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El Museo de Bellas Artes de Amberes enseña cómo traer a este siglo un museo del XIX

Sala del edificio original del Museo de Bellas Artes de Amberes

Enrique Domínguez Uceta

Amberes (Bélgica) —

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En un trabajo intenso y laborioso, cuyo coste ha alcanzado los cien millones de euros, el museo de arte más importante de Flandes ha reabierto sus puertas después de una transformación en profundidad que permite admirar sus valiosos fondos, en los que destacan las formidables pinturas de gran formato del maestro del barroco de Amberes, Pedro Pablo Rubens, autor de 27 pinturas y 600 grabados conservadas en el Museo de Bellas Artes de Amberes (KMSKA).

Si Rubens protagoniza la sala principal del museo, en el resto se reparten piezas de autores tan notables como Van der Weyden, Jordaens, Patinir, la extraordinaria Michaelina Wautier, Clara Peeters, el fascinante Jean Fouquet con su exquisita Madonna rodeada de serafines y querubines, Anton Van Dyck, Memling, y una pléyade de artistas modernos que incluye la mayor suma de obras de James Ensor, padre del arte moderno en Bélgica, obras de Modigliani y una hermosa cabeza de Pablo Gargallo.

La colección posee 8.400 objetos artísticos de los que se exponen más de seiscientos, para completar un recorrido de siete siglos a través de la historia del arte, desde el XIV al XXI, llegando hasta la participación en el museo de artistas contemporáneos que han realizado trabajos específicos para la nueva etapa que ahora inicia la institución.

Once años de trabajos y cien millones de euros después, el KMSKA ha sufrido una poderosa mutación, ha revolucionado su programa expositivo, ha crecido un cuarenta por ciento en superficie, ha transformado la manera en que se relaciona con los visitantes, y ha logrado hacerlo recuperando la misma imagen que ofrecía cuando se inauguró en 1890.

La imponente unidad del edificio, una pieza de sólido eclecticismo academicista, ha recuperado su esplendor con la exquisita restauración de sus paramentos, y de las estatuas y grupos escultóricos. Sorprende que en su interior haya crecido un nuevo museo contemporáneo, con sus propios colores, materiales y técnicas de iluminación, de manera que conviven dos conceptos espaciales, cada uno de ellos autónomo y coherente, dentro de un envase común.

La ingeniosa solución que ha permitido al museo crecer sin aumentar de volumen responde a la propuesta ganadora del concurso, firmada por el estudio KAAN Architecten de Róterdam. La idea principal ha sido respetar la organización espacial del antiguo edificio y ocupar los cuatro patios con nuevas salas, sustentadas en estructuras independientes, que siguen permitiendo que un suave torrente de luz natural se derrame hacia las profundidades del museo. Estos espacios, más una nueva planta imperceptible en cubierta y la reordenación de los viejos almacenes subterráneos, han permitido crear diez nuevas salas, en disposición más libre y menos previsible, de manera que coexisten dentro del museo dos mundos arquitectónicos muy distintos.

Las nuevas salas son de calidad sobresaliente por el aprovechamiento de la luz natural. Las más altas, en la planta cuarta, aparecen cubiertas por una malla de lucernarios que proporcionan una luz fría y uniforme de calidad excepcional. El suelo blanco actúa como difusor, logrando una insólita calidad de iluminación, que se refuerza con un leve toque puntual cálido específico para cada obra. Los efectos luminosos se adecuan en las diferentes salas nuevas, con especial acierto en las llamadas salas azules, donde se neutraliza la luz natural para que cada pieza escultórica tenga una iluminación propia.

Hay una gran habilidad en la manera en que los nuevos espacios han respetado el viejo edificio, que no ha perdido sus salas ni sus proporciones, ni su iluminación natural desde las claraboyas cenitales. Se han recuperado los materiales originales y los colores poderosos, del rosa oscuro al verde oliva, de manera que el viejo museo todavía existe con sus salas enfiladas y sus organizaciones espaciales simétricas. En conversación con la autora del proyecto, la arquitecta y profesora Dikkie Scipio, de KAAN Architecten, esta manifestó que la inclusión volumétrica en el viejo edificio en realidad ha creado “dos mundos opuestos en su interior. El edificio antiguo tiene una materialidad densa, masiva y texturada, mientras que la parte nueva es pulida, luminosa y satinada”.

