Del Paleolítico a Mesopotamia: el íbice, símbolo sagrado de fertilidad y orden cósmico

Una placa de bronce del 1500 al 700 a. C., hallada en Lorestán, al oeste de Irán (en el Museo del Louvre)

Ada Sanuy

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Un estudio publicado en la revista L’Anthropologie ha puesto de relieve el papel central del íbice en el imaginario espiritual y simbólico de distintas culturas antiguas, desde el Paleolítico europeo hasta las civilizaciones mesopotámicas. La investigación señala cómo este animal no solo representaba la fertilidad y la abundancia, sino que también se vinculaba con los ciclos astronómicos y el calendario agrícola, lo que explica su presencia reiterada en el arte rupestre y en contextos rituales durante milenios.

Los investigadores destacan que el íbice fue representado en los grabados paleolíticos de Europa como un animal clave para la subsistencia y la continuidad de la vida. Sus cuernos curvados, que evocan formas lunares, y su relación con la caza lo convirtieron en una figura cargada de simbolismo. En el arte de cuevas y abrigos, la reiteración de estas figuras no se limitaba a un interés naturalista, sino que apuntaba a significados religiosos y cósmicos que trascendían lo inmediato.

Su papel iba más allá de lo agrario

El estudio subraya además la estrecha relación entre el íbice y las divinidades vinculadas al agua y la fertilidad en Mesopotamia, como Enki y la diosa Inanna. En los relieves y cilindros-sello de esta región, el animal aparece como mediador entre lo terrenal y lo divino, asociado tanto a la renovación de la vida como a la regulación de los ciclos astronómicos. La iconografía muestra que su papel iba más allá de lo agrario, insertándose en una cosmovisión donde la fecundidad de la tierra dependía de un orden celeste sagrado.

En este sentido, los autores argumentan que el íbice funcionó como un símbolo universal de conexión entre la tierra y el cielo. Su cornamenta en espiral se asoció con el movimiento de los astros y con la repetición de los ciclos lunares, fundamentales para las sociedades agrícolas. De este modo, el animal actuaba como marcador temporal, un referente que facilitaba la organización de las cosechas y de los rituales de paso vinculados al calendario.

Asa de vasija con forma de íbice alado con pezuñas sobre una máscara de Sileno, plata parcialmente dorada, aqueménida, siglo IV a. C

Trascendió fronteras geográficas y temporales

La investigación también pone de relieve que esta asociación trascendió fronteras geográficas y temporales. Desde el arte rupestre de Irán hasta los testimonios iconográficos del Próximo Oriente, el íbice aparece una y otra vez como emblema de abundancia y regeneración. Esta persistencia, explican los autores, revela que las culturas antiguas compartían un mismo lenguaje simbólico donde ciertos animales adquirían un estatus casi sagrado por su conexión con la naturaleza y el cosmos.

Uno de los hallazgos más llamativos es la continuidad de este simbolismo a lo largo de miles de años. En la Edad del Bronce, por ejemplo, el íbice siguió ocupando un lugar destacado en la iconografía ritual, lo que demuestra que no se trataba de un motivo aislado, sino de un emblema transmitido y resignificado generación tras generación. La permanencia de su figura en diversos soportes artísticos confirma su relevancia como símbolo cultural compartido.

El artículo señala que el íbice se convirtió así en un elemento cohesionador de comunidades, que veían en él no solo una fuente de alimento o un recurso cinegético, sino una encarnación de la fertilidad y la protección divina. Los rituales en los que su imagen estaba presente funcionaban como momentos de reafirmación colectiva, en los que la supervivencia del grupo se vinculaba a fuerzas cósmicas superiores.

Dimensión práctica de esta simbología

Los autores destacan, además, la dimensión práctica de esta simbología. Al ligar el íbice a los ritmos astronómicos, las sociedades podían organizar su vida agrícola y social con mayor precisión. La observación de los cielos y la repetición de sus ciclos encontraba en la figura del animal un espejo tangible y cotidiano, lo que reforzaba su importancia en la vida diaria.

Finalmente, el estudio concluye que el íbice fue mucho más que un motivo decorativo en el arte antiguo: representó un auténtico puente entre la experiencia terrenal y las aspiraciones espirituales de las comunidades humanas. Su presencia constante en el arte rupestre europeo, en la iconografía mesopotámica y en los testimonios de otras culturas atestigua la profunda huella que este animal dejó en la historia simbólica de la humanidad.

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