UNRWA es la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Medio. Desde 1949 trabajamos para proporcionar asistencia, protección y defensa a más de 5 millones de refugiados y refugiadas de Palestina, que representan más de la quinta parte de los refugiados del mundo y que actualmente viven en campamentos de refugiados en Jordania, Líbano, Siria y el territorio Palestino ocupado (la franja de Gaza y Cisjordania), a la espera de una solución pacífica y duradera a su difícil situación.
“La tienda de los sueños”: el empeño de no abandonar el hogar
Después de que las fuerzas de ocupación de Israel me expulsaran por la fuerza de mi casa por primera vez durante el genocidio, el 13 de octubre de 2023, me trasladé a Zawaida, en el centro de la franja de Gaza. Más tarde, fui desplazada a Rafah, en el sur, y una vez más obligada a marcharme huyendo de la invasión militar hasta acabar en Deir al-Balah, de nuevo en el centro de Gaza.
En medio de un bombardeo incesante y ejecuciones constantes sobre el terreno, se me prohibió, junto a cientos de miles de personas palestinas, regresar a la ciudad de Gaza y al norte de la Franja. Mi casa estaba solo a 20 minutos en coche, pero esta corta distancia se convirtió en una frontera mortal. Las carreteras que antes recorría con frecuencia se transformaron en campos de batalla y cualquier intento de cruzarlas significaba arriesgar la vida.
Mi amiga Nada Nabil, sin embargo, se mantuvo firme en la ciudad de Gaza a pesar de los ataques y el hambre. Su vivienda fue parcialmente destruida, pero permaneció allí, en casa de sus suegros, con su esposo y su bebé recién nacido. Su padre y su madre, ya mayores, fueron desplazados por la fuerza a una zona cercana a donde yo buscaba refugio. Pasaron dieciséis meses sin verse, un periodo que Nada describe como uno de los más duros y dolorosos del genocidio.
Esperaban con impaciencia el momento de volver a ver a su hija. Se despertaban cada día preguntándose si seguiría con vida o si estaría enterrada bajo los escombros. Mientras tanto, yo procuraba visitarlos con regularidad. Sabía que mis visitas les traían algo de consuelo: cuando una amiga de su hija se acercaba a almorzar con ellos o cuando llevaba rosas rojas a su madre por el Día de la Madre, intentando compensar la ausencia de su hija.
Al otro lado de Gaza, Nada encontró su propia manera de sobrellevarlo. Vagaba por las calles y pasaba horas eligiendo cuidadosamente pequeños regalos para mí y para sus padres, imaginando el momento en que podría dárnoslos, aferrándose a la esperanza de que algún día se nos permitiría regresar y podríamos reunirnos de nuevo.
En mayo de 2024, después de enterarme de que mi casa había sido gravemente dañada, mi habitación completamente destruida y todas mis pertenencias, incluida mi ropa, quemadas, Nada me envió una foto de un pijama, unos calcetines, unos vaqueros, un par de zapatillas grises Skechers y una loción corporal. Todo cuidadosamente colocado.
“Te compré esto para que tengas algo que ponerte cuando regreses a casa”, me escribió. Lloré mucho aquella noche, abrumada por el peso de la pérdida y la esperanza, y escribí una publicación que concluí con la frase: ¿Qué emigración nos piden cuando tengo a toda la gente del mundo en Gaza?
La publicación era una respuesta a la retórica de las autoridades israelíes, que nos han pedido repetidamente que emprendamos lo que describen como emigración voluntaria. Este término enmascara la realidad del desplazamiento forzoso y los intentos sistemáticos de expulsar al pueblo palestino de su tierra. Para quienes lo hemos perdido todo y, aun así, seguimos arraigados a Gaza, marcharnos no es una opción.
Tuvimos que esperar otros ocho meses después de aquella foto hasta que finalmente entró en vigor el alto el fuego que nos permitió regresar a la ciudad de Gaza a finales de enero de 2025. Nada y yo nos encontramos allí durante ocho breves meses antes de ser expulsadas de nuevo por la fuerza.
En esta ocasión, Nada fue desplazada por primera vez al centro de la Franja, no muy lejos de donde yo buscaba refugio. Al preparar el equipaje para mi octavo desplazamiento en menos de dos años, cogí los zapatos grises que mi amiga me había comprado mientras esperaba con ansia mi regreso. Los zapatos, adquiridos como símbolo de firmeza y retorno, me acompañarían ahora en un nuevo desplazamiento.
Esta semana, Nada y yo nos reencontramos por primera vez en el desplazamiento. Nos reunimos para almorzar en la tienda de sus padres, rodeadas de recuerdos irónicos, desgarradores y profundamente simbólicos a la vez.
La madre de Nada envió a un chico de una tienda vecina a buscar dos bolsas de agua fría —un pequeño negocio que ha surgido en Gaza, donde el agua limpia y la electricidad son auténticos lujos— para preparar zumo instantáneo en polvo, ahora un capricho escaso. Cuando me pasó el resto de su ensalada al ver que me había terminado la mía, comprendí que incluso una simple tienda de lona puede sentirse como un hogar. Pero, entre todas las cosas que me conmovieron aquel día, una de las que más fue un cartel que el padre de Nada había colgado con dos trozos de alambre en la entrada de la tienda, identificándola como La Tienda de los Sueños.
A sus setenta años, aquel director de escuela jubilado, que había dedicado su vida a construir un futuro digno y había logrado tener dos casas —ambas reducidas a escombros por la ocupación—, guardaba ahora sus sueños entre las frágiles paredes de un refugio de lona improvisado.
Saqué una foto del cartel en cuanto lo vi porque, de todas las cosas de este mundo, nunca he estado —ni estaré— más orgullosa de cómo mi pueblo lo llena todo de vida, incluso la propia muerte... ¡Por la esperanza de regresar a nuestra Gaza, por seguir aferrándonos a ella con cada fibra de nuestro ser, sin importar lo que hagan para intentar arrancárnosla!
Maha Hussaini es una periodista palestina de la franja de Gaza y activista de derechos humanos. El contenido de este artículo refleja exclusivamente las opiniones de su autora.
Sobre este blog
UNRWA es la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Medio. Desde 1949 trabajamos para proporcionar asistencia, protección y defensa a más de 5 millones de refugiados y refugiadas de Palestina, que representan más de la quinta parte de los refugiados del mundo y que actualmente viven en campamentos de refugiados en Jordania, Líbano, Siria y el territorio Palestino ocupado (la franja de Gaza y Cisjordania), a la espera de una solución pacífica y duradera a su difícil situación.
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