Suena la música que anuncia el final del recreo en el instituto público Comercio, en Logroño. El aula empieza a llenarse –al final serán una veintena de alumnos y alumnas de Bachillerato– pero lo que podría ser una clase más de Historia va a convertirse en otra cosa. Hay algo en el aire que la hace diferente, y no solo porque hay un invitado especial. Se respiran ganas, una expectativa contenida por asomarse a un tema que saben importante y a la vez polémico. Cruzan miradas, intercambian sonrisas algo nerviosas: quieren esta conversación que les han anunciado y que con 16 y 17 años sienten que llega tarde. Muy tarde.
La profesora Reyes Iglesias da comienzo a la lección como quien oficia de maestra de ceremonias, con una pregunta con la que puede conocer al público y a la vez garantizarse su interés: “¿Qué sabéis sobre la Guerra Civil, la dictadura de Franco y la Transición?”, suelta. Podría ser una pregunta retórica, porque ella, como la mayor parte de los profesores españoles, saben de sobra la respuesta. Pero aun así les da la palabra a los adolescentes, les regala la voz con la que reclamar un lugar que los tenga en cuenta en lugar de señalarlos. Y esa voz ruge en el aula, unánime: “No sabemos nada”.
Alicia, 16 años y mirada firme, se arranca con una reivindicación: “Es un tema que se da muy tarde. Hay gente que no llega a segundo de Bachillerato y se queda sin conocer la historia de su país”. Otras cabezas asienten. Ella se envalentona, argumenta: “En cuarto de la ESO te la dan muy por encima; las guerras mundiales son importantes, pero lo nuestro también”. Y en una sola frase señala el camino de ida y vuelta entre el ayer y el mañana. “Es una base para el futuro. Después de muchos años de represión, todavía se nota el miedo en mucha gente que ha vivido la posguerra y eso no debería ignorarse”, defiende.
Un par de asientos a su derecha, Asier apunta otro de los elementos que sobrevolará toda la charla: las dificultades para tratar el asunto en el aula no son solo curriculares. “Hay profesores y alumnos que no quieren dar ese tema por la controversia que puede generar”, señala con voz grave y pausada, para acabar con una sentencia que camina entre la resignación y el cabreo: “La consecuencia que eso genera es que cada vez hay más división y enfrentamiento porque no sabemos nada”, añade.
El aula enmudece con el relato del invitado que les acompaña. Antonio Sarabia es nieto y sobrino de fusilados, y pertenece a la asociación memorialista La Barranca. Sus dos abuelos y sus dos tíos acabaron su corta vida en una fosa común, y sus dos abuelas fueron duramente represaliadas. Sarabia narra con la voz de su familia los horrores de la época más oscura de nuestra historia reciente. Alicia, Victoria, Asier, Darío, Aya, Aritz, Sulemán, Lara y Manuela no le quitan los ojos de encima.
Todos en la clase escuchan con atención mientras cuenta que en La Rioja no hubo frente de guerra, pero que más de 2.000 personas fueron asesinadas y muchas más encarceladas, perseguidas o represaliadas. Les explica que cuando los sublevados ya no podían fusilar en la tapia del cementerio de Logroño porque las familias se agolpaban para despedir a sus seres queridos, decidieron ejecutar los asesinatos en un paraje perdido en el entorno de Lardero, en La Barranca. Cuatrocientos asesinatos en apenas dos meses del año 39.
“El 1 de noviembre de ese mismo año un grupo de mujeres decide ir a La Barranca a buscar la fosa en la que estaban sus maridos. Cruzan el río a pie, se enfrentan a la Guardia Civil y logran pasar la alambrada de espino. Desde entonces, no dejaron de ir nunca”, sigue el relato. “Con los años se consiguió dignificar el lugar haciendo un cementerio civil. Yo iba con mis abuelas y ahora llevo a mis hijos”, comparte Antonio.
Se hace un breve silencio antes de que Antonio retome la palabra. “Es importante que se recuerde para que no se repita. Sin odio ni rencor, pero con memoria. Porque yo en el colegio nunca estudié nada de lo que sucedió en la dictadura, ni tampoco estudiábamos la República”, dice. Y ahí la de Antonio encuentra una decena de voces adolescentes: “Nosotros tampoco”, contestan casi a la vez.
Puede que eso explique la encuesta publicada por el CIS este octubre que concluye que uno de cada cinco españoles considera que los años de la dictadura fueron “buenos o muy buenos para España”. Además, para el 17,3% de los encuestados el actual régimen democrático es “peor” que el franquismo. De todos los resultados, destaca que uno de cada tres encuestados que no eran mayores de edad en las últimas elecciones considera que los años de la dictadura franquista fueron “positivos” para España.
