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Renzi como referente

Renzi ha prometido mucho y aún no se sabe qué podrá cumplir.

Andrés Ortega

¿Quién es Matteo Renzi, uno de los dos referentes (el otro es Felipe González) nombrados por el próximo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez? Un político vivo, inteligente, excelente orador (sin leer, sin tan siquiera notas), y buen polemista. El antiguo alcalde de Florencia (ganó con un 59%) recuerda al primer Tony Blair o incluso a Bill Clinton. Una persona que, como lo describe Alexander Stille, habla más a menudo de la diferencia entre lo viejo y lo nuevo que de la divisoria entre izquierda y derecha. Lo que no extraña, pues al frente del Partido Democrático, él es centrista de origen, al provenir más bien del ala democristiana (y fue scout en su juventud) que de los comunistas.

Sobre todo, en una política en la que ha predominado la gerontocracia, representa a sus 39 años –el más joven primer ministro de la historia italiana, Mussolini incluido- la llegada de una nueva generación cuando parece que la juventud y la novedad son valores en sí para una Italia que ha apostado por él y que no tiene solución de recambio, tras 63 gobiernos y 27 diferentes primeros ministros en 60 años.

Lo que se propone es mucho: transformar Italia. Y se presenta como “la esperanza contra el miedo”. Lo hace desde unas dosis notables de voluntarismo. Que le han llevado a prometer que lograría una gran reforma por mes, propósito que se ha estancado, víctima del inmovilismo de la clase política y los intereses de algunas de sus tribus, incluidas las divisiones en el seno de su propio Partido Democrático.

Aun así, logró el 41% en las elecciones europeas –le votó una parte de la derecha cansada de Berlusconi- y consiguió hacer retroceder al populista Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, robándole la bandera de “lo nuevo” y del cambio, en un país en el que se habla de “la casta” (política) al menos desde que en 2007 los periodistas Gian Antonio Stella y Sergio Rizzo publicaran un libro de éxito con ese título.

La reforma electoral, para reforzar el bipartidismo, está bloqueada, así como la del Senado (para reducir gastos y competencias). Ambas las había pactado Renzi con Berlusconi (pues además de voluntarista es un pragmático). Y están pendiente la revisión del federalismo, la transformación de un mercado laboral marcado por la dualidad para acercarse a la “flexiseguridad” danesa (despido libre y barato, pero apoyo del Estado al trabajador en ingresos y formación) y los cambios en la fiscalidad, para rebajar la presión y luchar contra el fraude. Un programa que no nos es ajeno a los españoles. Aunque no tiene a buen número de los intelectuales de izquierda a su favor.

Y, naturalmente, está la prioridad –que en parte depende de estas reformas- del crecimiento económico para un país estancado y con un elevado (40%) paro juvenil, con una crítica a la austeridad y una apelación a la UE a que flexibilice el pacto fiscal, y lance un programa de estímulo desde la propia Unión, desafío que el próximo presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, ha recogido.

Renzi (como otros) está atrapado por las reglas estrictas en materia presupuestaria que rigen en la Unión, al menos en la Eurozona. Seguro que pese a su discurso –de nuevo sin leer- en el Parlamento Europeo para presentar la Presidencia semestral italiana, el primer ministro italiano es consciente de ello.

El Pacto Fiscal de 2012 obliga a tener un presupuesto estructural equilibrado (no más de 0,5% de déficit) para 2015 y a reducir la deuda pública por encima del 60% del PIB en 1/20ª parte al año. Es decir, que la austeridad está institucionalizada (¿se nos ha olvidado en España?), y cambiarlo, si es posible, requerirá mucho más que un Renzi. Desde luego, otro italiano, un Draghi (presidente del Banco Central Europeo), además de Juncker. Aunque claro, casi todo el mundo sabe a estas alturas que el Pacto de Estabilidad no sólo no se cumplirá, sino que no se puede cumplir.

Renzi parece, ante todo, un reformista convencido, en un país que lleva lustros inmovilizado. Más vale que consiga lo que se propone. Italia lo necesita. La izquierda europea y Europa en su conjunto, también.

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