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El adelanto valenciano y la crisis de Podemos son casi igual de inquietantes

Ximo Puig en una imagen de archivo.

Carlos Elordi

Nuevo cambio de tiempo político, cuando menos en el que configuran el ambiente mediático y las declaraciones de los partidos. Hasta hace tres semanas, y desde las elecciones andaluzas, lo que mandaba era una ola de derechas que se decía que iba a arrasarlo todo. Desde que Pedro Sánchez anunció el adelanto electoral y al calor de las encuestas lo que se ha impuesto, siempre en el terreno de las opiniones, ha sido la sensación de que el PSOE ganará las generales y de que las tres derechas lo tendrán muy difícil para gobernar. Pero desde hace unos días ese viento se ha calmado y han surgido incógnitas que pueden estar devolviéndonos a la situación inicial.

La decisión del presidente Ximo Puig de hacer que las autonómicas valencianas coincidan con las generales puede ser un indicador en esa dirección. Porque ese movimiento sólo se explica por dos motivos que no serían necesariamente contrapuestos. Uno es que los socialistas valencianos querrían aprovechar el supuesto buen momento de su partido a escala española para mejorar sus perspectivas en las elecciones regionales. El otro es que querrían evitar que un eventual fracaso del PSOE en las generales y la correspondiente victoria de las derechas dejara al PSPV colgado de la brocha y obligado a hacer, durante casi un mes, una campaña autonómica marcada por el signo de la derrota.

La sensación que se deduce de cualquiera de esas dos posibilidades, o de ambas a la vez, no es precisamente halagüeña para los intereses del PSOE y de la izquierda en general. Porque si tanto lo que busca Ximo Puig es un refuerzo externo como si lo que pretende es evitarse una situación potencialmente muy difícil, lo que parece claro es que el presidente valenciano y sus asesores tienen dudas de las posibilidades del PSOE tanto en su comunidad como en el conjunto de España.

Y tienen motivos en lo que al País Valenciano se refiere. Porque tras el éxito cosechado en las autonómicas de 2015 (55% para la izquierda, 41% para la derecha), que acabó con una hegemonía conservadora que duraba dos décadas, en las generales de ese mismo año la distancia entre los dos bloques se redujo a dos puntos (49,4%-47,4%) y en las generales de 2016 la derecha superó en más de dos puntos a la izquierda (50% frente a 48%).

Habrá unas cuantas razones que expliquen esa dinámica, pero un hecho aparece claro. El de que por mucho que la corrupción haya golpeado ese territorio y por mal parado que el PP haya salido de ese trance, la potencialidad del voto de la derecha, con la contribución de Ciudadanos y ahora de Vox, es muy alta en la Comunidad Valenciana. Los últimos sondeos han debido confirmárselo a su presidente.

Toque de atención, por tanto: la sensación de que el PSOE tiene casi logrado su objetivo de formar un nuevo gobierno puede ser demasiado subjetiva. Las encuestas, particularmente algunas, pueden estar generando una imagen ficticia de la realidad, sobre todo si en su lectura se prescinde del dato, que todas ellas reflejan, que hay cerca de un tercio de potenciales votantes indecisos.

La crisis del conjunto de las organizaciones que se mueven en el entorno de Podemos, empezando por la de ese mismo partido, constituye otra fuente de inquietud. Porque la peor consecuencia de esos problemas sería una caída del voto a ese colectivo. Y en una medida muy superior a la de los 6 o 7 puntos respecto del 20% de 2016 que indican los sondeos publicados últimamente.

A la espera de algún intento mínimamente consistente por afrontar esa crisis, hoy por hoy un eventual y significativo descenso de los votos y de los escaños del conjunto de fuerzas agrupadas en torno a Podemos cambiaría sustancialmente el panorama político. No sólo el día después de las elecciones, sino durante la campaña, es decir, desde ahora mismo.

Porque es muy probable que sirva a las derechas para colocar de nuevo en el frontispicio de su acción la denuncia de que el PSOE va pactar con el independentismo catalán. Algo que se creía ya superado. Porque confirmando, dos días antes del anuncio electoral, que rompía el diálogo con ese mundo, Pedro Sánchez volvía a tomar la iniciativa política y dejaba a las derechas sin su argumento principal. La mejora en las encuestas también habrá tenido algo que ver con eso.

Pero si empieza a aparecer meridianamente claro que por muy bien que le vaya en las generales, el PSOE necesitará imperiosamente del apoyo de los independentistas para que su líder sea investido nuevamente presidente y para gobernar, el PP, Ciudadanos y Vox volverán a abrir la caja de los truenos y su campaña podrá tener contenidos mucho más sustanciosos que los que en estos últimos días están penosamente utilizando. Cabe pensar que se están preparando para ello.

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