dylan y The Beatles, se iniciaron en el uso de drogas psicoactivas y las incorporaron a la cultura pop, contribuyendo a su expansión.

Un viaje por paisajes extremos

La silenciosa presencia de la marihuana se puede encontrar en muchas culturas, donde la espiritualidad ha tomado formas propias o se ha entretejido profundamente con la vida cotidiana. Los lugares en los que se ha mantenido su cultivo forman un conjunto de destinos llenos de interés propio. Tienen en común el apartamiento de rutas convencionales, los paisajes remotos, elevados en las montañas más inaccesibles del planeta, en las que se profesan religiones místicas, o sumergidos en la profundidad de la selva, donde el animismo tiene raíces profundas. Su interés viajero radica en conocer lugares de extrema dureza y sociedades ancladas en formas de vida ancestrales.

El viaje debe iniciarse en la cuna de la planta del cáñamo, en los áridos desiertos del centro de Asia, todavía poco visitados por los occidentales. China está abriendo sus territorios del noroeste, lugares que el turismo todavía no ha transformado. Ya se puede acceder al altiplano de Qinghai y a la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, a sus extensos paisajes casi vacíos, desde los ondulados pastos de Mongolia interior a las altas dunas del desierto de Taklamakan y las montañas del Himalaya. Sin olvidar que la Ruta de la Seda tiene en la zona uno de sus tramos más duros, con etapas fascinantes en Jotán y Kasgar.

El tren puede ser la mejor manera de acceder a Tíbet desde Qinghai, en un trayecto de incomparable belleza y gran dificultad técnica. A pesar de los riesgos que impone la altitud y de la dificultad de los permisos de visita, Tíbet supone una profunda inmersión en la espiritualidad de los monasterios budistas, encaramados en montañas sagradas, en un territorio ideal para hacer senderismo de altura. La misma naturaleza grandiosa y una cultura semejante se encuentra en el diminuto Reino de Bután, con una poderosa presencia del budismo y un alto, y exótico, índice de Felicidad Nacional Bruta. Nepal es la otra joya incrustada en los Himalayas, con el bellísimo valle de Katmandú y excelentes rutas de trekking por vertientes en las que crecen espontáneamente las plantas de cannabis.

De Cachemira a África

Las blancas cumbres del Himalaya coronan los paisajes del norte de la India, con sus laderas meridionales jalonadas por monasterios. El valle de Cachemira es uno de los lugares más hermosos del continente, con sus fértiles tierras regadas por el agua del deshielo, templos budistas en Ladakh, conocido como el pequeño Tíbet, y monasterios hinduistas de la parte de Jammu. A pesar de contar con mayoría musulmana, es tierra de sijs, entre ellos los grupos nihang de guerreros pacifistas que consumen sukha parshaad, una bebida que contiene cannabis y les ayuda a acercarse a su dios, al que rezan en el Templo Dorado de Amritsar, en el vecino Panyab. El viaje continua en la costa oeste de la India, visitando los puertos de atraque de los antiguos barcos omaníes con base en Mascate, que comerciaban en los maravillosos paisajes lacustres de Kerala, en el extremo sur de la India, famoso por producir un chara extraordinario, el Kerala Gold, en uno de los estados más singulares del país por su belleza y alto nivel de desarrollo humano.

Los mismos navegantes omaníes introdujeron la marihuana en la costa africana del Índico, cerca de la que se encuentran hoy tres países, Kenia, Malaui y Sudáfrica, que son importantes cultivadores. En el extenso litoral índico se conservan varias reliquias de la cultura suajili de los marineros musulmanes. El intacto archipiélago de Lamu, en el norte de Kenia, con sus islotes de desiertas playas virginales en las que descargan los dhows, los viejos barcos de madera de vela triangular. En el sur de Kenia, la populosa Mombasa conserva su centro antiguo en una isla litoral defendida por el mar, de la misma manera que el fascinante archipiélago de Zanzíbar, próximo a la costa de Tanzania, que ofrece una inmensa belleza natural y muestra en Stone Town un fragmento de Arabia en pleno Índico africano.

De Nigeria y Marruecos a Europa

Los árabes también diseminaron las plantas de cannabis en sus campañas terrestres por el norte de África. Se sabe que ya se cultivaba en Egipto en tiempo de los romanos, en el fértil delta del Nilo, el de las fascinantes cacerías de patos recogidas por Lawrence Durrell en su Cuarteto de Alejandría, y que era generosamente consumida en los cafés de El Cairo. El paisaje lacustre del delta, unido al urbano de Alejandría, merecen un viaje, más allá del recorrido de los monumentos antiguos que orillan el río sagrado en El Cairo y entre Luxor y Asuán.

