Mitos, falsedades y verdades sobre los gladiadores romanos

Arcadas del Coliseo romano desde la Vía Sacra, a las puertas del Foro.

Viajar Ahora

Nos encanta la historia. Cualquiera que haya leído los artículos viajeros de Viajar Ahora se habrá dado cuenta de que nos encanta meter carga histórica a nuestros posts, artículos y guías de viaje. Hace escasas semanas andábamos de paseo por Roma y entrábamos por enésima vez en el imponente Coliseo. Este estadio de casi 2.000 años de antigüedad nos sigue sorprendiendo por su grandiosidad y atrayendo morbosamente por la intrahistoria de un edificio que nos lleva a uno de los capítulos más escabrosos de la historia de la Humanidad. La lucha de gladiadores. Esta vez no usamos la audioguía. Pero recordamos la primera visita que hicimos en un viaje que nos llevó por el antiguo trazado de la Vía Augusta entre Andalucía y Roma hace ya bastantes años.

En aquella ocasión tuvimos la suerte de visitar varios anfiteatros romanos y comparar la información que se da a los visitantes. Y nos sorprendió la discrepancia de los contenidos. Y aún más que fuera precisamente en Roma dónde se repetían los mitos forjados por siglos de interpretación católica de la historia romana y acrecentados por Hollywood. Sin embargo nos sorprendió gratamente la información del Anfiteatro de Nimes, que no sólo desterraba bastantes mitos al respecto, sino que, además intentaba explicar el fenómeno desde la óptica de los propios romanos. Y ahí está una de las claves: tratamos de explicar este fenómeno desde nuestro punto de vista y nuestro código moral. Y los romanos eran una sociedad extremadamente guerrera y acostumbrada a fenómenos como la esclavitud, que a nosotros nos resultan repugnantes. Si te interesa este tema, aquí te dejamos un par de datos.

1.- En principio no era un divertimento. El origen de la lucha de gladiadores es religioso. Según los historiadores, las luchas entre ‘gladiadores’ (de gladio, esto es, espada) se iniciaron como un tributo a los muertos en los complejos ritos funerarios etruscos . Hay constancia de estas luchas de carácter religiosas desde el siglo VI antes de Cristo y todo hace indicar que los contendientes podían ser soldados voluntarios o prisioneros. Los luchadores se denominaban busturaii y ejecutaban una especie de coreografía guerrera en la que el ruido de las armas servía para honrar al difunto y, a la vez, ahuyentar demonios que pudieran dificultar el tránsito del muerto; muchas de estas luchas eran a muerte. Algunas vasijas etruscas entroncan directamente con la mitología griega y muestran la lucha ritual durante los funerales de Patroclo , amigo y amante de Aquiles, durante el sitio de Troya. Pero la realidad es que los combates funerarios eran parte de la tradición mediterránea en otros lugares como la actual España. En Roma, el primer combate de este tipo registrado por las crónicas fue en el 264 AC en los funerales del padre del patricio Marco Décimo. Poco a poco, la lucha de gladiadores fue convirtiéndose en un espectáculo: elitista primero y de masas poco después.

2.- ¿Esclavos, prisioneros o deportistas de élite? Este es uno de los puntos más morbosos y escabrosos del mito forjado en torno a los gladiadores. Había una masa de condenados por diversos crímenes y prisioneros de guerra que eran obligados a convertirse en gladiadores, pero la mayor parte de las superestrellas de la arena eran luchadores voluntarios que se vinculaban con un entrenador (lanista) por un contrato a largo plazo. Estos gladiadores libres, llamados autoracti, eran entrenados a conciencia y a menudo se convertían en verdaderos deportistas de élite aclamados por las masas. Los contratos con los lanistas se renovaban cada cinco años en los que el atleta quedaba vinculado a su entrenador y a la escuela. Comían bien (mucha carne lo que era un verdadero lujo para la inmensa mayoría de la población) y recibían cuidados médicos que sólo los ricos podían pagarse. Los mejores gladiadores voluntarios sólo combatían dos o tres veces al año , y sus enfrentamientos eran esperados como lo son hoy los grandes partidos de fútbol. Después de Augusto, que prohibió cualquier tipo de lucha a muerte, el espectáculo fue degenerando y los autoracti fueron convirtiéndose en una franca minoría ante las luchas de esclavos muy poco preparados y condenados. El morbo de la sangre fue sustituyendo al espectáculo de la lucha hasta que el ascenso del Cristianismo como religión oficial terminó con el espectáculo. En el 325 el emperador Constantino prohibió el espectáculo con gladiadores (ya se habían producido intentos previos en la centuria anterior), aunque habrá que esperar unas décadas más tarde. Según la tradición cristiana, el último combate entre gladiadores en Roma tuvo lugar el 1 de enero de 404. Hay que tener en cuenta que Roma cayó en poder de los ‘bárbaros’ en el año 476 .

