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¿Por qué la economía está ausente de la campaña electoral?

¿Por qué la economía está ausente de la campaña electoral?

Carlos Elordi

El debate sobre la marcha de la economía no vende. Eso está claro hace muchos años y vale tanto para los políticos como para los medios de comunicación. De economía solo se habla cuando las cosas van muy mal y entonces de poco sirve decir nada. La actual campaña electoral es un ejemplo diáfano de todo ello. Hasta el momento, ningún partido incluye cuestiones económicas en sus argumentarios. Porque piensan que no van a llamar la atención de casi nadie. Porque no son fáciles de resumir en un par de frases altisonantes. O porque creen que una mayoría de la gente, un 60% o más, no está muy inquieta por cómo le van las cosas. Sin embargo, y aunque se silencie, en la economía mundial, y particularmente en la europea, están ocurriendo cosas que dentro de muy poco pueden empeorar la situación española.

Un pesimismo creciente, aunque por el momento no dramático, marca las opiniones que expresan las instituciones económicas más conocidas. Esta semana los dirigentes del Fondo Monetario Internacional han declarado que la moderación del crecimiento mundial que se detecta desde hace varios meses es ahora más pronunciada de lo previsto.

Y cita cuatro causas de ello: la perspectiva de un Brexit sin acuerdo, una posibilidad que la Unión Europea tiene ya prácticamente asumida; la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que ya está produciendo (las tarifas entre ambos países son 6 veces mayores que hace 10 años) pero que podría declararse abiertamente si las negociaciones en curso entre Washington y Pekín no llegan a acuerdos sustanciales; el altísimo endeudamiento de algunos sectores económicos y países, España entre ellos; y, por último, la intranquilidad creciente que se registra en los mercados financieros.

La Organización Mundial del Comercio ha afirmado en su último informe que aumentan las tensiones comerciales y la incertidumbre mundial y subraya que el crecimiento del comercio mundial ha pasado del 3% de 2017 al 2,7% de 2018 y que es probable que siga cayendo. Por la amenaza de guerra comercial entre China y Estados Unidos, porque varios tratados comerciales internacionales están en punto muerto, porque aumentan las tarifas comerciales y, en definitiva, porque hay un rebrote del proteccionismo. “La reducción del comercio mundial también frena las inversiones globales”, añade la OMC.

Todo ello está teniendo consecuencias particularmente negativas en el conjunto de Europa. Y sobre todo en tres de sus economías más poderosas. Las caídas de las exportaciones es una de las principales razones del mal momento de Italia, que lleva dos semestres seguidos en recesión, de Francia, que va a la baja y, sobre todo, de Alemania, el gran motor de la economía europea, cuya gran industria manufacturera padece el impacto de la reducción del crecimiento chino, en especial su industria del automóvil, que también se ve amenazada por el riesgo de que Donald Trump adopte medidas aún severas para proteger a las firmas norteamericanas del sector.

Todas las grandes firmas del periodismo económico mundial creen que una salida sin acuerdo de Gran Bretaña de la Unión Europea, que hasta hace unos meses se consideraba casi imposible, pero que ahora parece prácticamente inevitable, agravará esas tendencias. Al tiempo, la impresión cada vez más generalizada es que China no va a recuperar en un tiempo previsible sus extraordinarios ritmos de crecimiento de las décadas pasadas, del 10% y del 11% durante muchos años, y que, por tanto, no va a tirar del carro de la economía mundial: en el último trimestre de 2018, el PIB chino creció a una tasa anual de solo un 4%.

Y el fantasma de la recesión aletea en las primeras de la prensa estadounidense. En buena parte debido a la decisión de la Reserva Federal de no subir los tipos de interés, en contra de lo que prácticamente había anunciado, porque ha considerado que la economía norteamericana no tiene aún la fuerza para hacer frente a esos mayores costes. Y también porque el decisivo mercado de bonos está claramente a la baja.

El panorama no es aún negro, ni mucho menos. Pero en economía las profecías tienden a auto-cumplirse. Aunque sólo sea porque tanto pesimismo publicado no anima precisamente a la inversión, sino todo lo contrario. Nadie cree que se pueda repetir el desastre de 2008, aunque algunos de los mayores bancos del mundo, particularmente alemanes, no están precisamente en su mejor momento. Pero tampoco se descarta un serio tropezón a escala global en el horizonte de uno a dos años.

¿Y España? Pues no tan mal, según parece. Creciendo bastante más que la mayoría de los grandes de Europa y creando más empleo, en gran parte precario y mal pagado eso sí, que todos ellos. Pero al tiempo, nuestro país tiene el mayor número de parados de la UE y la más alta tasa de pobreza de la Unión. O sea que no estamos para echar cohetes.

Sin embargo, alguno de los problemas que están golpeando a las potencias industriales europeas aquí afectan bastante menos. Porque nuestra economía es menos exportadora y porque la industria española pesa cada vez menos en el PIB. La exportación, basada en una sustancial reducción de los costes laborales, impulsó el crecimiento en años pasados. Ahora los dos motores son el consumo interno y el gasto público.

El tímido crecimiento de los salarios tras años de grandes caídas y un ligero repunte de los gastos del Estado tras casi una década de recortes están detrás de ello. Esas políticas, inevitablemente limitadas por los imperativos de Bruselas respecto del déficit público y por el enorme endeudamiento público y privado español, deberían ser el mejor preventivo para los efectos que una eventual crisis europea y mundial tendría en España. Pero aunque no lo diga abiertamente en sus mítines, la derecha no parece ser muy favorable a las mismas. Prefiere prometer bajadas de impuestos.

Con todo, lo que más preocupa a los analistas internacionales que se ocupan de España es la inestabilidad que caracteriza a nuestra política desde hace ya más de cinco años. Porque un país políticamente inestable no anima a los inversores, extranjeros o españoles. Lo malo es que las encuestas sugieren que esa inestabilidad puede perfectamente seguir tras el 28 de abril.

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