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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

El valor de Ángela

Una manifestante herida por el impacto de una pelota de goma en una manifestación en  Skouries, Grecia. © Alterthess

María Serrano

Área de Política Interior de Amnistía Internacional España —

Se llamaba Ángela y tenía 58 años. Nunca la conocí en persona. Sólo hablé con ella por teléfono un par de veces e intercambiamos varios emails.

Su historia llegó a Amnistía en el verano de 2011. La noche del 4 de agosto, Ángela participaba en una manifestación ante el Ministerio del Interior para protestar por el desalojo de los indignados de la Puerta del Sol. Su actitud era totalmente pacífica, pero, cuando la policía cargó, un agente la golpeó en la cara con su escudo y, después, en la rodilla con la porra, haciéndola caer.

Al ver la escena, varias personas trataron de ayudarla y una de ellas increpó a los agentes cuando se alejaban. Los agentes entonces volvieron en tropel y golpearon a Ángela y a las personas que habían acudido a socorrerla. Entre ellas a N, una mujer que trataba de abrazarla para protegerlaN y que nos hizo llegar su caso a AI España.

Mis compañeros en Madrid y Londres documentaron su caso al detalle. Era un caso claro de uso excesivo de la fuerza y de violencia indiscriminada contra los manifestantes.

La primera conversación telefónica que tuve con Ángela permanece todavía grabada en mi memoria. Cuando hablaba de la denuncia que había presentado contra los policías que la golpearon, irradiaba indignación. No tenía ningún miedo a denunciar. Al contrario. Me dijo: “hija mía, cuando una se hace mayor, los temores se apaciguan”.

En un comunicado público recogimos el caso de Ángela. A los pocos días, una persona nos escribió para contarnos que había reconocido la historia porque estuvo allí. Vio cómo habían golpeado a Ángela y a N, y había grabado los hechosN. Esta persona, que siempre prefirió permanecer anónima detrás de la cámara, entró en contacto con Ángela y N.

Aún conservo los correos electrónicos que intercambiamos. En ellos, Ángela agradecía a N que intentara protegerla de la actuación policial y su valor, entereza e integridad, que le había ayudado a tomar la decisión de denunciar. Agradecía también el trabajo de Amnistía Internacional. Le decía al cámara que sabía de su existencia, porque había visto a alguien grabar la agresión, que le había buscado por Internet y que había temido que hubiese sido también golpeado.

Resulta curioso este pequeño círculo de personas que se formó. Si los abusos y las injusticias dejan a veces a las personas en una situación de impotencia frente a la autoridad; en otras ocasiones, hacen que se unan para reclamar sus derechos.

La existencia de las imágenes fue un motivo de júbilo. Abría la oportunidad de presentar evidencias en el juicio. Dejando de lado el aspecto judicial de la cuestión, las imágenes corroboraban que el abuso existía y que el relato de Ángela era cierto. Podía probarse. Podía demostrar que estaba pacíficamente en la calle.

En los últimos años estas imágenes han proliferado. Estas imágenes han favorecido que se extienda la exigencia de que la policía rinda cuentas y de que se abran investigaciones sobre estos abusos. Aunque hasta el momento estas demandas no han dado muchos resultados, suponen un pequeño avance: hace unos años, muy pocas personas querían creer que en nuestro sistema se producen abusos policiales. Mucha gente miraba para otro lado. Ahora no pueden hacerlo.

En el caso de Ángela, las imágenes y testigos de la agresión no fueron suficientes para que se hiciera justicia. Los tribunales archivaron el caso porque no pudo identificarse al agente responsable de la agresión. Ángela falleció repentinamente este verano, sin obtener ni justicia ni reparación por la agresión sufrida a manos de un agente de policía.

Aún así, en el largo camino que queda para conseguir justicia, las palabras de Ángela vuelven con frecuencia. Su caso y otros como el de Manolis Kypreos (Grecia), Andrei y Agustin Ristache (Rumanía), incluidos en el informe Actuación policial en manifestaciones en Europa, siguen siendo para nosotros un motivo para seguir defendiendo los derechos humanos.

A día de hoy sigo convencida de que no fueron los años los que despejaron los miedos de Ángela, como no es la edad la que forja el valor. No la conocí pero lo sé. Ella, como muchos otros, era así. Simplemente.

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