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Felipe G. Gil

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Varios helicópteros sobrevuelan una colina mientras lanzan margaritas. Medio millón de personas baila, bebe y fuma mientras en el escenario se suceden los grupos de música. Estamos en el año 1969, en el famoso festival de Woodstock. Una de las personas que estaba allí, Elizabeth Pimentel, cuenta en una entrevista con motivo del cincuenta aniversario: “¿Cómo no íbamos a pensar que cualquier cosa era posible?”. Cuando uno cree que todo es posible es cuando formula una utopía. Algo parecido ocurrió con algunos de los pioneros de Internet.

“Estamos creando un mundo en el que todos pueden entrar, sin privilegios o prejuicios debidos a la raza, el poder económico, la fuerza militar, o el lugar de nacimiento. Estamos creando un mundo donde cualquiera, en cualquier sitio, puede expresar sus creencias, sin importar lo singulares que sean, sin miedo a ser coaccionado al silencio o al conformismo. Vuestros conceptos legales sobre propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto no se aplican a nosotros”, afirmaba John Perry Barlow en 1996 con su famosa Declaración de Independencia del Ciberespacio.

Las utopías marcan el camino y suelen generar ideología. Sería injusto no leerlas a posteriori como un deseo irrefrenable por intentar construir un mundo mejor. Pero lo cierto es que enfrentar la imagen de un mundo idílico, igualitario y conectado colectivamente a la imagen de un mundo digital dominado por Amazon, Facebook, o Google genera una distorsión poderosa. De repente escuchamos a Perry Barlow como un lejano orador con eco que no danza colectivamente en un lugar de paz y armonía sino que habla a solas. Poco a poco su voz va sonando más hueca y enlatada, tipo Hall en 2001: Odisea en el Espacio o tipo Samantha en Her. Ahora, una agradable música acompaña de fondo la locución. Volvemos a escuchar la frase “estamos creando un mundo en el que todos pueden entrar” junto con un leve y homogéneo bullicio. Es el hilo sonoro de una tienda en un centro comercial. Hemos viajado de 1996 a 2020. En un mundo plagado de centros comerciales (físicos y online), ¿sigue viva la utopía digital?

Tim Berners Lee, quien inventara el protocolo de la World Wide Web, lleva varios años inmerso en una batalla por conseguir una red que luche contra la desigualdad y no que la reproduzca: “Desde el principio sabíamos que una tecnología poderosa se utilizará para el bien y para el mal, al igual que todas las otras tecnologías similares. Pero inicialmente nuestro sentimiento filosófico era que la web debía ser un medio neutral. No corresponde a la web tratar de corregir a la humanidad. Con suerte, la web llevaría a la humanidad a estar más conectada y, por lo tanto, tal vez más comprensiva consigo misma y, por lo tanto, tal vez menos centrada en el conflicto. Esa era nuestra esperanza. Pero, en general, esperábamos que la vida cotidiana en la web fuera como la vida cotidiana en la calle”, declaraba Berners Lee recientemente a la revista Time.

Las fundación de Berners Lee ha investigado que efectivamente existen colectivos concretos que sufren los efectos de la situación actual de Internet y este afirma sin titubeos: “Hay un dominio en la red actual de hombres blancos ricos. Las mujeres y las razas minoritarias no están tan bien representadas”. Y de hecho, el Brexit o la irrupción de Trump han sido dos incidentes políticos que nos han recordado que la tecnología puede no ser neutral y que no hay nada garantizado: “De repente nos dimos cuenta de que en realidad tenemos que asegurarnos de que la web esté sirviendo a la humanidad. No solo manteniéndola libre y abierta, sino asegurándonos de que las cosas que las personas construyen en este espacio realmente estén ayudando a la democracia”, concluye Berners Lee en la entrevista.

¿Es la privatización de la red parte del problema? Ofelia Tejerina, presidenta de la Asociación de Internautas trata de zambullirse en el debate en busca del equilibrio: “Obviamente la privatización es en parte necesaria, porque si no hay empresas privadas favoreciendo la difusión o la implantación de estas redes de forma correcta, con la calidad necesaria, pues va a ser muy difícil que un gobierno pueda hacerlo como servicio público sin ningún tipo de ayuda. Es más, es incluso peligroso que esto solo estuviera en manos de los Gobiernos”. Al mismo tiempo, Tejerina nos recuerda que las empresas privadas no siempre garantizan ser un servicio equitativo, justo y universal para la población: “Nosotros somos firmes defensores de la neutralidad de la Red y creemos que las redes tienen que ser un servicio útil al ciudadano. No se puede permitir que aquellos que aportan esa infraestructura para las redes de los operadores de telecomunicaciones tradicionales puedan tener el control sobre el tipo de contenidos que circulan a través de estas redes”.

