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Opinión - Ser europeo. Por Ignacio Escolar

El tesón de Fadel, el sirio que empezó en la fresa y regenta un restaurante de éxito en la costa de Huelva

Fadel Al-Bahech, en la entrada de su restaurante

Javier Ramajo

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“¿Una mesa para seis? Perfecto, Rafa”. Una reserva al otro lado del teléfono interrumpe una conversación con uno de los trabajadores, que se afanan en tener todo listo para una noche de viernes en Las Dunas, un conocido restaurante de Nuevo Portil, en el término municipal de Cartaya (Huelva), regentado por Fadel Al-Bahech, de 57 años y origen sirio. Llegó a España en 1987 para estudiar traducción e interpretación en Granada, pero la vida le llevó a la Costa de la Luz, que recibe miles de veraneantes en Ayamonte, Isla Cristina, Lepe, Cartaya, Punta Umbría, Mazagón y Matalascañas como núcleos costeros más importantes.

Lejos queda su Damasco natal y lejos en el tiempo quedan las siete horas de autobús que cada viernes y cada domingo durante un par de años padeció entre Granada y El Rompido, también en Cartaya, cuando trabajaba de camarero en otro restaurante de la zona. Quizás en aquel autobús “que paraba en todos los pueblos de Andalucía” empezó internamente a gestar su propio negocio, del que ahora viven una veintena de personas, la mayoría de origen inmigrante como él. Fadel da “gracias a dios” repetidamente por ser un “hombre afortunado” y ofrece insistentemente al visitante un café o un te antes de conversar en su preciosa zona ajardinada a unos metros del Océano Atlántico.

A la sombra de los pinos, este “hombre con suerte” repasa su largo camino vital. Había empezado Filología Francesa en su país y, junto a cuatro amigos, decidió cambiar de aires con destino Granada. “Al año, tres de ellos decidieron volver a Siria. Otro amigo y yo estuvimos un tiempo más pero también regresamos”, recuerda. “Estuve en mi país dos años, pero tenía muchas ganas de volver porque me encantó España”. Contactó en Cartaya con un tío suyo, “uno de los mejores alergólogos de España”. Ahí empezó su historia de amor con la costa de Huelva, también en lo personal, que se apagó dos hijos después, pero que le acaba de regalar su primer nieto, con el que está “flipando”.

“He pasado mucho”

Fue la época en que trabajó como temporero en la fresa, como tantos otros inmigrantes siguen haciendo, y también la de aquellas eternas travesías en aquel autobús de ruta intermitente (y clandestino, con un viejo “permiso de permanencia de estudios”) para estar con su novia y continuar “sacando un sueldo para poder vivir”. Sus padres, desde Siria, le ayudaron al principio, pero él siempre quiso ganarse su propio pan. “Llegaba a Granada a las siete de la mañana, me daba una ducha y me iba a las clases”, recuerda. Mientras, iba haciendo “buenos amigos, familia” junto a la frontera con Portugal. Pero aquellos viajes “se hacían cada vez más largos” y optó por dejar los estudios cuando apenas le quedaba un año para terminarlos. “No me arrepiento”, asegura. Visto cómo le va, no sin esfuerzos a tenor de su relato (“he pasado mucho”), eligió el camino correcto. “Ahora es por la tarde, pero a la hora de comer esto estaba a reventar”, dice sin presuntuosidad acerca de la popularidad de Las Dunas, con capacidad para casi 400 personas.

Allá por 2003, el paraje que un día acogió un cine de verano despertó el espíritu emprendedor de este sirio. Fruto de sus contactos durante años y de la “confianza de la gente”, obtuvo mediante subasta una concesión administrativa por 50 años del lugar que ahora alberga Las Dunas. “Me enamoró este terreno”, recuerda. El apoyo del alcalde de entonces y un crédito en el banco hicieron el resto. Compartió la empresa durante siete años con un socio, que finalmente le vendió su parte en 2010. “Poco a poco Las Dunas han ido creciendo. Yo siempre he querido un buen negocio. Por eso, no repartíamos beneficios cuando acababa la campaña, sino que íbamos ampliando”. Igual que en los últimos tiempos, en los que ha cerrado y techado la terraza que precede al jardín, que enlaza con un cercano y hermoso camino de madera que discurre paralelo a la playa, divisable desde la terraza lateral.

Fadel se ha ido ganando a la gente. “En los pequeños detalles se conocen a las grandes personas”, reza una placa fechada hace cuatro agostos que le regaló “un grupo de ciclistas”, situada junto a una foto con Herman Van Rompuy, el que fuera el primer presidente permanente del Consejo Europeo, de visita en su restaurante. Su clientela se lo reconoce y vuelve. También los empleados de Las Dunas, muchos de los cuales llevan con él desde el principio. Rumanos, polacos, ucranianos, rusos, componen una plantilla estable reforzada con algún joven que quiere sacar un dinero en verano. “Yo he sido inmigrante y yo a mis compañeros los trato como a mí me gustaría que me tratasen”, sentencia. Este año, anuncia, en lugar de descansar durante el mes de noviembre, Las Dunas cerrará sus puertas entre el 10 de diciembre y el 3 de enero “para que puedan pasar las navidades con sus familias en sus países”.

“Allí no faltaba nada, pero son las malditas guerras”

Muchas pistas revelan que el negocio funciona. Abierto día y noche los meses de julio, agosto y septiembre, suele abrir solo a mediodía entre octubre y junio. El restaurante, como todos buen establecimiento junto al mar, ofrece principalmente pescado y marisco. “Me he criado durante 35 años con eso, claro”. Destaca los trabajos con bacalao y corvina, así como arroces de todo tipo y también platos o guisos típicos de Siria, de su tierra. “Son muchos años en guerra y eso te provoca amargura, tristeza y angustia”, comenta. El teléfono salva las distancias con su familia, pero “se parte el alma cuando tienes que tirar a la basura los restos de algunas comidas sabiendo la miseria que se vive en muchas partes de mi país. Allí no faltaba nada, pero son las malditas guerras”, lamenta.

Fadel tiene dos hijos, de 32 y 24 años. Uno de ellos está en la Marina y vive en Rota (Cádiz) y otro reside en Málaga. Se le cambia la cara al citar a su pequeño nieto. “Tengo un trabajo precioso que hago con muchas ganas y que ahora ha rematado Yunes, como el profeta Jonás”, explica. A lo mejor pronto empieza a jugar al fútbol en la zona acotada para ello, con unas porterías infantiles a las que hacen fiesta los niños que vienen con sus padres a comer a Las Dunas. Allí marcó sus primeros goles una de las más firmes promesas del Sevilla F.C., presume. “La gente dejaba de comer para verlo jugar”, apunta.

Este empresario, que ha ofrecido “mucha dedicación” a levantar su actual negocio, vive su vida ahora “de otra manera”, con un nieto a apenas 500 metros, en su casa, y una clientela fiel que se multiplica cada verano. Un entorno único, al lado del Atlántico, cambió su destino, y las circunstancias de la vida le llevaron hasta hoy, a disfrutar de su día a día muchos años después de salir de su país al igual que su plantilla, a la que intenta devolver la suerte que él supo encontrar bajo los pinares de Cartaya.

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