Si siempre se señala la educación como motor de cambio de la sociedad, los especialistas apuntan que es justamente ahí donde se ven la mayor parte de las carencias. Aunque algunos responsables políticos pretendan hacer creer que hablar de derechos humanos es una forma de politización de las aulas, desde el profesorado todavía surgen algunas iniciativas para derribar este muro de silencio, incluso miedo, que les acecha con mayor ahínco desde hace unos años.
Hay gente de mi edad, de 30 años o menos, que todavía dicen que lo mejor para España sería una dictadura, sin derechos ni libertades. Si supieran realmente lo que fue el franquismo no dirían ese tipo de cosas
Ejemplo de ello son las unidades didácticas que la editorial Plaza y Valdés ha publicado en los últimos años, tituladas La historia silenciada (2022), La memoria histórica democrática de las mujeres (2023) y Represión franquista, resistencia antifranquista y memoria histórica democrática de las mujeres (2025). Beatriz García, una de sus autoras, defiende que trabajos de este tipo son necesarios porque “España no ha corregido las políticas de memoria del franquismo”. Esta profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de León (ULE) se refiere así a los 40 años de dictadura en los que se llevaron a cabo unas políticas “muy claras de memoria” que dieron “una propaganda ultranegativa de lo que fue un sistema democrático como la Segunda República, y que con la vuelta de la democracia no se ha corregido”.
El alumnado de Bachillerato del IES Comercio de Logroño está de acuerdo. Darío, un chico alto y delgado que se sienta junto a la ventana, tiene claro que el problema radica en el sistema educativo. “Si este temario tan importante se pasa por encima, luego se escuchan las opiniones que se escuchan entre grupos y amigos y también entre políticos”, comienza. “Discursos obsoletos que no están adecuados al tiempo presente ni a la sociedad diversa que tenemos; aquí mismo hay alumnos de distintos orígenes con su propia historia. Ese discurso de odio se populariza porque te ves amenazado de manera absurda”, analiza.
Somos los más vulnerables y nos atacan con mensajes indirectos en TikTok e Instagram, metiéndonos esas ideas en la cabeza sin que nos demos ni cuenta
“Yo no veo ningún tipo de amenaza en un compañero por el hecho de que sea pakistaní o colombiano”, continúa Darío. A su derecha precisamente se sienta Daniel, de Bolivia, y a su izquierda Aya, de Marruecos. “Es que además saben dónde atacar –añade Patricia desde el otro extremo del aula– somos los más vulnerables y nos atacan con mensajes indirectos en TikTok e Instagram, metiéndonos esas ideas en la cabeza sin que nos demos ni cuenta”. Todos coinciden además en que problemas como el precio de la compra o la vivienda hacen que la gente más joven se vaya a los extremos pensando que peor no podemos estar y que tal vez sean la solución.
Reconocen que tienen amigos que piensan que con Franco se vivía mejor. “Ni ellos ni sus padres han vivido la dictadura ni conocen nada. Hablan de la economía pero no de la represión y los asesinatos. Pero es que yo con 16 años lo que tengo es miedo de que vuelva”, confiesa Patricia. “También ese discurso de superioridad de grupo les atrae”, añade Alicia, que se ha quitado la chaqueta y muestra ahora una camiseta de Iron Maiden, “sobre todo en la juventud, cuando quieres tener una identidad”. Cree, sin embargo, que se comete el error de intentar cambiar el mundo mirando hacia el pasado en vez de inventar nuevas fórmulas de futuro.
Preferir una dictadura
La historiadora Beatriz García entiende la verdad como el derecho que es, y argumenta que como tal no se le puede arrebatar al alumnado. “No podemos quedarnos en explicar la Guerra Civil diciendo que hubo dos bandos que se mataron entre ellos y que luego se dieron un abrazo de concordia y se olvidaron tantos años marcados por la represión que legitimó tanto la dictadura”, asevera.
De esta manera, poder explicar con mayor detalle la historia más reciente de España a las generaciones más jóvenes es una forma de reforzar la democracia actual, según entienden las autoras de las guías pedagógicas. “Ahora hay gente de mi edad, de 30 años o menos, que todavía dicen que lo mejor para España sería una dictadura, sin derechos ni libertades. Si supieran realmente lo que fue el franquismo no dirían ese tipo de cosas”, se queja García.
Hay países como Alemania en los que se han censurado determinadas actitudes e ideas, pero en España se permiten cosas como ver a alguien saludando como Franco o cantando canciones franquistas sin ningún tipo de consecuencia
Explicar con detalle la Segunda República, el golpe de Estado, la Guerra Civil y la Transición supone otra forma de crear pensamiento crítico entre el alumnado, según esta docente universitaria. De esta manera, los más jóvenes podrían dudar de todo lo que les dice su influencer o youtuber de referencia y aplacar de alguna forma el “memoricidio”, tal y como lo denominan los especialistas consultados, que todavía impregna la sociedad española.
