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Padres e hijos que se reencuentran entre rejas: “Nos moriremos de pena”

Protesta en Nueva York contra la política migratoria de Trump

Patrick Timmons

Karnes (Texas) —

Jorge “hijo” tiene ocho años y una actitud ausente. Durante nuestra visita de una hora al centro de detención de migrantes no aparta la mirada de una mesa.

“Ha perdido 1,8 kg desde que estamos aquí. No es el mismo niño de antes”, indica su padre, Jorge. “El psicólogo me preguntó si le quería dar medicación. Le dije que la mejor medicina sería recuperar la libertad. Lo único que necesitamos es ser libres”.

Los últimos meses han sido traumáticos para padre e hijo. Tras cruzar ilegalmente el Río Grande y llegar a Texas, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos les arrestó y separó. Al niño lo enviaron a un centro de acogida de inmigrantes menores de edad durante un mes mientras que el padre fue procesado por un sistema judicial que aplica el nuevo criterio de “tolerancia cero”.

Precisamente, este mes The Guardian está impulsando un exhaustivo proyecto de periodismo de investigación en torno a la política de tolerancia cero hacia los migrantes que entran a Estados Unidos de forma ilegal. Si bien ahora padre e hijo vuelven a estar juntos, deben enfrentarse a una nueva situación horrible: la detención indefinida.

A principios de septiembre, The Guardian se reunió con tres padres que han vuelto a reencontrarse con sus hijos pero que permanecen encarcelados en el centro de detención de Karnes, situado a una hora al sudeste de la ciudad de San Antonio. The Guardian entrevistó a Jorge y a su hijo, de nacionalidad hondureña; a Franklin y a su hijo Franklin, también hondureños, y a Elmer y a su hijo Heyler, de Guatemala. Forman parte de los 800 “residentes” en una cárcel en la que la mayoría de los menores han estado detenidos por un tiempo que supera el límite legal de 20 días.

“Todos hemos sido detenidos con nuestros hijos y no tenemos ni idea de cuándo saldremos. Mi hijo Franklin y yo llevamos 53 días entre rejas. Cuento los días”, explica Franklin en una conversación telefónica posterior a nuestra visita. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE por sus siglas en inglés) de Estados Unidos prohíbe a los periodistas llevarse del centro de detención grabadoras o cuadernos de notas.

Las tres familias huyeron de su país por miedo y solicitaron asilo político cuando fueron llevadas al centro de detención de inmigrantes. Mientras estaban separados de sus hijos, los tres padres no consiguieron superar la entrevista que evalúa si el miedo que según ellos los llevó a “huir” de su país es “creíble”, una condición necesaria para obtener asilo. Los tres van a recurrir el resultado.

“Si mi hijo no vendía drogas, lo mataban, así que decidí salir del país”, explica Franklin, en referencia a las amenazas que recibió su hijo de las maras que operan cerca de la capital, Tegucigalpa. Atravesó México agarrándose en el techo de un tren de carga llamado La Bestia, con su hijo atado en su cinturón para que no se cayera.

Jorge huyó de la región de Olancho en Honduras por razones similares. “Solía ser un lugar agradable hasta que llegaron tipos malos que empezaron a extorsionar, matar, y a vender y a traficar con drogas. Muchos lugareños optamos por irnos”, explica. “No quiero dar nombres porque si salen en un medio de comunicación podría haber represalias.”

“En Guatemala me quieren muerto”, cuenta Elmer que explicó a los funcionarios de los servicios de inmigración cuando llegó al cruce fronterizo de Roma, en el estado de Texas, y solicitó asilo. En su pueblo natal, El Chal, situado en la región guatemalteca de Petén, fue extorsionado por una banda que ya había asesinado a su cuñado.

“La autoridad me espetó que en Estados Unidos también hay asesinos. No vamos a concederte asilo, vamos a separarte de tu hijo”. Durante un mes, Elmer no pudo hablar con su hijo; de hecho, ni siquiera conocía su paradero: “Lo secuestraron, eso es lo que hicieron”.

Solicitantes de asilo entre rejas

Antes de que empezaran a impulsarse las medidas de tolerancia cero, los solicitantes de asilo solían quedar en libertad mientras tramitaban la solicitud. Sin embargo, ahora todo aquel que cruza la frontera de forma ilegal es procesado por la vía penal antes de ser llevado a un centro de detención de migrantes, incluso si explica a los agentes de la Patrulla Fronteriza que ha huido de su país para salvar la vida. Ahora los migrantes tienen menos posibilidades que antes de quedar en libertad bajo fianza o en libertad condicional.

