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The Guardian en español

No seáis educados con los demagogos

Los partidarios de Trump y algunos progresistas confundidos quieren “pasar página” y afirman que la campaña de Trump no fue racista

Jessica Valenti

Cuando mi padre era joven, vivía en Queens, Nueva York, y tenía buena relación con un hombre mayor; una institución del barrio que solía sentarse en la calle, frente a la lavandería de mi familia, para poder hablar con los transeúntes. Un día, sus hijos, ya adultos, lo convencieron para que pusiera su apartamento a su nombre; poco después, lo expulsaron de su hogar.

Aunque consiguieron que su padre se fuera, su plan se torció: la gente los increpaba cuando iban por la calle, los vecinos los insultaban y los tenderos del barrio se negaban a venderles alimentos.

Obviamente, esta humillación pública no sirvió para compensar el daño que le hicieron a su padre, pero sí mandó un mensaje inequívoco sobre lo que es inaceptable para la comunidad.

En un contexto en el que los estadounidenses hacen esfuerzos por procesar la victoria de Donald Trump, es más importante que nunca que aprendamos una lección: avergonzar a personas que han hecho algo vergonzoso no tiene nada de malo. Y apoyar a un fanático fascista es uno de los comportamientos más vergonzosos que existen.

Sin embargo, desde la noche electoral nos han repetido que llamar fascistas a los que votaron a Trump no tiene sentido y es erróneo. Los hombres blancos, para los que el racismo y el machismo no son realidades dolorosas sino una mera reflexión, son los principales defensores de esta lógica, según la cual “las políticas de identidad” perjudicaron al Partido Demócrata y el resultado electoral es una constatación del fracaso del feminismo.

Los partidarios de Trump y algunos progresistas confundidos quieren “pasar página”, y afirman una y otra vez, a pesar de que todo apunta en la dirección contraria, que la campaña de Trump no es racista ni machista. Con esta actitud, están propiciando que los estadounidenses sean educados con los demagogos.

La frontera de lo permisible es muy clara y no podemos retroceder. No solo porque se merecen que los avergoncemos sino también porque si lo hacemos obtendremos resultados. En estos momentos, preferimos evitar palabras como “machista” o “racista” porque somos conscientes de que es una vergüenza ser así. Existe un motivo por el cual tu tía, que votó a Trump, afirme, sin que venga a cuento, que sus vecinos homosexuales son unos padres excelentes. Por este mismo motivo, mi prima conservadora cuelga en su Facebook infinidad de fotografías de personas de color que asisten a mítines del Partido Republicano.

Quieren demostrar, a toda costa, que son buenas personas y que actúan de buena fe, aunque apoyen políticas que son horribles. Saben que lo que hacen está mal. Nuestra obligación es recordárselo, porque cuando no lo hacemos, ellos optan por el autoengaño. Y es por este motivo que las personas que están en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo se autodefinen como “tradicionales” o que un miembro del Partido Republicano puede hacer un comentario racista sobre la Primera Dama (Michelle Obama) y luego afirmar que no es racista sino “políticamente incorrecto”. Hemos llegado a un punto en el que incluso los miembros del Ku Klux Klan afirman que ellos no son supremacistas blancos.

Estas personas están convencidas de que, si consiguen esquivar etiquetas, su comportamiento automáticamente deja de ser detestable. Sin embargo, algunas palabras, como “misógino”, “racista” y “homófobo” no solo nos sirven para describir a algunas personas de forma muy precisa sino que además tienen una fuerte carga. Y es por esta razón que se deben seguir utilizando; en los medios de comunicación, en debates políticos y durante una comida familiar.

Es cierto que llamar a las cosas por su nombre no cambiará las ideas políticas de los demás, pero no tiene sentido que elogiemos la “naturaleza bondadosa” de aquellos que han hecho un frente común con el odio.

Ellos ya tomaron una decisión. Ha llegado la hora de que nosotros hagamos lo mismo.

En vez de inclinarnos y reforzar la autoestima de los fanáticos, podemos enviar un contundente mensaje y afirmar sin tapujos que queremos un país progresista. Podemos negarnos a normalizar el fanatismo y avergonzar a los partidarios de Trump. Así es como se construye una sociedad más justa. No debemos arrodillarnos ni aceptar una lógica errónea; debemos mantenernos firmes y defender la verdad.

Traducido por Emma Reverter

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