La radical valoración y respeto por el edificio original está justificada, ya que la colección procede en parte del gremio de pintores de San Lucas, de Amberes, que más tarde formaría parte de la Academia de Bellas Artes de la ciudad, y pertenecería al primer Museo de Amberes fundado por Napoleón en 1810 y abierto en 1816. La colección reunida era tan importante que merecía un edificio propio para ser exhibida. Así se inauguró en 1890 el edificio diseñado por Jean-Jacques Winders y Frans Van Dijk, tras celebrarse dos concursos, que se convertiría en uno de los primeros en ser concebido para ese fin exclusivo.

Levantado sobre el lugar en que estuvo la ciudadela de la enorme fortaleza española, contaba con salas elevadas para evitar los daños que podían producir las inundaciones por la subida de las aguas del río Escalda que baña Amberes. Aún se mantiene el sistema original de trampillas en el suelo de la planta noble para escamotear las obras de gran formato en una planta inferior en caso de bombardeos o incendios, y donde durante la primera Guerra Fría se construyó un refugio para las pinturas ante la amenaza nuclear.

Durante el tiempo que ha permanecido cerrado, el museo nadie ha estado ocioso. Algunas obras han viajado por el mundo exhibiéndose en otros museos, 113 han sido saneadas y restauradas, y se ha procedido a una revisión crítica minuciosa de sus datos, profundizando en la precisión de su conocimiento e interpretación.

Las salas clásicas del museo original se han reservado para las obras de los maestros anteriores a 1880, y las blancas y luminosas de la ampliación se dedican a los artistas modernos, con especial atención al pintor belga James Ensor, de cuya obra posee el MKSKA la mayor colección del mundo. También guarda la mejor colección de piezas de Rik Wouters, con una buena selección de expresionismo flamenco, y obras estupendas de Magritte o Rodin, hasta completar siete siglos de arte relevante.

Formidable desafío expositivo

El museo ha afrontado con valentía el desafío de revolucionar y enriquecer la relación del visitante con las obras, y ha resuelto brillantemente un tema que habitualmente tiene buenas intenciones y logros mediocres. No es el caso. Entre sus decisiones, el KMSKA ha organizado las obras en torno a conceptos concretos, como propuesta para la reflexión del espectador, escogiendo argumentos como forma, miedo, color o redención, jugando a proponer miradas temáticas sobre obras que hablan por sí mismas.

En la organización de las salas se ha fomentado la proximidad, incluso la interacción, de la obra de los antiguos maestros con los autores modernos. Especial atención despiertan Los 10 del artista visual Christophe Coppens, diez instalaciones escultóricas a partir de detalles de obras expuestas, destinadas a atraer la atención de niños entre seis y doce años. Entre ellas se encuentra una gran mosca, una mano móvil gigante que parece querer atrapar al visitante, una calavera accesible o unos dromedarios, a los que se pueden subir los pequeños, inspirados en los que aparecen en La adoración de los reyes magos de Rubens, en la misma sala.

Hay iniciativas tan sorprendentes como Radio Bart, que permite a los visitantes comentar las obras con Bart Van Peer, recepcionista en el museo durante años hasta que perdió la vista, compartiendo sensaciones entre el visitante y una persona con discapacidad visual. Una sala está dedicada a las proyecciones de intervenciones y performances realizadas en el museo antes de su apertura. Si a todo esto unimos las actividades para niños y la posibilidad asomarse al trabajo de los restauradores y a los almacenes, se puede afirmar que el renovado museo ha logrado su propósito de “crear una plataforma física y mental de juego, humor, expresión y creatividad” en un “espacio para experimentar y descubrir libremente”. También han sacado una parte de los fondos de escultura al jardín que rodea el edificio, exento, que gana así una galería perimetral al aire libre, en la que destaca el estanque Fuente profunda realizado por la española Cristina Iglesias ante la fachada principal.

Además de celebrar la reapertura de uno de los grandes museos europeos, hay que apreciar la valentía, el compromiso y la calidad de la intervención sobre el mismo, que marca un camino que merece la pena valorar por la calidad del resultado, no por la ambición de los propósitos. El Museo de Bellas Artes de Amberes se convierte así en el gran atractivo de la hermosa ciudad de Amberes, que ofrece un patrimonio urbano formidable. Desde la alta catedral a la armonía de la Grote Markt frente al Ayuntamiento, pasando por el Museum Plantin-Moretus, Patrimonio de la Humanidad por haber sido la imprenta en que publicaron los autores del Siglo de Oro o el gran edificio del Havenhuis, firmado por Zaha Hadid en el puerto. Tradición y vanguardia se dan la mano en la ciudad vinculada a la memoria de Pedro Pablo Rubens, que desde Amberes llenó de obras maestras monasterios, iglesias y los palacios de nuestro Felipe IV, y que ahora ocupan lugares privilegiados en los mejores museos de todo el mundo.

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