Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
Illa ganaría con holgura en Catalunya y el independentismo perdería la mayoría absoluta
Opinión - Pedro Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar

Dime de qué barrio eres y te diré cómo te sientes

Cartografías emocionales de Christian Nolde.

Lucía Lijtmaer

Uno de los clichés más manidos de la cultura cinematográfica es el del neoyorquino cascarrabias. Está en innumerables películas y series de televisión, y dice así: no importa la hora del día, te robará el taxi que estás a punto de pillar. Más allá de que haga sol o llueva, te espetará un insulto. Y si llegas de provincias con inocencia y ganas de comerte el mundo, te contestará con una mirada acerada y cara de pocos amigos. ¿A quién no le suena?

Las ciudades –o más bien, el centro de las ciudades– han sido objeto de estereotipo en parte porque también han sido objeto de estudio. Uno de los más recientes se ha empeñado en demostrar que no solo hay tipos de personalidades más afines que otros a ciertos barrios, sino que estos afectan a cómo vivimos en esas zonas.

De la misma manera que se ha explorado el efecto de la pobreza en la salud según la renta per cápita, Markus Jokela, Samuel Gosling y Peter J. Rentfrow en su estudio “Variaciones geográficas en la asociación entre personalidad y satisfacción de vida del área metropolitana de Londres” (publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences) han analizado, precisamente, cómo cinco patrones de personalidad –con los lugares comunes que eso puede implicar– se concentran en los distritos postales londinenses.

En un estudio basado en 56.000 cuestionarios, los investigadores cartografiaron los rasgos de personalidad “apertura de mente”, “extroversión”, “amabilidad”, “responsabilidad” y “estabilidad emocional”. ¿El resultado? Entre otras cuestiones más o menos previsibles, las zonas alejadas del centro eran menos proclives para ciudadanos abiertos a nuevas experiencias –interesante para aquellos chistes sobre los swingers y las parejas suburbanas–, y los que viven en el centro resultan más dispuestos a cosas nuevas, a perfiles creativos y jóvenes, pero también más antipáticos.

El estudio, además, cruzaba los datos con la felicidad –o satisfacción vital–. No parece ser una sorpresa que la mayor concentración de residentes felices se sitúa en los barrios de mayor renta per cápita, mientras que los que se autodefinían como menos satisfechos con su vida estaban en las áreas de mayor pobreza.

Cartografías de la emoción

Quizás lo más significativo no sea saber que los jóvenes profesionales viven en el centro y se consideran ciudadanos abiertos, mientras que los ciudadanos más estables son aquellos que necesitan una hora y media para llegar a una casa en las afueras después de una larga jornada en la city bancaria. Posiblemente, lo interesante del análisis sea que se inscribe más allá del mero estudio psicológico, dentro de una nueva manera de estudiar las respuestas a las ciudades, en lo que se conoce como la “cartografía emocional”.

En esta misma línea, el artista y diseñador Christian Nold explora las implicaciones sociales, culturales y políticas de la visualización de datos biométricos y experiencias emocionales a través de la tecnología. En su proyecto Emotion Map, los participantes de 25 ciudades reexploran su barrio con un dispositivo que registra la GSR, la denominada “respuesta galvánica” de la piel, un indicador de la respuesta emocional en relación a la localización geográfica. A la vuelta del paseo, se crea un mapa donde se visualizan los puntos de mayor y menor emoción, y los participantes ponen en común sus paseos.

La cartografía emocional responde a uno de los últimos ejemplos de cómo utilizar los sensores que miden nuestras respuestas fisiológicas. Pese a que el proyecto de Nold se inscribe dentro de la experimentación, los resultados son sorprendentes: el 75% de los participantes expresaron una confusión entre sujeto y objeto, entre cuerpo y espacio, que Nold interpretaba como “una nueva lectura sobre el entorno”.

Por otro lado, la cartografía emocional tiene una dimensión política: el propio artista explicaba en las conclusiones cómo el alcalde de Bethlehem, en Estados Unidos, había realizado el experimento y se había registrado una altísima respuesta emocional en la zona más degradada de la ciudad, dónde él había vivido de niño. En la charla posterior, el alcalde expresó su deseo de regenerar el barrio. La relación entre ambas cosas había quedado claramente establecida en la lectura del dispositivo.