El dudoso proceder

Las grandes empresas que dominan Internet se han visto envueltas en numerosas polémicas acerca de su forma de proceder. Desde el famoso escándalo de Cambridge Analytica por parte de Facebook a la multa de 1.490 millones impuesta por Bruselas a Google por prácticas monopolísticas en 2019. En este sentido, el activista en defensa de los derechos digitales Txarlie Axebra opina que el problema no es la privatización per se: “En realidad creo que la cuestión no es tanto si ha sido privatizada sino que han dejado de aplicarse las leyes antimonopolio (...) A día de hoy no existe ninguna plataforma que te permita hablar con usuarios de WhatsApp que no sea WhatsApp. No hay ninguna red social que permita hablar con usuarios de Twitter que no sea el propio Twitter, etc”. Para Axebra, esto vuelve a redundar en lo que apuntaba Berners Lee: el monopolio perjudica a la ciudadanía. “En el momento en que eso sucede, el perdedor es el usuario, aunque obviamente dentro de los usuarios no todos se ven igualmente afectados porque las diferencias de clase, nacionalidad, etc. siguen existiendo”, advierte.

Acrecentando problemas

De hecho, hay proyectos que ponen en el centro esta cuestión para denunciar que la utopía digital no solo no se produjo sino que con el paso de los años se han ido acrecentando otros problemas de carácter social y político. Wikiesfera, por ejemplo, es un proyecto que nació en 2015 impulsado por la periodista y activista Patricia Horrillo ante la aplastante realidad de que solamente el 10% de las editores eran mujeres y eso genera una narración de la historia incompleta. “Wikipedia tiene los sesgos que hay en la sociedad, desde las lenguas, que no todas las lenguas tienen su propia Wikipedia. Tiene una carencia importantísima de toda la cultura que no sea la europea y la occidental. Y luego hay otra brecha que también es muy preocupante y que tiene que ver con el género”, decía Horrillo en una entrevista.

En 2017, la administración de Trump decidió cancelar las regulaciones que garantizaban la neutralidad en la red. En la práctica suponía crear un Internet de dos velocidades: uno para ricos y otro para pobres. Eso y dar rienda suelta en cuanto a restricciones de contenidos a los proveedores de Internet. Muchos activistas, periodistas y agentes sociales protestaron enérgicamente. Una de ellas fue la periodista especialista en antirracismo Collette Watson, que escribía en Free Press: “Las culturas corporativas son dictadas por el dinero. Internet debería ser dictado por las personas. El futuro ya está aquí: son podcasts, programas web, series independientes y películas y otro contenido online creado por muchas personas y que refleja las voces de todos. Ese futuro está en peligro a menos que luchemos por preservar la neutralidad de la red, que es 100% esencial para garantizar que se cuenten estas historias”. O, en la misma línea, Claire Lancaster firmaba un texto en el que recordaba “por qué la neutralidad en la red es un tema importante para el feminismo”.

Y es que al final, si Internet es como la calle, tal y como decía Berners Lee, los problemas son los mismos. Para Margarita Padilla, ingeniera y programadora especializada en software libre y autora del libro El kit de la lucha en Internet, la soberanía de Internet es central en este debate: “La red es parte del mundo y está sometida a las mismas relaciones de fuerzas económicas y geopolíticas que cualquier otra cosa”. Y, en su opinión, la clave está en cómo la falta de soberanía ciudadana sobre la red se transforma en una pérdida de capacidad para intervenir políticamente sobre la realidad: “Afecta a todos los grupos sociales que pierden agencia, que no alcanzan a acceder a los conocimientos tecnológicos que permiten una relación activa y soberana con las tecnologías”.

Para Padilla, esto se traduce en última instancia en una pérdida de salud personal, medioambiental y política: “En sociedades tan tecnificadas como las nuestras, esta pérdida de soberanía tecnológica finalmente se expande como pérdida de soberanía sobre el cuerpo y la salud, sobre las relaciones sociales, sobre el cambio medioambiental...y últimamente estamos viendo incluso cómo se convierte en pérdida de soberanía política”, concluye.

La declaración de Independencia de la Red imaginaba un mundo mejor, idílico, luminoso. Pero la precariedad laboral, el precio de la vivienda, los niveles de pobreza infantil o el cambio climático nos recuerdan que el mundo también puede ser mucho peor de lo que imaginamos, hostil, oscuro. ¿El neoliberal centro comercial se ha impuesto al hippie Woodstock? ¿Quizás la dicotomía se quede corta y el mundo ya sea mucho más complejo? Lo que parece seguro es que la batalla por la soberanía de Internet y que la tecnología sea un derecho social que no genere desigualdad sino que la combata es el diagnóstico de quienes, aunque transitan con resignación los centros comerciales, no olvidan las utopías digitales.

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