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Dependencia según la conselleria de malestar social

Patricia Canet

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Cualquier día, en una de nuestras recurrentes visitas a Facebook y Twitter sería perfectamente posible ver que en el vídeo con más visitas de los últimos meses aparece cualquier miembro de nuestra archiconocida Generalitat dando un discurso sobre espíritu de superación. Si algo tiene esta gente, es precisamente eso. Cuando crees que no se puede ser más ruin y mezquino, te callan la boca (y de paso, te suben la tensión) demostrando que sobre inhumanidad, desprecio e irresponsabilidad tienen más lecciones que dar que el Libro Gordo de Petete.

Desgraciadamente, la incesante inutilidad que día a día muestran los que gobiernan (no voy a referirme a ellos como nuestros gobernantes porque muchos de nosotros no los merecemos) ha hecho que nos hayamos habituado a vivir, convivir y sobrevivir con las cadenas que suponen los recortes. Y esto, que es todo menos algo bueno, es todavía peor para un colectivo que ya sufría mucho antes de que el resto de nosotros gastáramos la palabra crisis cada tres minutos y medio.

Me refiero a las personas con discapacidad, los que más tarde pasaron a conocerse como dependientes gracias a la ley de Zapatero. A este respecto, la Ley de Dependencia socialista fue un avance, sí, pero dicho sea de paso, en su gestación, estaba dirigida únicamente a las personas que necesitaban ayuda para la etapa final de sus vidas, fue la reivindicación social la que permitió la inclusión de los discapacitados en la ley. Pero volvamos al caso que nos ocupa: conspiraciones judeo-masónicas, dirían algunos.

Los recortes con que la Generalitat está castigando a este colectivo está machacando a una gente ya de por sí bastante machacada por lo duro que es en ocasiones vivir con la discapacidad, Esto sí es espíritu de superación. Les está castigando porque no les está dando lo que es suyo, que es todo aquello que necesitan para vivir dignamente y poder disfrutar del bienestar que todos buscamos. En su interés por aniquilar a todo bicho viviente, y en este tema en particular, lo que las autoridades públicas de nuestra comunidad persiguen es que los dependientes acaben renunciando a un derecho que es inherente a su condición de ser humano. Esto es así porque, desde enero de este año, la Conselleria de “Bienestar Social” (paradójica nomenclatura ésta, por cierto) aplica el copago de los servicios; así, muchas familias ya no pueden hacer frente a la increíble subida de tasas de los centros a los que acuden los dependientes ni, por otra parte, reciben toda la cuantía económica que permite atender sus necesidades. De esta manera, cuando no se puede hacer frente a las necesidades más básicas, la vivencia que se extrae de todo esto es la pérdida de un derecho, lo que acaba derivando en apatía. Pero no. Lo que en realidad ocurre es que la Generalitat les ha robado sus derechos, que no es lo mismo, por lo que no queda otra opción que la lucha.

La Generalitat, en su abandono a uno de los colectivos sociales más vulnerables, realiza un perfecto ejercicio de cobardía al delegar en los centros la responsabilidad de expulsar a los usuarios de esos mismos centros por falta de pago, con los dramas personales que ello conlleva. Esos usuarios expulsados, que son cada vez más y más personas, quedan en la mayoría de los casos desprovistos de la posibilidad de desarrollarse a nivel social y personal y acaban recluidos en sus casas sin atención profesional.

¿Qué es lo que nos queda por ver en todo esto? Fácil, lo que llevamos viendo ya demasiado tiempo. Que el liberalismo del que tan orgullosamente hablan mercantilice todas estas vidas por medio de la privatización, que vendan al mejor postor los centros y que las personas ya no sean nombres sino números.

La única conclusión a la que se puede llegar después de observar tan desastroso panorama es a la más palmaria evidencia de la hipocresía en que viven estos personajes que se las dan de políticos, esos que atacan el aborto con el argumento de defensa de la vida. Pues parece que más bien están haciendo a la vida lo que la dialéctica de Andrea Fabra se encargó de demostrar: un que les jodan en toda regla.

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