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Participación y elecciones europeas: ¿un plebiscito encubierto?

Elecciones europeas 2014

Dídac Gutiérrez

En estas páginas se apuntaba hace unos meses que las elecciones europeas eran una oportunidad para examinar los nuevos poderes de la Eurocámara. Se argumentó que durante la próxima legislatura ni la política europea será la misma, ni el Parlamento será el de antes.

Además, con la elección este mes de Jean-Claude Juncker como candidato del partido popular europeo se ha confirmado algo que hasta enero parecía todavía una innovación inalcanzable. Todos los partidos europeos presentarán un candidato común a presidir la Comisión. Además de Juncker, los social-demócratas irán con Martin Schulz, los liberal-demócratas con Guy Verhofstadt, los verdes con el dúo José Bové–Ska Keller, y la izquierda europea con Alexis Tsipras. Una contienda a escala continental a modo de prueba de fuego para los que defienden el modelo parlamentario para la esfera comunitaria.

En este contexto la cuestión de la participación electoral está emergiendo solo tímidamente en el debate. Por ejemplo, tres proyectos digitales que actualizan permanentemente las encuestas en todos los Estados (PollWatch, el think tank European Policy Centre, y la consultora electionista) no incluyen proyecciones de participación. Una tarea doblemente difícil teniendo en cuenta que no existe una ‘autoridad electoral europea’, sino 28 sistemas electorales distintos.

Y sin embargo, el factor de la participación puede jugar un rol importante no solo en los resultados, sino en la lectura que se hará de las innovaciones introducidas. Los nuevos poderes en materia de legislación para los eurodiputados, la predisposición de los partidos europeos a politizar la contienda, y hasta el sí renqueante de los estados que querían mantener la voz cantante sobre la presidencia de la Comisión, han sido todas decisiones que están pensadas para legitimar con más fuerza la conexión entre la política europea y la ciudadanía.

Desde el fallido Tratado Constitucional la UE se enfrenta a su particular desafío: ¿Cómo elucidar el apoyo de los ciudadanos según el cual la UE justifica su propia existencia? La apuesta –y respuesta– que plantean estas elecciones es ‘más política’, con la esperanza que los ciudadanos se adueñen de un proyecto que hasta ahora ha optado principalmente por la lógica intergubernamental.

El día después del 25 de mayo se podrán descifrar dos de las cuestiones más sugerentes: ver si efectivamente la campaña se ha organizado en términos más europeos; y preguntarse si la politización ha alterado en algo las cifras de participación.

1) Incentivos: politización

Gráfico 1: comparativa

Uno de los argumentos más repetidos para explicar los niveles de participación electoral en Europa es que la UE no dispone del elemento indispensable para la movilización electoral: la competición ideológica. Sin la escenificación de opciones alternativas, y sin posibilidad de escoger, los incentivos para la participación política se reducen. Simon Hix define ese elemento de manera desenfadada como ‘cotilleo político’. El argumento es que sin confrontación pública la posibilidad de generar empatía entre un candidato y un ciudadano se esfuma.

En ese sentido la historia europea es una historia de cotilleos, pero poco publicitados. La lógica del consenso ha primado durante años sobre la lógica de las mayorías. Un ejemplo curioso es que las grandes personalidades asociadas a la integración europea, como Jacques Delors, no tuvieron que definir su suerte en función de grandes ‘debacles’ o ‘vuelcos’ electorales.

Ese cotilleo es lo que se intentará escenificar durante los próximos dos meses. Un debate de ideas que curiosamente ya preveía el Tratado en 1957 que instituyó la CEE, al afirmar en su artículo 138 que todos los eurodiputados debían ser elegidos por la ciudadanía mediante un sistema uniforme en todos los estados miembro. Algo que solo se ha logrado parcialmente. ¿Se trata pues de volver al origen? ¿De reconectar con el modelo de una Europa con una identidad política supraestatal, definida por un cuerpo electoral que vaya más allá de las fronteras nacionales?

El análisis de los últimos eurobarómetros (véanse gráficos 2, 3 y 4) parece apuntar que la politización y la parlamentarización de la vida pública europea corresponde con las expectativas actuales de la ciudadanía europea.

Gráfico 2: politización

Más de la mitad de los europeos consideran que una batalla política a nivel continental (con programas diferenciados y candidatos comunes) representaría un incentivo para ir a votar. Las últimas cifras sobre esta cuestión datan de junio de 2013, antes incluso que se confirmara que todos los partidos tendrán un candidato paneuropeo para presidir la Comisión. Es probable que a día de hoy esa cifra sea algo más alta. Un dato curioso es la variación entre 2012 y 2013 en el caso de los encuestados en España. Si bien la media europea varía a la alza, España es uno de los dos países (junto con Francia) en los que el porcentaje de encuestados que responden afirmativamente disminuye.

Gráfico 3: parlamentarización

La legislatura 2009-2014 marca también un cambio en la tendencia histórica sobre la percepción de los ciudadanos respecto al trabajo de los eurodiputados. Los encuestados que responden que los eurodiputados ejercen sus responsabilidades en función de sus afinidades políticas son mayoritarios por primera vez durante los últimos cinco años. Sería interesante determinar qué peso tiene el desconocimiento al responder esta pregunta, pero no deja de ser significativo que a pesar de que existen grupos parlamentarios desde 1979, solo a partir de 2009 la mayoría de los ciudadanos empiezan a considerar que los eurodiputados trabajaban según líneas ideológicas. ¿Qué ha cambiado en estos cinco años?

