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La conquista de América hoy. El pasado y el presente

Moctezuma mira el paso de un cometa. Imagen del Códice de Diego Durán, capítulo LXIII

Antonio Acosta

Universidad de Sevilla —

El recientemente proclamado presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Manuel Andrés López Obrador, ha realizado unas declaraciones vertidas posteriormente en cartas al rey de España y al papa Francisco, en relación con la conquista castellana de América en el siglo XVI. Dichas declaraciones han provocado una cierta polémica por la relevancia de quien las ha realizado y por la de los destinatarios. 

Básicamente López Obrador, señalando que la conquista se realizó con la espada y con la cruz, ha exigido al rey y al papa la aceptación de un relato de agravios –que fueron muchos y muy graves– a los pueblos originarios americanos, que constituyeron violaciones a lo que en nuestros días se conocen como derechos humanos. Este procedimiento debería llevarse a cabo en orden a conseguir una reconciliación ente los actuales Estados y sus respectivas sociedades. López Obrador ha añadido que él mismo, como presidente de México, también lo va a hacer porque, después de la colonia española y de la independencia de aquel país, se siguió produciendo una fuerte represión sobre los pueblos originarios. 

Ante la situación creada parece oportuno distinguir, por una parte, el recordatorio histórico que realiza el presidente mexicano sobre los hechos ocurridos durante la conquista de América y, por otra, su iniciativa de naturaleza política y de gran alcance social en relación con aquella realidad de hace alrededor de 500 años. 

En nuestros días y puede decirse que desde hace algunas décadas, la ciencia social que es la Historia ha llegado a conclusiones muy claras con respecto a los motivos, las características y las consecuencias que tuvo el largo, complejo y diverso proceso de la conquista española de América. 

Hay que partir del hecho de que el descubrimiento para los europeos de que existía un nuevo continente fue el resultado de intereses comerciales. Y a raíz de ello, su conquista, como es de sobra sabido, no se circunscribió al territorio de lo que hoy es México, sino que cubrió desde las Antillas hasta Argentina y Chile. La conquista tuvo momentos pacíficos y protagonistas castellanos que se aproximaron a las poblaciones indígenas con generosidad de espíritu. Pero, sin duda, el tono general del proceso fue de carácter violento, con afán de dominar por la fuerza a las sociedades conquistadas y de extraer de ellas el mayor botín posible, incluyendo el uso de la fuerza de trabajo conquistada. También se conoce muy bien que en dicho proceso los conquistadores, contaron con la ayuda de pueblos nativos que se hallaban enfrentados, antes de la llegada de los castellanos con otras poblaciones vecinas. Sin este tipo de ayuda, la conquista no hubiera sido posible. Las consecuencias humanas y económicas fueron sin discusión terribles. Dando por cierto el hecho de que la mayor mortalidad indígena fue debido a enfermedades que llegaron de Europa, ello no resta ninguna gravedad a los gravísimos efectos tanto de actos puntuales, como de procesos de larga duración, que se produjeron a los pueblos originarios. 

Como complemento de lo anterior, conviene recordar que se produjo una acción combinada de los intereses laicos por un lado y de los eclesiásticos por otro. Y, como ya ocurría en Europa desde la Alta Edad Media, la Iglesia mezcló en América su interés de convertir a los nativos a la fe católica con el de acumular beneficios materiales tanto a escala personal como institucional. 

Una diversidad de serios historiadores, científicos sociales, tanto mexicanos como de otros países latinoamericanos y de Europa o Estados Unidos, han investigado aquellos hechos y nuestro conocimiento hoy es bastante preciso. 

Ahora bien, una vez aclarado ello, conociendo la historia y cómo funcionó, ni el México de hoy, ni la España actual, ni el Vaticano de nuestros días tienen nada que ver con los reyes, los papas ni las sociedades que vivieron aquellos hechos. Pretender reconocer hechos que ya están demostrados científicamente y pedir disculpas por lo que sucedió hace 500 años resulta, como mínimo, claramente extemporáneo y podría llegar a crear dificultades diplomáticas en lugar de alcanzar una supuesta pretendida reconciliación entre ciudadanos que no debieran estar enfrentados por lo que sucedió entonces. 

Por el contrario, lo que parece una obligación de los ciudadanos de nuestros días es concentrar nuestros esfuerzos en exigir a nuestros gobernantes que sean justos hoy. Que legislen aumentando los salarios de los trabajadores a niveles que les permitan niveles de vida decentes y que aprueben también leyes fiscales que obliguen a todos, empresarios y trabajadores, a pagar impuestos progresivos y equitativos, acordes con sus niveles de ingresos, rentas y patrimonio. Conocer el pasado es fundamental, pero exigir en el presente es prioritario para mejorar el mundo en el que vivimos.

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