A comienzos de año, Los archivos del Pentágono obtenía dos nominaciones al Óscar: mejor película y mejor actriz para Meryl Streep. La cinta de Steven Spielberg cuenta la historia real de la filtración de documentos clasificados sobre la guerra de Vietnam, que se conocieron a través de The New York Times y The Washington Post. Streep interpreta a Katherine Graham, primera mujer editora del Post, que arriesgó la marca y futuro de la publicación y su propio nombre y futuro con estas revelaciones. Las informaciones supusieron una batalla entre los diarios y el Gobierno estadounidense, en la que ganaron los primeros junto a toda la sociedad, que supo así lo que se les había ocultado durante años.
El periódico que había comprado el padre de Graham siguió adelante. Ella, poco después de aquella filtración, dio el visto bueno a la investigación de dos de sus periodistas, Bob Woodward y Carl Bernstein, en lo que hoy conocemos como el caso Watergate. Woodward y Bernstein contaron con quien es quizá el filtrador más famoso de la historia, Garganta Profunda. Otra historia de héroes que reflejó el cine en Todos los hombres del presidente, con Robert Redford y Dustin Hoffman y profusión de detalles sobre cómo fue el trabajo y todas las presiones y dudas periodísticas que lo rodearon.
El cine y la televisión ha reflejado en sus historias la figura del confidente y lo ha mostrado como un héroe social. Esta figura va emparejada con la de un David contra Goliat, un gigante que puede ser un gobierno, unos directivos o una multinacional. Esos David se debaten en su interior y ven cómo su vida se arriesga o se desmorona al filtrar la información o luchar contra los monstruos. A la vez, todas esas producciones muestran para qué sirve el riesgo: para hacer del mundo un lugar mejor.
Los guionistas se han inspirado en casos reales desde hace varias décadas. En 1973 se estrenaba Serpico, que contaba la historia del policía neoyorquino Frank Serpico, el primero en denunciar los sobornos que aceptaban compañeros de su ciudad. Al Pacino interpretó a este pionero de los filtradores cinematográficos, que trabajó de forma confidencial para descubrir estos delitos. Y por supuesto, al enfrentarse a sus corruptos compañeros no tardará en ver su vida en peligro.
David contra Goliat
Diez años después de Serpico, Meryl Streep aprendía qué era eso de enfrentarse a los poderosos por el bien social y que volvería a aplicar en Los archivos del Pentágono. Lo hacía en Silkwood (1983). Basada en la historia real de Karen Silkwood, Streep interpreta a una sindicalista de una central nuclear estadounidense que denunciará las condiciones de inseguridad del lugar. Aquello le costará enfrentarse a los directivos, a sus propios compañeros… y perder la salud. La lucha es hasta la extenuación, aun sabiéndose enferma y viajando incluso a Washington para denunciar la situación ante las autoridades. El director Mike Nichols y las guionistas Alice Arlen y Nora Ephron nos muestran cómo sufrió y se convirtió en un modelo de cómo luchar contra las injusticias.
Otra mujer que luchó de forma individual contra un gigante y triunfó fue Erin Brockovich (2000), a la que Julia Roberts interpretó en una película homónima y se llevó un Óscar por ello. Brockovich era una madre soltera que se enfrentó a una compañía eléctrica que estaba envenenando el agua cercana a su pueblo, en Estados Unidos. Para ello, consiguió movilizar a la población y presentar una demanda en contra de la empresa. Con esta cinta, el equipo capitaneado por Steven Soderbergh demostraba la fuerza del pueblo anónimo frente a los poderosos, y hasta dónde se puede llegar con la obstinación de una persona.
Soplones y dilemas
Una de las películas que dejaba claro su argumento ya en el título era ¡El soplón!. Estrenada en 2009, dirigida por Soderbergh y protagonizada por Matt Damon, cuenta la historia real de Mark Whitacre, un bioquímico (Damon) que durante tres años en los 90 trabaja para el FBI. El objetivo es que el empleado aportara grabaciones sobre cómo su compañía y otras del ramo controlaban el precio de un aditivo alimentario. Con esa información, el FBI pudo investigar a las empresas.
Sin embargo, a la vez que sacaba adelante la investigación, Whitacre se quedó con dinero de la empresa y se agravó el trastorno bipolar que padecía. Y además, fantaseaba con dirigir la firma que estaba boicoteando desde dentro. Cuando se conoció el desfalco, el trabajador, como algunos de sus excompañeros responsables del delito, también fue condenado a prisión.
