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The Guardian en español

Tres semanas es todo el tiempo que necesitó el atacante de la mezquita de Londres para convertirse en terrorista

Cordón policial cerca del lugar del atentado en Finsbury Park, Londres, el 19 de junio de 2017.

Vikram Dodd

En un país que se enorgullece de su tolerancia y en una ciudad que es una celebración de la diversidad, el viaje final de Makram Ali hacia su dios terminó en su propio asesinato a causa de su religión.

Ali vivía en Finsbury Park, en el norte de Londres y a unos 400 metros de la mezquita a la que había asistido regularmente durante los últimos 25 años, dentro del Hogar de Beneficencia Musulmana.

En una cálida noche de junio de 2017, Ali caminaba con dolor ayudado por un bastón para unirse a las oraciones nocturnas. Era Ramadán, un tiempo sagrado para los musulmanes.

La fe de Ali guió su vida en la crianza de sus cuatro hijas y sus dos hijos y en el orgullo que sintió cuando los dos mayores llegaron a la universidad. Los que lo conocían sabían que tenía los valores de un ciudadano británico ejemplar, capaz de sobreponerse a unas dificultades de salud y dinero que a otros los habrían hecho inventar excusas y hacerse eco de los valores más nefastos. Ali, de 51 años, estaba a punto de cruzarse con uno de esos.

En las semanas anteriores, Darren Osborne se había dejado llevar por un distorsionado sistema de creencias en el que se pintaba a sí mismo como un “soldado” de la extrema derecha. El 18 de junio de 2017, dejó su casa en Cardiff con una furgoneta alquilada y se fue a Londres buscando musulmanes para matar.

Primero recorrió el centro de la ciudad en busca de una manifestación de musulmanes en favor de Palestina y luego se fue al sur a la caza de una mezquita. A las 23.30, encontró su objetivo en el norte de la ciudad. Al llegar al área de Finsbury Park, Osborne preguntó cómo llegar hasta la mezquita y aparcó su furgoneta para acercarse caminando. Según la policía, quería hacer un reconocimiento antes de atacar.

El momento del asesinato

Las oraciones terminaron justo después de la medianoche. Los fieles volvían a casa cuando Ali cayó al suelo, enfermo, en un callejón sin salida de Seven Sisters Road. Respiraba, casi no se le escuchaba cuando hablaba, pero seguía vivo.

Otros musulmanes se apresuraron a ofrecerle agua y ayuda. Aquella multitud, algunos de ellos vestidos con ropas islámicas, era el blanco perfecto para el odio de Osborne.

Osborne hizo girar el Citroën blanco alquilado hacia la izquierda, a través de Seven Sisters Road. Se metió en un carril bus y luego se subió a la acera. Iba a 26 kilómetros por hora cuando estrelló la furgoneta contra la multitud. El cuarto atentado terrorista en Gran Bretaña en tres meses. Pero esta vez, la ideología no era islamista.

“Era como estar en una montaña rusa, dando vueltas y vueltas. Lo sentí todo. Sentí cómo se me rompían los huesos”, dijo Ibrahim Benaounda sobre el impacto.

A Mohamed Geedi también lo derribó. Cuando se levantó, dijo que veía gente “salpicada por todas partes”.

Adnan Mohamud ya había llamado al 999 para pedir ayuda por Ali. Todavía estaba al teléfono hablando con los servicios de emergencia cuando chocó la furgoneta. “Alguien acaba de venir y atropellar a muchas personas. La gente está muriendo”, gritó al teléfono.

Un testigo describió cómo bajo una rueda de la furgoneta había quedado atascado la extremidad de una persona. Waleed Salim contó que él y otros trataron de levantar la furgoneta para sacar a su primo Hamdi Alfaiq de debajo. Con graves heridas que le llevaron meses de rehabilitación, Alfaiq fue una de las 12 personas heridas.

La rueda derecha delantera de la furgoneta pasó sobre Makram Ali en la parte superior de su pecho, dejándole en el torso la huella de los neumáticos. Una hora después murió, postrado a 100 metros de su hogar.

“Su hija vio cómo la furgoneta atropellaba a su padre”, contó Toufik Kacimi, del Hogar de Beneficencia Musulmana.

Salvado por los mismos que quiso matar

Osborne dejó la furgoneta y huyó. A pesar de que en el juicio dijo que estaba cambiándose de pantalones mientras conducía otra persona, las cámaras del circuito cerrado lo grabaron sin ningún acompañante. “Quiero matar a más musulmanes”, gritó mientras intentaba escapar. Los musulmanes que Osborne había intentado asesinar lo apresaron. Luego, lo salvaron.

Mohamed Mahmoud, el imán de la mezquita, protegió a Osborne de la multitud. Le dijo al tribunal de Woolwich: “¡Que nadie lo toque!, grité; dije a la gente que regresara, y dije: 'Lo estamos entregando ileso a la policía'”, contó. “Debería responder por su crimen ante un tribunal de justicia, y no en un tribunal de la calle”.

En la furgoneta, Osborne había dejado una nota escrita 24 horas antes en un bar de Cardiff, de donde había sido expulsado tras hacer comentarios racistas y antimusulmanes. La nota daba voz a lo que tenía dentro y demostraba la premeditación del ataque.

“¿Por qué sus terroristas están hoy en nuestras calles?” Hemos tenido tres ataques terroristas recientes“, escribió.

Se refería al escándalo de abusos sexuales de Rotherham, en el que hubo horribles ataques por parte de una mayoría de hombres de origen paquistaní, y por lo tanto musulmán. Un ataque que hizo llegar al debate mediático dominante la idea de que algo en la cultura de esos hombres les había hecho atentar contra niñas blancas.

