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15-M X 4

Simón Alegre

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Cuatro años después de las primeras manifestaciones del Movimiento 15-M, se puede afirmar, sin ambages, que el legado de aquellas movilizaciones ha sido fructífero. A lomos de la indignación y con la diana en el bipartidismo atenazador como primer caballo de batalla. Al principio, siempre es más sencillo ponerse de acuerdo de manera reactiva. Algunos efectos se hicieron notar ya en las elecciones de 2011, celebradas bajo esta inercia: en la CV, por ejemplo, Esquerra Unida y Compromís lograron entrar en las Corts, un resultado que no todos los vaticinios auguraban (recuérdense las tensiones del primer Compromís).

En la estrategia etapista de estos cuatro años, la fase, tal vez, de mayor mérito la representa el repliegue del movimiento a los barrios y las iniciativas locales. A los activistas veteranos se unen ahora quienes descubren la movilización política y quieren seguir involucrados. Con el foco mediático más alejado, el 15-M demuestra que, igual que su nacimiento no fue casual, tampoco iba a ser flor de un día.

La tercera etapa ya tiene que ver con una apasionante obra de ingeniería política (con la insoslayable munición mediática que, actualmente, se requiere como requisito indispensable de acceso al sistema de partidos). La erección de una formación que recogiera, mayoritariamente, los designios del movimiento. Personalmente, más allá de gustos, prefiero que el producto tenga un mayor peso ideológico que, por ejemplo, el Movimiento 5 Estrellas.

Entretanto, creo que podemos estar, generalmente, de acuerdo en que el empuje del 15-M hecho carne y siglas ha resultado fundamental para perseguir ciertas lacras de la política tradicional. Si cambiamos empuje por susto, tampoco paso nada. Es el único lenguaje que entienden quienes, de consuno, elevaban sus asignaciones y blindaban sus regalías cuando el bipartidismo y sus comparsas parecían infranqueables.

Igual que la proscripción del indulto a la carta o el saqueo por parte de los enchufados politiqueros de las Cajas de Ahorro. Sin duda, son méritos que cabe atribuir al 15-M (con la inestimable ayuda institucional, guste o no, de UPyD). Por otro lado, tengo la impresión de que la sempiterna corrupción sería mayormente disculpable por la población, en caso de que hubiera seguido fluyendo el dinero enladrillado. A las pruebas anteriores me remito. En este aspecto, desgraciadamente, la explicación tendría una motivación más materialista.

Por último, tal ha sido la magnitud de la onda expansiva del 15-M (o de la indignación, en general, si se tiene una visión más iconoclasta) que podemos hablar, incluso, de la existencia de una especie de “15-M sociológico”. Lo forman quienes no comparten el programa máximo del movimiento, pero han interiorizado, a contrapié y de manera improvisada, que, como decía la canción, “hay algo aquí que va mal”. Quizás, a fuerza de ver La Sexta.

Para ellos, la democracia mediático-formal ha parido un producto placebo para paliar, transitoriamente, su mala conciencia: se llama Ciudadanos.

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