De Nigeria y Marruecos procede buena parte del cannabis que entra en Europa. Si el primero no es demandado por los viajeros, el segundo es uno de los países más bellos del mundo, no sólo en el norte, en las montañas del Rif, también en la cordillera del Atlas, que guarda emocionantes caminos senderistas al pie de las cumbres nevadas, entre aldeas de casas de adobe y palacios olvidados. Además de sumergirse en la arquitectura y el arte medievales de las ciudades imperiales marroquíes, es posible visitar el hermoso valle de las casbas que utilizaban las caravanas en busca del paso hacia Marrakech, camino de acceso hoy a las dunas de Merzouga y al Valle del río Draa, cuyas aguas se traga el Sáhara cerca de Zagora.

Siguiendo el itinerario que condujo la marihuana hasta América se debería cruzar el Atlántico hasta las costas de Brasil. Una vez allí, penetrar en la selva, pasar a Paraguay, Bolivia, y adentrarse en los paisajes andinos de Perú, Ecuador y Colombia hasta Centroamérica, México y el Caribe, donde la presencia del cannabis es muy reciente, al igual que en Estados Unidos y Canadá, convertidos en los últimos años en grandes productores. Esa ruta ensarta paisajes extremos. La selva brasileña del río Amazonas, o la del Pantanal, donde el Mato Grosso da paso a Paraguay en lugares de extrema pobreza, que empuja a los campesinos al cultivo ilegal para sobrevivir. En Bolivia, ningún viajero debe dejar de visitar el altiplano en el que se extienden las maravillas naturales del lago Titicaca y el salar de Uyuni. En las alturas de Bolivia y Perú los indígenas mascan hoja de coca para combatir la falta de oxígeno, y no resulta extraña la siembra de otras especies botánicas psicoactivas.

Plantaciones clandestinas en Colombia

Antiguas culturas han dejado su huella en los paisajes descomunales de los Andes. Los incas de Perú lo hicieron en Cuzco y en el laboratorio agrícola de Machu Picchu, y también en Ecuador, que merece ser recorrido siguiendo la Avenida de los Volcanes, el alto valle interandino de más de 300 kilómetros de longitud con setenta volcanes, algunos todavía activos. Las selvas aprietan la base de los Andes en su trayecto por Ecuador y Colombia. Son tierras propicias para la marihuana, que exige deforestación y produce un enorme daño al medio ambiente. En el Pacífico colombiano se esconden plantaciones clandestinas en torno al puerto de Tumaco en Nariño, junto al Chocó, una selva impenetrable más feroz que la Amazonia.

La cintura centroamericana concentra todos los atractivos del gran viaje, cordilleras, volcanes, selvas y playas, que soportan una biodiversidad y fertilidad abrumadoras. Su gran atractivo cultural es la presencia de los restos de la civilización maya, con lugares del máximo interés en el remoto Tikal guatemalteco y en los yacimientos mexicanos de Yucatán, junto al estado de Chiapas, importante escenario de plantaciones ilegales. México es hoy uno de los grandes productores de marihuana, principalmente en los estados de Sinaloa, Durango, Chihuahua, Guerrero, Chiapas y Veracruz, inseguros para viajar por culpa del narcotráfico.

Las desaparecidas civilizaciones mesoamericanas han dejado un patrimonio extraordinario en México, un país en el que todavía existen algunas comunidades que utilizan la marihuana en sus rituales. Es el caso de los tepehuas de los estados de Veracruz y de Hidalgo, y de los indios cora del estado de Nayarit, en ambos extremos de la Sierra Madre, que inhalan humo de la planta en sus ceremonias. En Panamá, los indígenas cuna siguen viviendo en su archipiélago con una alta autonomía en la conservación de sus tradiciones, entre ellas la de considerar el cannabis como un “pedazo del corazón de dios”, que no falta en sus ritos.

Si hay un país que se vincule directamente a la presencia de la marihuana es la hermosa isla de Jamaica, con la silueta de la hoja en todas partes, en los souvenirs y en la presencia cotidiana de los rastafaris. Su cultivo es muy abundante y está perseguido, aunque, a menudo, los violentos traficantes se enfrenten en los suburbios de Kingston. Se trata de una nación con una poderosa cultura propia, de hermosas montañas, con cascadas, grutas, costas de aguas color turquesa y bellos fondos marinos. Las playas y el ritmo de vida relajado de Jamaica invitan a descansar a la sombra de los cocoteros, después de haber seguido las huellas del cannabis alrededor del planeta.

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Recibe en casa 'La revolución de la marihuana' de eldiario.eseldiario.esEste reportaje fue publicado en “La revolución de la marihuana”, número 23 de la revista de eldiario.es. Hazte socia con nuestro pack verano y te la mandamos a casaeldiario.es.Hazte socia con nuestro pack verano y te la mandamos a casa

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