Enrique Javier Díez, catedrático de la Facultad de Educación de la ULE y otro de los autores de las unidades didácticas, apunta que lo que sucede en la educación española está íntimamente ligado a lo ocurrido en la Transición: “Todas las democracias del entorno europeo se fundaron en el antifascismo, y es algo que reconocen como valioso. Aquí, la democracia se fundó sobre el olvido del pasado”. El también autor de La asignatura pendiente. La memoria histórica democrática en los libros de texto escolares (Plaza y Valdés, 2020) exclama que “si la ley de Memoria Democrática no llega a calar en la ley de educación, se estarán tejiendo las mimbres que posibilitan el auge del neofascismo actual, que cada vez se extiende en las generaciones más jóvenes”.
En clase, Alicia, con apenas 17 años, también redunda en esa idea. “Hay países como Alemania en los que se han censurado determinadas actitudes e ideas, pero en España ha habido libre albedrío y se permiten cosas que no deberían ser permitidas como ver a alguien saludando como Franco o cantando canciones franquistas sin ningún tipo de consecuencia”, dice indignada. “Los discursos fascistas y genocidas se aferran a la idea de libertad, a que somos un país libre y podemos decir lo que queramos”, añade Patricia, “¿pero realmente debemos permitir que se divulguen este tipo de discursos e ideas? Tal vez esa es la pregunta”. Aya, una alumna de origen marroquí, asiente: “Cualquiera puede decirte cualquier cosa”.
Docentes “valientes” que explican la memoria
“Muchos docentes se han educado en unos estándares que aún están por superar, y así es muy difícil que España pueda recuperar su historia”, comenta Desirée Rodríguez, doctora en Estudios Interdisciplinares de Género. Para ella, el nivel de profundidad con el que se abordan estos contenidos depende únicamente de la conciencia política y de clase del profesorado. ¿Resultado? En muchas ocasiones lo que se enseña es muy básico.
“También influye el tiempo. Al siglo XX se llega al final del curso, con la lengua fuera. No se profundiza en cuestiones como que en España hubo cientos de campos de concentración o en la violencia específica que sufrieron las mujeres”, ilustra Beatriz García, historiadora de la ULE.
García coincide en que muchos profesores de Historia actuales todavía se criaron en un entorno de “silencio y olvido”, y que eso pesa. “Si un docente habla por ejemplo de bando nacional o no explica qué significaba 'dar un paseo', estaría interpretando la historia igual que se hizo desde el golpe de Estado”, afirma.
Pero es que la cosa va más allá. Hay profesores que directamente prefieren pasar por alto el temario. La historiadora considera “valientes” a los docentes que deciden explicar este periodo histórico con detalle. “En la universidad no nos pasa tanto, por la libertad de cátedra, pero en los institutos las cosas han cambiado mucho en los últimos años”, apunta García. El catedrático de Educación Javier Díez es más contundente y asegura que “en los claustros se respira miedo”.
“Yo en cuarto no di nada de la historia de España explica Manuela, que hasta este punto había permanecido en silencio– y en mi clase la gente que más voz tenía eran de los que querían la vuelta de Franco, con 15 años, sin ser conscientes de lo que era la dictadura. Eso era como una 'minirrepresión' dentro de la clase, porque los que opinábamos distinto no podíamos decir nada y el profesor decidió no dar el tema por miedo a discusiones en clase, porque se metían contigo si pensabas diferente”.
Necesitamos estudiarlo más y mejor porque llegamos a un punto en el que empezamos a opinar sin saber nada y tu opinión al final depende de tu familia. Necesitamos formación porque no tenemos datos ni para rebatir
Su compañera Lara, sentada justo frente a ella, cree que esas píldoras de la historia más reciente de España deberían empezar desde Primaria. “Hasta el final de cuarto de la ESO no sabemos ni quién fue Primo de Rivera, ni que entre esas dos dictaduras hubo una República”, señala. “Yo vengo de una familia de militares, por un lado, y de una familia que piensa diferente por el otro. Si en el colegio no te explican lo bueno y lo malo de cada cosa, es difícil tener un criterio formado”.
