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El incierto futuro de los 'hijos de las pateras' al cumplir 18 años

Hassan y Abdul, a las puertas del Centro de Barrio Pedro Palma de Jerez de la Frontera (Cádiz)

Javier Ramajo

Integraban alguna de las embarcaciones que llegaron a Barbate (Cádiz) el pasado octubre después de una peligrosa travesía por el Estrecho. Tienen grabada a fuego la fecha, porque detallan los meses y los días que llevan en España. En este tiempo se han hecho mayores, mayores de edad. Al llegar a los 18, pierden la tutela de la Junta de Andalucía y encuentran en la calle su destino más probable, sin posibilidad oficial de regularizar su situación. El Gobierno de Marruecos, tras meses de espera, acaba de empezar a tramitar sus pasaportes y los de otros 43 jóvenes que, sin la atención de organizaciones de voluntarios, estarían deambulando sin futuro ni opciones posibles de inserción social.

Los elogios son mutuos entre Hassan y Michel Bustillo, de la ONG Voluntarios por Otro Mundo. Abdul, más tímido, tiene mayores problemas con el idioma. Desde Marruecos y Guinea-Conakry, como tantos otros, se aventuraron en busca de un futuro mejor. No se veían en sus países de origen y decidieron pagarse, de aquella manera, el viaje. Llegaron a puerto y el gobierno autonómico se hizo cargo de ellos, hasta que han cumplido 18 años y el tutelaje que hacías las veces de familia se da por terminado. ¿Qué pasa con ellos cuando la Administración no puede ejercer su función protectora? “Pues hay que dar las gracias de que existan organizaciones que se preocupan por estos chicos”, reconoce una de las educadoras sociales del Centro de Acogida Inmediata de menores de Villamartín.

Con ellas vienen otros cuatro jóvenes inmigrantes, también con una recién estrenada mayoría de edad. En el centro tratan de “aguantarlos” hasta que se aseguran de que no se quedarán en la calle. Michel explica a Driss, Mohamed, Ahmed y Abdul que Voluntarios por Otro Mundo cuenta con dos pisos en Jerez, de cinco y once plazas, donde se les daría techo y manutención bajo unas normas básicas de convivencia y respeto. Carmen y Carmina, dos octogenarias que colaboran con la asociación, han dejado esta mañana un carro lleno de comida en este particular piso de estudiantes, corroboran Hassan y Abdul. Ellos se administran la comida, tienen que limpiar la casa y, a partir de las 23 horas, tiempo para el descanso. Dicen que les interesa el piso “para buscar la vida”, “para trabajar”, repiten. “Nunca se os olvide eso, porque algunos perdieron su oportunidad”, advierte Michel. La otra posibilidad es la calle y la más que probable expulsión del país.

Su mayor preocupación es que les coja la Policía en este tiempo de incertidumbre administrativa. No paran de preguntarlo. A un joven magrebí le ocurrió hace un tiempo. Mientras esperaba su regularización, unos agentes trataron de identificarle y la Subdelegación del Gobierno inició un expediente de expulsión. “Llevaba aquí más de tres años y ahora es un chico desarraigado en su propio país. Por la experiencia que tenemos, intentará volver, en patera o en los bajos de algún vehículo pesado”, explica Amin Souissi, de la delegación de la Asociación Pro Derechos Humanos en Cádiz, que cede su local en el Centro de Barrio Pedro Palma de Jerez de la Frontera para estos encuentros con Voluntarios.

“No sólo se emigra por falta de pan”

El Consulado de Marruecos en Algeciras lleva haciendo esperar hasta año y medio la entrega de pasaportes, requisito previo al permiso de residencia, a estos jóvenes extutelados o a punto de serlo para que sean considerados ciudadanos marroquíes de pleno derecho. Luego, las asociaciones les gestionan los 'papeles' en España. El NIE surge también varias veces en la conversación. “El cónsul decía que no expedía los pasaportes por cuestiones de seguridad, pero la inseguridad consiste precisamente en que los chicos no estén documentados. Sin ella, no pueden seguir estudiando o iniciar algún curso de formación o hacer prácticas”, dice Amin, que lamenta que el país vecino “nunca se ha preguntado por qué sus jóvenes quieren emigrar”. “No sólo se emigra por falta de pan, también se emigra por falta de libertades”, apunta Michel. Según la asociación Prodein, el 85% de los jóvenes inmigrantes en Melilla son deportados una vez cumplidos los 18 años.

La Junta de Andalucía tiene habilitado el programa +18 “pero siempre dicen que no hay plazas”, explican los miembros de las asociaciones. “La Administración no tiene recursos”, insisten. Una llamada al 'teléfono verde' de emergencia consular de Marruecos sirvió finalmente para empezar a tramitar los pasaportes tras pagar la correspondiente tasa por la operación administrativa. APDHA solicita “mayor preocupación” por estos jóvenes que acaban su período de tutelaje y salen de los centros de protección “con una mano delante y otra detrás”. “Se quedan en el limbo administrativo, llenos de frustración y sin poder seguir con su proyecto de vida”, añade Amin. “No hay medios suficientes; siempre que llamamos a la Consejería nos dicen que no hay plazas o exigen un perfil muy concreto de jóvenes”, remacha Michel, que señala que Voluntarios no recibe subvenciones públicas y se nutre de la generosidad de personas como Carmen o Carmina.

Driss, Mohamed, Ahmed y Abdul son piezas del puzle por el que ya pasaron Hassan o Abdul al cumplir no hace demasiado los 18. Este tipo de asociaciones les dan cobijo y les facilitan prácticas hasta que se hacen con algún oficio. Uno de ellos dice que quiere ser peluquero y que practica con sus tres compañeros, que lucen sonrientes modernos cortes de pelo. El flujo de jóvenes en los dos pisos es muy frecuente, casi siempre hay huecos, comenta Michel. Al estar maticulados en el instituto, los cuatro primeros también tienen la opción de ir a una residencia de estudiantes al salir del centro de Villamartín. “El trabajo en red con otros organismos es fundamental” para la inserción sociolaboral de estos jóvenes, asevera Michel. “Lo primero que hacen al conseguir algo de dinero es enviarlo a sus familias”, relata. Pronto van a empezar un proyecto sobre 'duelo migratorio', relativo a todo lo que supone la llegada a un nuevo país y la pérdida de raíces, familiares o culturales.

Hassan coge todos las mañanas su bicicleta para sus clases de español y para seguir preparándose el graduado. “Hay mucha gente mala en Marruecos, allí no hay nada”, argumenta directamente sobre el motivo de la salida de su pueblo, en la costa oeste de Marruecos, donde ayudaba a su familia a “conducir un barco”. “Hay que pagar por todo”, lamenta al referirse a la ejecución de cualquier trámite. “Aquí valoran mucho la ley, lo legal”, comenta Michel al tiempo que Hassan muestra con orgullo su permiso de residencia. El viaje de Abdul fue más largo, atravesando Mali, Argelia y Marruecos. Hacía lo que podía en cada uno de esos países para ganar algo de dinero y continuar su travesía con destino a Europa. Ahora tiene una cédula por un año de residencia en España. Su sueño es ser mecánico.

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