Gráfico 4: presidencialización

Los datos sobre la posible elección directa del Presidente de la Comisión son los que ofrecen una tendencia más clara. Hasta un 70% de los encuestados en junio de 2013 querrían elegir directamente al Presidente (algo que solo ocurrirá de forma indirecta en mayo 2014 a través de los candidatos que presentan cada partido). El deseo de ‘presidencializar’ Europa ofrece unas cifras todavía más altas que las expuestas en el gráfico 2, relativas a la posibilidad de que los partidos presenten simplemente candidatos y programas comunes.

2) Incógnitas: una ciudadanía más exigente en resultados, y también información

Si bien existen algunos datos que parecen apuntar hacia una mayor demanda de politización en Europa, las mismas encuestas también invitan a reflexionar sobre la necesidad de tener una perspectiva mucho más amplia.

El debate académico sobre el abstencionismo en las elecciones europeas ofrece múltiples respuestas. Desde la apatía y la pérdida de centralidad del voto como factor de socialización (un fenómeno que no afecta solo a la Unión Europea), hasta la marginalidad de los temas europeos durante las campañas electorales.

El balance histórico es que este tipo de comicios se parecen mucho más a unas ‘elecciones de segundo orden’, como las conceptualizó Hermann Schmitt, que a unas elecciones donde simplemente se han intercambiado las lealtades entre partidos estatales y partidos europeos – la visión optimista que imaginaba Ernst Haas en los años 60.

Recientemente, el European Youth Forum publicaba un sugerente estudio al respecto. El texto apunta que una parte importante del fenómeno de la abstención en Europa se debe a la utilización del voto – en este caso el ‘no-voto’- como una ilustración de la evaluación que los ciudadanos hacen de la política europea. Es decir, una abstención motivada no solo por razones desconectadas del contenido político, sino al contrario, como muestra de desaprobación institucional y política por parte de la ciudadanía. Una abstención-protesta. Un argumento que parece coincidir, en parte, con algunos de los datos disponibles.

Gráfico 5: ¿mi voz cuenta en la UE?

Más de dos tercios de los encuestados consideran que su voz no cuenta en la UE, una tendencia a la alza durante la última legislatura. El gráfico ayuda a ilustrar la paradoja que se ha producido durante el período 2009-2014. Por un lado han sido los años en los que se ha desplegado el Tratado de Lisboa, el texto que ha otorgado mayores poderes competenciales a la Unión Europea y al Parlamento Europeo – la única institución elegida directamente por los ciudadanos-, pero por el otro dicho proceso no se ha percibido como una mejora de la capacidad de las instituciones comunitarias de tomar en cuenta las preocupaciones ciudadanas. Más poder para actuar, pero más descontento - o exigencia, dependiendo de cómo se mire. La posible lectura crítica de este dato es que las innovaciones institucionales son a veces insuficientes para cambiar la percepción sobre los resultados políticos. Esconderse detrás de la evolución institucional ya no basta. La cuestión es de fondo, empezando por los contenidos sobre los que se debate.

Gráfico 6: más ávidos de contenidos europeos

El gráfico posterior plasma la idea de que la exigencia ciudadana también se traduce por una mayor avidez de información sobre las posibilidades que ofrece la acción política a nivel europeo. El gráfico recoge las respuestas en España y en el conjunto de la Unión Europea respecto a la siguiente pregunta: ‘¿Sobre qué tema o área política debatida en el Parlamento Europeo o en general en la UE le gustaría tener más información?’. La pregunta es particularmente sugerente porqué ofrece algunas pistas sobre el vínculo entre competencias del Parlamento y puntos de interés de la ciudadanía. Una ‘agenda’ que debería ser explorada con interés por los partidos políticos en estas elecciones. En este sentido frente al comúnmente denominado déficit de información también ha emergido en esta legislatura un cierto ‘superávit’ de interés, en particular alrededor de la idoneidad de reflexionar sobre soluciones colectivas y supranacionales a la crisis.

3) Un matiz y una oportunidad

La apropiación por parte de la ciudadanía de un proyecto político conlleva tiempo. Hablar del concepto de ‘legitimidad’ en ciencia política es tarea ardua. Una pócima casi indescifrable donde interactúan procesos de socialización (como la forma de informarse o los mecanismos educativos), la puesta en escena de una oferta política diferenciada, y la responsabilidad de los candidatos para ofrecer un plan de trabajo que corresponda con el marco en el que ejercerán su labor.

Pero en definitiva, estas elecciones ofrecen novedades que van más allá de las iniciativas institucionales. Son diferentes sí, pero también por la manera en la que los ciudadanos modificamos nuestras percepciones, expectativas e exigencias. La participación electoral será uno de los primeros test para una Europa en busca de legitimidad y que apuesta discretamente por avanzar hacia el parlamentarismo. Bajo el disfraz resultadista, estos comicios amagan un plebiscito de la Europa política.

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