“Necesitamos estudiarlo más y mejor porque llegamos a un punto en el que empezamos a opinar sin saber nada –añade Ángela, justo a su lado– y tu opinión al final depende de tu familia. Necesitamos formación porque no tenemos datos ni para rebatir”. Aritz desearía también que se hablase de este tema más en las casas y se acabase con eso de que “en la mesa no se habla ni de trabajo ni de política” porque llegan a las redes sociales con 12 o 13 años “totalmente vacíos, sin tener ni idea y vulnerables a cualquier falsedad”. “Y así llegas a escuchar barbaridades como que con Franco se vivía mejor, que actualmente vivimos en una dictadura o que la Guerra Civil la empezó la Segunda República”, remacha.
Antonio Sarabia, el memorialista, lanza una pregunta a los jóvenes: “¿Creéis que si actualmente viviéramos en una dictadura podríamos estar en esta clase debatiendo como lo estamos haciendo?”. Todos lo tienen claro.
Franco, ese 'bro'
“Asistimos impasibles a una banalización del mal, donde chavales se refieren a Franco como ese ‘bro’. Si no conocemos nuestra historia, estamos condenados a repetirla”, argumenta Javier Díez. Desde su punto de vista, lo que se necesita es voluntad política. A pesar de que la ley de Memoria Democrática recoge en su articulado que el currículum escolar y los libros de texto deben incluir la represión del régimen, la lucha antifranquista y la recuperación de la memoria, así como la formación de todo el profesorado en torno a estos temas, esto no se llega a materializar en los colegios e institutos.
“Por otro lado, tenemos una ley educativa, la LOMLOE, que simplemente blanquea el holocausto que se cometió en España durante aquellos años, tal y como lo denomina Paul Preston”, enfatiza Díez. Él mismo se pregunta cómo es posible que la chavalada salga de la educación obligatoria sabiendo más del genocidio que sufrieron los judíos y apenas nada del que sufrieron sus bisabuelos y abuelos, quizá apenas a escasos kilómetros de los pupitres que ocupan día tras día. “En lugar de visitar tanto Auschwitz, podrían llevarles a los campos de concentración que hubo en España”, propone.
En La Rioja miles de alumnos han visitado ya el memorial de La Barranca, escuchando las historias de los propios descendientes de aquellas familias asesinadas y represaliadas. “Yo nunca antes había escuchado todas esas historias”, confiesa Aya. “Sabía quién era Franco, pero no sabía todo eso que sucedió”. Y reivindica que se comparta esta parte de la historia de España también con los migrantes e hijos de migrantes que saben poco y nada de ella. “Son ciudadanos, y votan”, señala. “A mí en clase, al referirse a esa etapa solo me han hablado de riqueza, de autarquía, del crecimiento industrial de los años 60 –añade su compañero Aritz,– pero de pobreza, hambre y cartillas de racionamiento solo he oído hablar en mi casa”.
La adolescencia señala a la clase política
El catedrático Enrique Javier Díez cree que los responsables políticos que dirigen la educación en España “parecen seguir subordinados al nacionalcatolicismo franquista, esa herencia que permea todavía hoy los currículums”. Denuncia que los contenidos escolares continúan apoyando de manera sibilina la teoría de la equidistancia, no muestran el papel protagonista de la Iglesia católica en la represión, ni aparecen los responsables del régimen que, casi de un día para otro, se convirtieron en acérrimos demócratas, como Manuel Fraga Iribarne o Rodolfo Martín Villa.
Los adolescentes del IES Comercio de Logroño tienen clara su opinión sobre la clase política actual. No se sienten representados y lamentan que el debate se haya reducido al insulto, la burla y la descalificación. “El Congreso parece una clase de tercero de la ESO”, comentan con sonrisas burlonas. “Llegamos a aplaudir a Rufián por decir auténticas obviedades. Y eso es porque los demás ni siquiera hacen eso”, dice uno. “Es que ni siquiera sabemos lo que piensan”, añade otra. “Yo tengo claro que cuando pueda iré a votar, pero cada día tengo menos claro a quién. Al final se acaba votando por miedo a lo contario”, añade un tercero.
Desde su pupitre, Alicia, una de las alumnas más activas durante toda la sesión, es tajante: “No tenemos ni idea de política”. Pero también mira hacia dentro y entona el mea culpa. “En parte es culpa de los ciudadanos. Nos aferramos a sistemas del pasado a ver si funcionan otra vez y eso es imposible. Hay que plantear nuevos sistemas, tener ganas de cambiar y mirar al futuro y eso va para los jóvenes y también para la gente mayor. Atraer a gente nueva a la política, proponer cosas diferentes. Al final la historia va de cambiar a través de revoluciones pacíficas”, zanja, “como ciudadanos tenemos cierta culpa, ponemos a los políticos ahí con nuestro voto y tenemos que tener claro que nosotros somos el futuro y tenemos que cambiarlo, exigir y luchar por uno mejor”.
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