Mientras los padres eran procesados, sus hijos fueron enviados a miles de kilómetros de distancia. Heyler y Jorge terminaron en Nueva York. Franklin no sabe a dónde fue enviado su hijo. “Me dijeron que a un refugio en Texas pero el chico afirma que fue en avión, así que creo que lo enviaron a California”, indica.

A los niños les cuesta asimilar que están en la cárcel. Franklin quiere salir y jugar con caballos. En Honduras solía ver a su padre entrenar caballos para competiciones de doma.

Heyler describe la “escuela” del centro de detención como un lugar donde simplemente juega o mira televisión. “No aprendemos nada”, lamenta. Es difícil conciliar el sueño. Si bien cada familia tiene una habitación, los padres explican que por la noche los guardianes pasan cada 30 minutos; llaman a la puerta y los despiertan.

La pérdida de peso del pequeño Jorge ha llamado la atención del personal del centro de detención y preocupa a su padre: “Si no come, me acusan de ser un mal padre y me amenazan con separarme de él.

Un nuevo tipo de trauma

Cuando ya pensaban que no los volverían a separar de sus padres, Elmer y Jorge revivieron una experiencia traumática el pasado 15 de agosto, cuando agentes antidisturbios de los servicios de inmigración volvieron a separar a catorce padres de sus hijos y se llevaron a los adultos a un centro de detención situado a dos horas de Karnes.

“Lo hicieron a las dos de la tarde, cuando los niños estaban en la escuela”, explica Jorge: “Nos pusieron en confinamiento solitario y todos lloramos”.

Unas 28 horas más tarde les llevaron de vuelta a Karnes y volvieron junto a sus hijos. Una portavoz de la agencia ha explicado a The Guardian que la redada fue una respuesta a un “disturbio” que involucró a unos cuarenta hombres. “La agencia de San Antonio desplegó recursos adicionales de las fuerzas de seguridad para controlar la situación”, indica y confirma que dieciséis hombres fueron reubicados temporalmente. “Nadie resultó herido durante este incidente”.

“Los niños estaban muy tristes; pensaron que nunca más nos volverían a ver”, indica Jorge: “Y nosotros también estábamos tristes por la misma razón”. Desde entonces, si los adultos se juntan en grupos de tres o más personas, los guardianes les obligan a separarse.

“Y entonces quieren saber sobre qué estábamos hablando. Les indicamos que nos contamos chistes y compartimos nuestras experiencias”, señala Elmer.

No queremos seguir en este sitio

Tras meses en la cárcel, los padres están perdiendo la esperanza. Todavía preferirían quedarse en Estados Unidos pero quieren poder defender sus solicitudes de asilo en libertad.

Se supone que el “acuerdo Flores”, la jurisprudencia que establece el trato que debe darse a los migrantes menores de edad, limita a 20 días el máximo de tiempo que un niño puede permanecer en un centro de detención. Según Manoj Govindaiah, el responsable legal de Raíces, un centro que proporciona asesoramiento legal a migrantes, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas afirma que como los padres están recurriendo sus evaluaciones y quieren permanecer junto a sus hijos, los menores deben quedarse en el centro.

“La actuación del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas es completamente arbitraria”, puntualiza, algunas familias son puestas en libertad mientras que otras, no. Desde que a principios de año las autoridades empezaron a separar a los menores de sus padres, seis abogados y seis ayudantes de Raíces llevan los casos de Karnes.

“Lo que hace el ICE es completamente arbitrario”, dijo Govindaiah. Algunas familias quedan en libertad, mientras que otras no. “Es casi imposible que nuestros clientes, muchos de los cuales huyeron de la violencia con sus hijos, puedan entender esta situación y, de hecho, la política de tolerancia cero y de separación familiar los ha traumatizado más que las experiencias vividas en el pasado”, indica Govindaiah.

Elmer está perdiendo la esperanza. “Estamos entre rejas desde finales de julio”, lamenta: “No quiero seguir aquí. No queremos revivir esto nunca más”.

Jorge hijo estaba desesperado porque no quería celebrar su cumpleaños, a finales de septiembre, en Karnes. “Y sin embargo, seguimos detenidos”, indica su padre, sin saber si le concederán asilo o será deportado. “Están castigando a nuestros hijos. Vamos a morir de tristeza”.

Traducido por Emma Reverter

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