La nota de Osborne cargaba contra el líder laborista, Jeremy Corbyn, y contra el alcalde de Londres, Sadiq Khan. Mencionaba los ataques terroristas islamistas ocurridos en Londres y Manchester entre marzo y junio de 2017. Y se hacía eco del discurso de la propaganda extremista.

Bajo custodia policial, Osborne siguió con sus diatribas. Pero a diferencia de otros extremistas violentos, comenzó a divagar para decir que había perdido el control de la furgoneta en vez de asumir el ataque como un acto deliberado del que estuviera orgulloso.

Según Dean Haydon, jefe del mando antiterrorista de Scotland Yard, Osborne “es un individuo retorcido, vil y lleno de odio”.

Esta semana, fue declarado culpable de los delitos de asesinato e intento de asesinato por el jurado y el juez le condenó a cadena perpetua con una estancia mínima en prisión de 43 años.

El rápido proceso de radicalización

A pesar de su violencia, Osborne no había sido un hombre que tuviera fuertes convicciones ideológicas. A diferencia de Thomas Mair, que asesinó a la diputada Jo Cox en 2016, a Osborne no estaba interesado desde hace tiempo en la propaganda de la extrema derecha.

Parte de su comportamiento ante un tribunal fue increíblemente vulgar. En el banquillo, Osborne se volvió hacia una de sus guardias: joven, mujer y negra. Le sonrió y le guiñó el ojo. Ella le devolvió la sonrisa para luego girar la cabeza con una expresión de disgusto.

Sarah Andrews, su expareja, dijo a los policías que Osborne se había radicalizado para convertirse en un asesino terrorista en tres semanas. Los amigos y familiares dicen no haber visto signos anteriores de racismo ni de extremismo.

Según la policía, el detonador de su extremismo se produjo tres semanas antes del ataque. Tras ver Three Girls, una serie de la BBC sobre el escándalo de abusos sexuales de Rochdale, sus inclinaciones comenzaron a hacer metástasis. También comenzó a leer propaganda de extrema derecha en Internet que le “lavó el cerebro” y lo convirtió en una “bomba de relojería”.

De acuerdo con Paul Gill, experto en terrorismo y profesor del University College London, la radicalización puede ser tan rápida que se hace casi imposible su detección. “Es poco frecuente, pero el extremismo violento puede ocurrir rápidamente”, dijo. “Brusthom Ziamani era testigo de Jehová tres meses antes de ser arrestado por diseñar una trama terrorista inspirada en el ISIS. Normalmente se acelera cuando ya ha habido otros planes de ataque o una historia de actividad criminal y violencia ”.

Según la expareja, Sarah Andrews, Osborne se enfadó al “ver a niñas explotadas” y desde ese momento desarrolló su fijación con los musulmanes. “En las últimas semanas, se había obsesionado con los musulmanes, acusándolos a todos de violadores y de formar parte de bandas de pedófilos”, dijo.

Osborne no se perdía uno solo de los comentarios en las redes sociales del exlíder del grupo de extrema derecha EDL (English Defence League), Tommy Robinson, así como los de los miembros de Britain First. Como gran parte de la extrema derecha británica moderna, sus ataques son contra el multiculturalismo y los musulmanes.

Un sujeto violento e impredecible

Osborne no había trabajado desde hacía diez años y tenía problemas de salud mental, así como con el abuso del alcohol y las drogas. Tenía condenas por violencia, llegó a cumplir dos años de cárcel, y era de temperamento impredecible.

El policía Dean Haydon confirmó que ninguno de los materiales de la extrema derecha que Osborne consultaba pasó el límite para ser considerado criminal o contra la ley antiterrorista. “En este caso, nos preocupa el papel que desempeñó Internet”, dijo.

Algunos creen que el camino que siguió Osborne hacia el discurso de la extrema derecha está siendo allanado por opiniones que aparecen en los grandes medios de comunicación que demoniza a todos los musulmanes por las atrocidades y violentas opiniones extremistas de una pequeña minoría.

Para Harun Khan, secretario general del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, “Osborne estaba influido por grupos antimusulmanes e islamófobos que no están sólo en los círculos de extrema derecha, sino que se han hecho aceptables también en la corriente dominante de la sociedad. Este caso nos recuerda que todos debemos ser cautos ante la tentación de estigmatizar a un grupo de personas”.

Los agentes temen que Osborne pueda ser algo más que un caso aislado. Les preocupa que los ataques de la extrema derecha se inciten de la misma manera que la violencia islamista: a través de propaganda insidiosa en Internet. Sólo hace falta que algunas personas se infecten y crean que deben cometer actos violentos. Los efectos en la sociedad serían, por decirlo suavemente, desestabilizadores.

Un alto cargo en la lucha antiterrorista dijo a The Guardian que las actividades de la extrema derecha están aumentando y constituyen una amenaza cada vez mayor para la seguridad nacional. Temen que la relación entre la violencia de los islamistas y la de los terroristas blancos se haga simbiótica, con el miedo que unos sienten por otros como la chispa para sus llamamientos al terrorismo.

El gobierno ha ilegalizado tres grupos de extrema derecha y fuentes antiterroristas afirman que las operaciones contra la extrema derecha están creciendo. Según Haydon, un 30% de las personas que se mandan a programas de prevención del extremismo están relacionadas con casos de extremismo doméstico.

En palabras del experto Gill, “si no tienes nada más que hacer en tu vida y sufres agravios personales, la propaganda derechista ayuda a convertir tu tristeza personal en algo mucho mayor”.

La rabia de Osborne llegó cuando su vida se estancó. El odio de la propaganda extremista alcanzó directamente a sus demonios personales y los exacerbó. Fue una tragedia para la familia de Ali que Osborne sólo aprendiera a expresarse con un lenguaje tan peligroso y destructivo.

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