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OPINIÓN

La muerte de Epstein es una victoria para la misoginia

El magnate Epstein fue hallado muerto en su celda.

Moira Donegan

Jeffrey Epstein está muerto. El presunto traficante de sexo fue hallado inconsciente en su celda en el Centro Correccional Metropolitano de Manhattan el sábado, donde estaba detenido a la espera de ser llevado a juicio. Su muerte fue declarada un suicidio por las autoridades. Tras un incidente a fines de julio en el que Epstein fue encontrado en el suelo de la celda con marcas en el cuello, al exfinanciero se le aplicó un protocolo de cuidado especial por riesgo de suicidio, pero según la cadena NBC News, en el momento de su muerte nadie lo estaba vigilando.

El día previo a la muerte de Epstein se levantó el secreto de sumario de una denuncia civil realizada por una presunta víctima contra Ghislaine Maxwell, la heredera de la alta sociedad británica que fue durante mucho tiempo amante, empleada y presunta cómplice de Epstein. En los documentos se alega que Epstein estaba en el centro de una red internacional de tráfico sexual que, según la víctima, proveía mujeres jóvenes y niñas a hombres poderosos.

Entre ellos están el exgobernador de Nuevo México Bill Richardson, el ex senador por el estado de Maine George Mitchell, el multimillonario Thomas Pritzker, el director de un fondo de inversión Glenn Dubin, el científico Marvin Minsky, el abogado Alan Dershowitz y el príncipe británico Andrés de York. Los acusados rechazan los cargos.

Las acusaciones en torno a Epstein ya han hecho dimitir al secretario de Trabajo, Alex Acosta, que cuando era fiscal del Estado ofreció a Epstein un acuerdo judicial inusualmente indulgente por la primera denuncia contra el multimillonario por explotación infantil en 2008.

Desde que el año pasado el Miami Herald publicase un informe con detalles de los supuestos delitos y tras su arresto a principios de julio, el caso de Epstein ha estado cubierto por un halo de oscura conspiración, confirmando así las sospechas de larga data sobre la misoginia y la corrupción moral de los hombres ricos.

El caso también ha demostrado hasta qué punto los hombres blancos con dinero pueden manipular un sistema judicial corrupto y racista para evadir a la justicia, incluso cuando son acusados de los crímenes más aberrantes. Epstein socializaba con personas de ambos partidos políticos estadounidenses: era amigo de conservadores de la talla de Donald Trump y Dershowitz, y de demócratas como Bill Clinton y Bill Richardson.

Por eso, para muchos analistas este caso ha tenido un efecto caleidoscópico: sean quienes sean tus enemigos, siempre podrás utilizar el caso Epstein para confirmar que está bien odiarlos.

Este tipo de interpretaciones de la saga Epstein no suele tener en cuenta a sus víctimas, que se alega que son docenas. Niñas y mujeres jóvenes que vivían en circunstancias difíciles o peligrosas fueron presuntamente atrapadas en una red de tráfico, explotación sexual y estupro.

A estas niñas, que hoy son mujeres, la muerte de Epstein las priva de obtener justicia. Deben seguir viviendo con el trauma, la humillación y la deshumanización que conlleva el abuso, mientras que él se salvará del recuento de sus crímenes en la prensa, ni se presentará ante un tribunal por ellos, ni se enfrentará a una condena a prisión.

Muchas de las víctimas de Epstein mantienen el anonimato, pero las que han hablado nos han indicado que el abuso sexual que cometía contra niñas y mujeres jóvenes era presuntamente violento y prolífico. Según los documentos del caso Maxwell que se dieron a conocer el viernes, en al menos una ocasión, el abuso de Epstein fue tan violento que Virginia Giuffre, la denunciante en ese caso y presunta víctima de tráfico sexual, tuvo que ser llevada al hospital. Giuffre presentó ante el tribunal el historial médico que lo prueba.

Ahora que Epstein está muerto, ya no podrá responsabilizarse de sus delitos ante el público. Ya no tendrá que enfrentarse a sus víctimas en los tribunales. El sistema judicial no tendrá que defender el principio frecuentemente ignorado de que nadie, ni siquiera un hombre muy rico, está por encima de la ley.

No habrá juicio y es probable que las pruebas reunidas por las investigaciones no se harán públicas. Su muerte facilitará a que sus crímenes permanezcan secretos y que quienes lo ayudaron, o participaron de ellos, queden impunes. Jennifer Araoz, una víctima de Epstein, le dijo a la cadena NBC News: “Estoy enfadada porque Jeffrey Epstein no tendrá que enfrentarse en los tribunales a quienes sobrevivimos a sus abusos. Nosotras debemos vivir con las marcas de sus acciones por el resto de nuestras vidas, mientras que él no se enfrentará a las consecuencias de los delitos que cometió”. Ella y el resto de las víctimas se merecen algo mejor que esto.

Tras la muerte de Epstein, en seguida aparecieron teorías conspirativas. Los analistas de derechas especularon que había sido asesinado por progresistas poderosos; aquellos de izquierdas especularon que lo habían matado conservadores poderosos. Estas teorías no estaban basadas en pruebas, que hay muy pocas, sino en afirmaciones de aquellos que alegan que no se puede confiar en las autoridades.

Puede ser que las especulaciones estén equivocadas. Los expertos en derecho penal han señalado que los suicidios de reclusos son comunes y que los detenidos en cárceles federales suelen estar muy descuidados. Además, la elaboración de estas teorías conspirativas no hace más que distraer de la enorme injusticia que están sufriendo las víctimas de Epstein. Los que abogan por teorías conspirativas también ponen en peligro los esfuerzos por llevar a los cómplices de Epstein al banquillo: sus teorías de que el financiero fue asesinado para encubrir violaciones y abusos cometidos por hombres poderosos que querían callarlo puede dejar bajo sospecha a cualquiera que pretenda remarcar la amplitud de su supuesto círculo de pedofilia, haciendo que los pedidos de que se investigue a hombres como Dershowitz, Pritzker y Dubin parezcan delirios de locura.

Sin embargo, los sentimientos de quienes expresan esas teorías conspirativas -específicamente, que los relatos de los funcionarios suelen ser incompletos o poco confiables, y que los funcionarios electos son capaces de cualquier cosa con tal de evadir a la justicia y conservar el poder- son comprensibles. ¿Qué mejor prueba se puede pedir de que las élites son corruptas, cobardes y capaces de las peores maldades, que el mero hecho de que Epstein pudo cometer todos esos abusos durante tanto tiempo?

Otra razón por la que han surgido tan prolíficamente las teorías conspirativas tras la muerte de Epstein es que el patriarcado opera con una eficiencia tan despiadada a la hora de negarles un resarcimiento a las víctimas de abuso sexual, que puede parecer que hubiera fuerzas del mal conspirando contra los derechos de las mujeres en habitaciones oscuras y llenas de humo. La muerte de Epstein significa que no se hará cargo de sus delitos, y de esta forma su muerte es un triunfo de la misoginia. Ha arrebatado la posibilidad de obtener justicia a sus víctimas, que por un momento breve pensaron que iban a poder enfrentarlo en los tribunales. Pero aunque Epstein ya no pueda ser juzgado, la investigación de sus delitos y de sus cómplices puede y debe continuar. Todavía se puede juzgar a muchos responsables. Pero con su muerte, Epstein ha evitado enfrentarse a las mujeres que hirió. En ese sentido, se ha convertido en otro hombre más que pensó que podía hacer daño a mujeres sin tener que responder por sus actos - y al final tuvo razón.

Traducido por Lucía Balducci

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