3.- ¿Luchas a muerte? En la época de gloria de los ‘ munera gladiatoria’ la inmensa mayoría de las luchas no terminaban con la muerte de alguno de los contendientes. Y esto sucedía tanto en las luchas entre esclavos, como en los combates entre los autoracti. Los combates eran una muestra de destreza, fuerza y resistencia en el manejo de las armas y, casi siempre, los contendientes salían de la arena por su propio pie y se programaban emparejamientos equilibrados en cuanto a las fuerzas y al uso de armas. En los tiempos ‘gloriosos’ de los coliseos, la muerte acaecía por accidente o cuando uno de los contendientes se comportaba de manera cobarde e inútil ante la masa enfervorizada . Pero la mayoría de los luchadores sobrevivía a los combates por el simple motivo del alto costo de su mantenimiento y entrenamiento. El negocio de los lanistas dependía de la supervivencia de sus atletas. Algunos historiadores apuntan a que menos del 10% de los combates se saldaban con alguna muerte y que la mayoría de los combates era a primera sangre. Pero más allá del espectáculo, la lucha suponía un aliciente para inculcar ardor guerrero a los integrantes de una sociedad altamente militarizada y violenta. Después de Augusto (27 AC – 14 DC) los combates sine missione (sin perdón) se fueron imponiendo poco a poco hasta la degeneración previa a la prohibición del espectáculo. Cuando un gladiador moría, el operario que lo retiraba de la arena iba disfrazado como el dios etrusco del infierno blandiendo un enorme martillo.

4.- Dedo arriba, dedo abajo… Otro mito cinematográfico que se ha extendido gracias al cuadro del siglo XIX del pintor francés Jean Leon Gerome que acompaña a estas líneas. La realidad es que el pulgar hacia abajo pedía clemencia para el vencido, a través de un gesto que significaba volver a envainar la espada. Para la señal de muerte hay varias versiones. Algunos expertos aseguran que se simbolizaba con el pulgar hacia arriba (espada al aire) y otros que en posición horizontal, simbolizando el degollamiento del vencido (esta es la versión de la fantástica audioguía del Anfiteatro de Nimes).

5.- Los que van a morir te saludan… Otro mito forjado a través de los escritos de Suetonio que alude, cómo única fuente escrita, al célebre morituri te salutant al describir un episodio ocurrido en el Lago Fucino bajo el reinado del emperador Claudio (41 DC – 54 DC) en el que un nutrido grupo de condenados a muerte protagonizó una naumaquia (batalla naval) como ofrenda antes del drenaje del lago. Pero no hay ninguna otra referencia latina sobre esta célebre sentencia que el cine y la televisión ha puesto en boca de gladiadores durante los últimos cien años más allá de esa referencia de Suetonio.

6.- Todo vale; lucha sin cuartel. Otro mito alentado por Hollywood y los péplums italianos. Los combates estaban perfectamente reglados e, incluso, contaban con la participación de un suma rudis, un árbitro que vigilaba el desarrollo de la lucha y que mandaba a parar el combate cuando uno de los contendientes no respetaba las normas. El Suma rudis era siempre un gladiador retirado y portaba una espada de madera, símbolo de su pasado como luchador de la arena.

7.- ¿Sólo para hombres rudos? No. También existían gladiadoras, algunas tan célebres y ricas como los mejores autoracti masculinos. Sus combates eran tan demandados que se celebraban justo después de la caída del sol, en el momento más esperado por los espectadores. Luchas que se desarrollaban de la misma manera que los masculinos, con las mismas reglas y las mismas armas.

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