Cuando presentó la película en el Festival de Venecia, Soderbergh contaba que la película podría haber sido un drama, “pero teníamos un pequeño problema: Michael Mann ya había hecho El dilema, y era una obra maestra”. Y El dilema (1999) habla también de filtradores.
Inspirada de nuevo en un suceso real, en ella Al Pacino interpreta a un productor del programa de televisión 60 Minutos que cuenta con un confidente de la industria tabaquera, Jeffrey Wigand (Russell Crowe). Este le cuenta cómo las empresas introducen sustancias muy adictivas en el tabaco para enganchar a la población. El escándalo hará que su vida no vuelva a ser igual.
En la película, vemos cómo el personaje de Russell Crowe recibe amenazas de muerte (correos electrónicos, balas en el buzón…). La integridad de los filtradores se rompe cuando difunden su información; sin embargo, la película de Mann se centra también en cómo las empresas tabacaleras no salen indemnes de las revelaciones. Jeffrey Wigand sufre más (su esposa lo abandona y se lleva a sus hijas debido a la presión), pero el mundo ha cambiado a mejor.
Pero no solo están las amenazas de muerte. Está perder una forma de vida, la posibilidad de regresar a tu casa o de tener de nuevo una existencia normal. Eso es lo que nos enseña Snowden, el biópic mezcla de ficción y documental que cuenta la vida del excontratista de la NSA Edward Snowden y cómo gracias a su acción sabemos de las tareas de cibervigilancia de la agencia de seguridad estadounidense. Pero, a la vez, conocemos su nueva vida en Rusia, lejos de su familia y de cualquier opción de que todo vuelva a ser como antes.
Sobre esto, en el final de la película, el trasunto interpretado por Joseph Gordon-Levitt dice: “Creo que, si nada cambia, más y más personas en todo el mundo darán un paso al frente. Filtradores y periodistas, pero también ciudadanos normales. Y cuando aquellos en el poder intenten clasificar información, nosotros los desafiaremos. Y cuando intenten intimidarnos sacrificando nuestros derechos humanos básicos, no nos intimidarán, no nos rendiremos y no nos silenciarán”. A continuación, el Snowden real aparece y recuerda cómo perdió todo (“una vida estable, un amor estable, familia, futuro”). Sin embargó, “gané una nueva vida, y soy increíblemente afortunado”.
Luchando contra los gobiernos en la televisión
Los seriéfilos también pueden disfrutar de historias como estas. Un ejemplo es Person of Interest. En esta serie, Harold Finch (Michael Emerson) es un multimillonario que diseñó un ordenador para el Gobierno estadounidense tras el 11S. Con él, sería posible predecir ataques terroristas con información como correos electrónicos o grabaciones de cámaras de seguridad, pero también otros delitos, como asesinatos. Con el paso de los años, Finch se alía con un exagente de la CIA (Jim Caviezel) para evitar esos crímenes que el Ejecutivo desechó porque no implicaban a la seguridad nacional. Pero con el desarrollo de las temporadas vemos que también trabajan para evitar que las autoridades usen La Máquina (así se conoce al ordenador) para espiar a los ciudadanos.
Más allá de la ficción, la cadena estadounidense CBS ha emitido este verano Whistleblower, una serie de ocho episodios enmarcada en el género del true crime (crímenes reales). En cada episodio se relata la historia de unos personajes anónimos que investigaron a cardiólogos que practicaban operaciones que no necesitaban sus clientes o denunciaron a los centros en los que trabajaban por estafar a estudiantes y autoridades. La CBS calificaba el programa como “historias de David contra Goliat de la vida real, de personas heroicas que se lo jugaron todo para exponerse a delitos a menudo peligrosos”. De sus protagonistas añade que arriesgaron “sus carreras, sus familias e incluso sus vidas para garantizar que otros no fueran perjudicados o muertos por la codicia corporativa desenfrenada e inmoral”.
La lista puede continuar. Está el personaje de Rachel Weisz (que también se llevó Óscar por ello) en El jardinero fiel (2005), una activista asesinada antes de denunciar a una farmacéutica; o el de Naomi Watts en Caza a la espía (2010), una exagente de la CIA que tiene que defenderse después de que se ponga en duda la veracidad de un informe que redactó sobre armas de destrucción masiva en Irak. De nuevo, ambas películas basadas en hechos reales. Por suerte o por desgracia, las injusticias que se viven en el mundo real con los confidentes dan para muchas películas. Y para que nosotros aprendamos lecciones de vida y de valor.