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Euskal Herria como parque temático

Iban Zaldua

De acuerdo, no es solo el País Vasco: toda Europa se está convirtiendo en un parque temático. Y no habrá más que esperar a que el Producto Interior Bruto per cápita de China crezca unos cuantos puntos más para que, con el aumento paralelo del turismo asiático, todas las atracciones puedan ponerse en marcha, con sus lucecitas de colores. Sin necesidad, por cierto, de que haya que construir una réplica en (por ejemplo) una isla, como proponía (para el caso británico) la novela de Julian Barnes Inglaterra, Inglaterra.

Pero a veces me da la impresión de que aquí en el País Vasco vamos un paso por delante en ese proceso.

Quizá es que tenemos ya una cierta experiencia en el asunto. A principios del siglo XX se abrieron en estas mismas tierras no menos de tres “museos vascos”: el de San Telmo de San Sebastián (1902), el de Bilbao (1921) y el de Bayona (1924), todos muy etnográficos, muy nostálgicos y, sobre todo, muy museísticos. Como si la industrialización y la construcción de los estados-nación (francés y español) hubieran condenado a lo vasco (y, sobre todo, a la lengua vasca) a convertirse en pieza de museo. Y, por si no bastaran los museos, allí estaba el cenizo de Unamuno para certificarlo: “El vascuence se extingue sin que haya fuerza humana que pueda impedir su extinción; muere por ley de vida. No nos apesadumbre que desaparezca su cuerpo, pues es para que mejor viva su alma”.

Bueno, parece que en esto se equivocó el buen hombre. Al menos de momento.

Lo que no quiere decir que no sigamos empeñados en convertirnos en un parque temático. De hecho ahora, en Gallarta, en lugar de minas de hierro, lo que tenemos es el Museo de la Minería del País Vasco. En Bilbao, en vez de industria naval, el Museo Marítimo de la Ría (y el Guggenheim, y el Palacio Euskalduna…). En Bermeo existe desde hace años un Museo del Pescador, señal de que nuestros esforzados arrantzales (que tan bien quedan en las novelas costumbristas) llevan un buen tiempo esquilmando la costa vasca de toda vida marítima aprovechable. La industria mecánica aún no ha desaparecido por completo en el País Vasco, pero que hace un par de lustros se inaugurara en Elgóibar un Museo de la Máquina-Herramienta no augura nada bueno…

¿Significará el hecho de que se haya fundado una universidad en torno a la (ya no tan) “nueva” cocina vasca, ese Basque Culinary Center de pijísimo nombre, que dicho ámbito “cultural” (tan entrado en metástasis) va a iniciar su decadencia en un plazo más o menos razonable? A fin de cuentas, crear unos estudios universitarios en torno a algo equivale, en cierto modo, a museizarlo. Pero no caerá esa breva, me temo.

Visto lo visto, no me extrañaría que el Gobierno Vasco impulsara, en un futuro no tan lejano, un Museo del Estado de bienestar. Al menos cuando lo permitan los brutales recortes presupuestarios que ha decretado el nuevo ejecutivo del lehendakari Urkullu (que tanto clamó contra los que hizo Rajoy… antes de las elecciones autonómicas). Por dar ideas que no quede (esta, además, me da la impresión de que es muy exportable…).

Eso, por no hablar del País Vasco francés, cuya costa es el auténtico paraíso del jubilado galo (una especie de macro Marina d’Or para cesantes parisinos), y cuyo interior se convirtió hace tiempo en la reserva bucólico-espiritual del vasco peninsular más o menos abertzale: el sueño de lo que serían Guipúzcoa o Vizcaya si no hubiese tenido lugar la industrialización. Menos mal que escándalos como el de la carne de caballo (una de las pistas de las equino-bovinas lasañas Findus lleva directamente a Spanghero, una macroempresa agroalimentaria radicada en la pastoril Baja Navarra) nos recuerdan que el turbocapitalismo funciona allí igual de engrasado que cualquier otra parte del mundo globalizado.

Claro que no todo es negativo en nuestro camino hacia la parquetematización vasca: el abandono de la violencia armada por parte de ETA nos brinda la oportunidad de convertir, por fin, el “conflicto” en “memoria del conflicto” o, mejor dicho, en “memorias del conflicto” (eso que algunos llaman “relato”, incluso con mayúscula). Lo que, en ocasiones, resultará un poco pesado, de acuerdo (coincido con el antropólogo Juan Aranzadi en su desconfianza hacia las “industrias de la memoria”). Pero al menos producirá mucho menos dolor: llevamos desde marzo de 2010 sin que los terroristas hayan asesinado a nadie, la kale borroka brilla por su ausencia y, aunque la policía sigue utilizando pelotas de goma con nefastas consecuencias, la asociación contra la tortura TAT ha anunciado (qué casualidad) que desde hace un año no ha habido denuncias de malos tratos en el País Vasco (una noticia que, por cierto, apenas ha trascendido en los medios de comunicación).

Hay cosas que es mejor que estén, ciertamente, en un museo.

Los que frecuentamos los bares, txoznas y fiestas de Euskal Herria hace tiempo que tenemos un atisbo de cómo será ese futuro revivalístico: aunque la música vasca ha evolucionado durante estos últimos años, diversificándose casi hasta el infinito, siguen pinchándose los mismos greatest hits del RRV (Rock Radikal Vasco) de hace casi tres décadas, es decir: Kortatu, Hertzainak, La Polla y demás. Hasta la saciedad.

Pero de esto ya me ocuparé, quizás, en otro artículo, más adelante.

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