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24M y el voto inmigrante

Gerardo Pisarello, nascido en Argentina y número dos de Ada Colau, en un mítin / ENRIC CATALÀ

Adela Ros

Eje de migraciones de Barcelona en Comú —

Una amiga boliviana me mandó este mensaje tras votar el 24M: “He votado muy temprano. Fue todo muy bien y salí un poco emocionada, era la primera vez”. Las recientes elecciones municipales comportaron novedades importantes respecto al voto de las personas de origen inmigrante. Se trata de una cuestión con un peso más simbólico que cuantitativo quizás pero estas elecciones suponen un punto de inflexión en el voto de los inmigrantes, especialmente en grandes ciudades como Barcelona o Madrid.

El hecho de votar es una de las mayores expresiones de sentido de pertenencia a una sociedad que existen. Lo damos por hecho cuando nos sabemos de un lugar pero nos lo cuestionamos automáticamente cuando existe alguna duda sobre si ese lugar realmente es nuestro. En el caso de las personas que han llegado a una ciudad, región o país nuevo, el hecho de querer votar sólo sucede cuando se está en un estado de incorporación muy alto, cuando ya las persona se saben de allí. El acceso a los recursos económicos, educativos y lingüísticos, siempre limitado para la población inmigrante, resultan una dificultad importante para la participación política. El ir a depositar una papeleta en la urna es la expresión máxima del derecho a intervenir en la construcción de una sociedad. Por ello, para seguir la evolución de la incorporación real de los nuevos ciudadanos la cuestión de la participación política es un indicador fundamental.

Empecemos por el derecho al voto, una cuestión que emerge cada vez que llega una contienda electoral. Por un lado, de los 800.000 extranjeros con derecho al voto en las elecciones pasadas, sólo algo más de la mitad cumplían todos los requisitos que las instituciones políticas imponen para acudir a las urnas. Pero para calibrar la importancia del voto inmigrante debemos sumar aquí a todas las personas nacionalizadas en edad de votar que, aunque en procesos muy distintos según sea el país de origen, significan cada vez un porcentaje mayor de la población.

El tema del voto de los inmigrantes nunca ha sido prioritario para ninguna institución ni tampoco para ninguna fuerza política. En realidad, todo apunta a que nadie se lo ha tomado muy en serio. Las instituciones han hecho los mínimos para cumplir con la ley pero ni un paso más allá. Si la ley dice que los inmigrantes extracomunitarios se tienen que inscribir en un censo seis meses antes de las elecciones municipales para poder luego ejercer el derecho al voto –cosa que dificulta mucho el propio derecho—pues se publica la información, se manda una carta y ya está, no vaya a enterarse todo ese nuevo electorado y vayan a votar. Los partidos políticos han jugado a utilizar a determinados colectivos de inmigrantes, éstos a veces con intereses muy particulares y personalistas, para hacerse la foto de la diversidad cultural y, sea dicho de paso, tener interlocutores para los momentos de necesidad. Poco más que un pornográfico uso de las imágenes y en algunos casos en busca de un voto que se sabe fácil de conseguir y del que luego nadie se ha responsabilizado. En muy pocos casos se ha han situado en las listas a personas de origen extranjero, un paso importante pero no suficiente. Desde que la inmigración internacional forma parte de nuestra realidad hace ya más de 15 años no se han escuchado todavía voces convencidas de que es a través de la participación política como se pasa de ser ciudadano de segunda a ciudadano de primera. Ni voces ni mucho menos se han visto actuaciones decididas que abran las urnas a los nuevos votantes que quién sabe cómo y a quién votarán. Como nadie está seguro, mejor se les deja fuera del sistema.

Cada voto nuevo es un paso enorme y el 24M hubo muchas personas de orígenes diversos que ejercieron, por primera vez, su derecho al voto por voluntad propia. Muchas de ellas se sintieron por primera vez parte de un proyecto general y eso las sitúa en otro lugar a partir de ahora. Pero esta decisión de ir a votar no se puede entender sin tener en cuenta algunos elementos básicos. La ola de descontento y de hartazgo que inundaba a una parte de la sociedad también llegaba a la población de origen inmigrante. Esta vez la novedad era que muchas de estas gentes se veían a sí mismas como ciudadanas cuyo derecho a un trabajo, a una vivienda digna, a la sanidad no eran respetados.

Segundo, los efectos de esta crisis económica habían movilizado a muchas personas de orígenes diversos que ya se encontraban involucradas en las luchas desde las asociaciones de vecinos o muy especialmente en los movimientos sociales surgidos tras el 15M, muy especialmente la Plataforma de Afectados por la Hipoteca donde los inmigrantes jugaron un papel fundamental. Una vez dado el primer paso en la participación, el segundo siempre resulta más sencillo.

En tercer lugar, el multipartidismo benefició la participación política. Las nuevas opciones políticas de izquierdas han conectado muy bien con la nueva ciudadanía tanto comunitaria como la proveniente de otras regiones del mundo, muy especialmente de Latinoamérica. Desde mi propia experiencia en Barcelona en Comú, se dieron pasos definitivos que permitieron acercarse a los nuevos ciudadanos. Barcelona en Comú es un espacio abierto donde se respira y transpira la diversidad que existe en las calles de Barcelona. La diversidad de acentos ha provocado un “efecto llamada” de personas activistas que no habían encontrado todavía un lugar donde sentirse cómodas y un “efecto espejo” imprescindible para sentirse en un espacio donde hay gente “como tú”. Además, ha situando personas de orígenes diversos en lugares visibles no sólo en las listas –que también, Gerardo Pisarello, hijo de desaparecido de la dictadura argentina, es el segundo de la lista detrás de Ada Colau– sino en todos sus órganos, estableciendo un tú a tú más directo, menos jerárquico, en una palabra, abriendo las compuertas que tan cerradas permanecían. En la campaña electoral muchos inmigrantes de origen han salido a las calles a pedir el voto, básicamente a personas autóctonas.

La población de origen inmigrante se ha sentido por primera vez invitada a dar su voz, a opinar, a ser. Y es así, y sólo así, como se llega a que muchas mujeres y hombres, después de tenerse que enfrentar a las dificultades propias de un sistema que no está preparado para que voten, el día 24M fueran, algunos teniendo que pedir permiso en sus trabajos todavía muy precarios, a depositar sus papeletas. Como ocurrió en una parte de la población en general, también muchos de estos nuevos votantes lo hicieron con gran ilusión. Ahora las nuevas plataformas ciudadanas de izquierdas, como Podemos y Barcelona en Comú, que han conseguido movilizar a un nuevo electorado al que nadie antes había invitado a participar de una forma tan abierta, tienen que hacer una valoración profunda de esta responsabilidad que, quizás sin proponérselo, ya han asumido.

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