Una extraña alianza entre aves y lobos permite que una especie amenazada siga criando en libertad
Una alianza entre depredador y presa parece contradecir las reglas más básicas de la convivencia animal. Sin embargo, la biología lleva décadas documentando relaciones insólitas en las que la amenaza se convierte en escudo, y la víctima en aliada.
No se trata de un pacto consciente, sino de un equilibrio funcional en el que ambas especies obtienen beneficios inmediatos. El depredador disuade a intrusos y competidores sin apenas esfuerzo, mientras la presa aprovecha esa protección indirecta para asegurar la supervivencia de sus crías.
Estas estrategias, observadas en múltiples hábitats, han demostrado ser más eficaces que cualquier adaptación individual. Bajo esta lógica sorprendente, un grupo de aves en peligro ha encontrado su refugio más seguro justo encima del animal que podría devorarlas.
El interés de los martinetes no está en los lobos, sino en lo que estos ahuyentan
En el zoológico Lincoln Park de Chicago, una colonia de martinetes coroninegros ha establecido su zona de cría en lo alto del recinto de los lobos rojos. La escena se repite cada primavera desde hace más de una década, cuando los primeros ejemplares comenzaron a construir sus nidos entre las ramas de los árboles que cubren el espacio destinado a esta especie de cánido, considerada en estado crítico por la U.S. Fish and Wildlife Service.
La convivencia se mantiene gracias a un comportamiento poco habitual por parte de los lobos. Según explicó Henry Adams, coordinador de gestión de fauna urbana del zoo y especialista en estas aves, los martinetes eligen esa ubicación porque les garantiza seguridad frente a otras amenazas más comunes, como los mapaches o ciertas rapaces: “Las aves muestran una preferencia clara por instalarse dentro del recinto de los lobos rojos o muy cerca de él”.
La clave no está en la protección directa, sino en el efecto disuasorio que los lobos ejercen sobre otros depredadores potenciales. Mapaches, zorros o aves rapaces evitan acercarse al área porque perciben la presencia del cánido como una amenaza mayor, incluso aunque este no interactúe con ellos de forma activa. La simple existencia de los lobos crea una especie de zona segura en la que los martinetes pueden criar con más tranquilidad, sabiendo que sus enemigos habituales prefieren mantenerse al margen.
Aunque las aves no dependen exclusivamente de los lobos, los datos recogidos por el Urban Wildlife Institute indican que la mayor parte de la actividad de cría se concentra en el área que coincide con el hábitat de los cánidos. Incluso otras especies que comparten el recinto, como los osos negros americanos, tienen un impacto menor sobre la localización de los nidos. Esto se debe, probablemente, a que los osos tienen capacidad para trepar árboles, lo que los convierte en una amenaza potencial más directa que los lobos.
Ni la caída de un polluelo ni el público curioso detienen este equilibrio peculiar
Un estudio del propio centro ha recogido datos sobre la densidad de nidos en distintas zonas del zoo, y ha comprobado que decrece de forma considerable a medida que se alejan del área que ocupan los lobos. Esa proximidad se ha mantenido constante incluso en temporadas en las que la población ha aumentado, como ocurrió este año, cuando el recuento a finales de abril identificó 768 adultos.
La protección que brindan los lobos no evita del todo los incidentes. En algunas ocasiones, los polluelos caen del nido y acaban en el suelo del recinto, donde los depredadores no dudan en comérselos. Sin embargo, según explicó Adams en una conversación con el Chicago Tribune, el equipo veterinario del zoo supervisa con regularidad la dieta de los animales para reducir estos episodios: “Queremos controlar al máximo qué comen para garantizar que su salud se mantenga en las mejores condiciones posibles”.
Al mismo tiempo, los cuidadores han restringido el acceso del público a determinadas zonas del zoo durante el periodo de cría. El objetivo principal es reducir el estrés de las aves y evitar el contacto directo con los visitantes, que podría alterar el desarrollo de los nidos.
Estas medidas han facilitado que el espacio funcione como un entorno casi natural para los martinetes, que también crían en ramas de otras especies arbóreas como el arce rojo, el abedul de río o el moral blanco.
El éxito reproductivo no garantiza la supervivencia de una colonia en riesgo crítico
Las crías comienzan a volar en junio, tras un proceso en el que ambos progenitores se turnan para incubar, alimentar y proteger a sus polluelos. Además, se ha observado un comportamiento cooperativo dentro de la colonia: algunos individuos colaboran en la cría de pequeños que no son suyos, sobre todo cuando ya han salido del nido y permanecen en las ramas más bajas.
A pesar de este éxito, la situación de la especie sigue siendo frágil. La desaparición de un antiguo núcleo de cría junto al Museo de Historia de Chicago, desplazado por obras en 2021, ha concentrado a casi toda la población estatal en un solo punto. Según alertan varios expertos citados por el Chicago Tribune, un episodio de gripe aviar o una tormenta fuerte podrían comprometer a toda la colonia.
El propio Adams, que también trabaja como ecólogo de enfermedades, confirmó que los análisis realizados el verano pasado descartaron infecciones activas o presencia de anticuerpos entre los adultos y juveniles examinados. Esa información, explicó, permitió compartir con el equipo veterinario una valoración positiva: “Desde el punto de vista de salud poblacional, fue realmente estupendo comprobarlo”.
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