¿Es la 'smart city' una ciudad cartografiada?

Si se abandona el caso concreto, se puede entender que la respuesta emocional de una ciudad deja de ser una mera anécdota a ser susceptible de entender cómo funciona la urbe, y que adquiere enorme importancia en relación a lo que se ha denominado ciudades inteligentes o smart cities.

Un reciente artículo de Nature, por ejemplo, relata un ambicioso proyecto con geocientíficos de la Universidad de Heidelberg y físicos en el Instituto de Tecnología de Karlsruhe en Alemania. Partiendo de la base de que el número de enfermos mentales se ha doblado en los últimos treinta años –se tomaba como parámetro la subida del 11% al 23% en la ciudad de Londres entre 1963 y 1997, en una época en la que el aumento de la población no justificaba tal incremento–, los científicos querían comprobar la relación entre estrés, entorno urbano y enfermedad mental. Los primeros resultados demostraron que las ciudades afectan radicalmente a la salud mental: aquellos participantes que se criaron en ciudades, independientemente de dónde vivan ahora, generan una respuesta al estrés mucho más alta y, a largo plazo, nociva.

La simbiosis entre tecnología contemporánea y cartografía está resultando providencial: a partir de un mapa de alta resolución de su ciudad y un dispositivo móvil que permite realizar un seguimiento de las personas mientras caminan y trabajan en Heidelberg, el siguiente reto es comprobar cómo cada zona afecta al cerebro. El dispositivo puede reconocer cuándo los participantes llegan a una ubicación específica –una zona verde o una intersección particularmente ruidosa– y al instante les pregunta acerca de su estado de ánimo o les envía una prueba cognitiva para ser completada en el acto.

Los científicos después testean a los participantes mediante estudios de imágenes cerebrales que examinan cómo procesan el estrés y la emoción. Al correlacionar los datos de imágenes con sus estados de ánimo en diferentes lugares, el equipo estudia cómo diferentes aspectos de la vida de la ciudad afectan a la salud mental de los individuos, y, a largo plazo, comprobar los efectos del espacio en pacientes de riesgo de sufrir esquizofrenia en zonas que se han urbanizado espectacularmente, como Pekín –cuyo ratio de emigración del campo a las ciudades ha crecido un 30% solo en los últimos diez años–.

Los datos del ciudadano también son datos de usuario

Las aplicaciones del uso y manejo de los datos a nivel global es enorme y puede ayudar a predecir cómo la gente responde en masa. Recientemente, en la convención Re.Work Future Cities en Londres se argumentaba la utilidad del uso de los datos de los ciudadanos para poder predecir respuestas ante problemas ferroviarios o catástrofes. Teniendo en cuenta que en 2050 el 70% de la población vivirá en ciudades, lo que interesa es el comportamiento global.

El manejo de los datos tiene, en cualquier caso, un lado más conflictivo que rebasa la mera gestión de una cartografía emocional o los usos y costumbres de los ciudadanos y sus apps. Como explicaba en la convención Dan Hill, de Future Cities Catapult, el open data es útil cuando se hace desde la ciudadanía. Por otro lado, ser capaz de monitorizar a un colectivo de ciudadanos levanta, cuando menos, ciertas suspicacias.

Recientemente, el ingeniero de software James Siddle alertaba del uso del open data en Transport of London, la red de transportes metropolitanos de la capital inglesa, y no precisamente por la libertad de acceso que permitía a la ciudadanía. Los datos reunidos de los trayectos de los ciclistas –¡y su información personal!– hacían muy fácil identificar a individuos concretos y sus usos y costumbres. ¿La posible respuesta? Transport of London solo guarda los datos durante seis meses. A Facebook se los cedes a cambio de información mucho más personal, y se trata de una empresa privada.

Bola extra: mira los mapas, lee el libro

Mapas: Bijlmer Euro, Sensory Journeys and Bio Mapping the Brentford Biopsy, the Paris East Emotion Map, the Stockport Emotion Map, the Newham Sensory Deprivation Map, the Silvertown Affect Map, the project Strange Weather, the San Francisco Emotion Map and Greenwich Emotion Map.

Libro: Emotional Cartography. Technologies of the Self, Christian Nold (en inglés).

Etiquetas
stats