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Sobre este blog

Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

El fracaso de François Hollande es una amarga lección para los socialistas españoles

El presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel. / Efe

Carlos Elordi

Es injusto negarle al PSOE, como acaba de hacer el coordinador general de IU, el derecho de tratar de irse hacia la izquierda. Aunque sólo sea una marcha declarativa, de palabras que, además, y hoy por hoy, tienen pocas posibilidades de convertirse en hechos políticos: porque las posibilidades electorales de los socialistas siguen siendo muy pequeñas. Más que los juicios de intenciones, lo que el partido haga en el futuro y la opinión de la gente al respecto terciarán en ese debate sobre la credibilidad del PSOE. Pero como elemento complementario también puede ser útil observar lo que está ocurriendo con otros proyectos socialistas que tratan de salir de la trampa neoliberal en la que desde hace más de una década cayeron la mayoría de los partidos socialdemócratas europeos. El experimento francés de François Hollande es el más claro ejemplo de ello. Y a fecha de hoy, la penosa conclusión es que tal iniciativa ha fracasado.

Hace solo año y medio, Hollande venció electoralmente a Nicolas Sarkozy enarbolando la bandera del cambio en prácticamente todos los terrenos de la vida pública y de la política, aunque los analistas coincidieron en que lo que de verdad había derrotado al presidente de la derecha había sido la crisis económica, los recortes y su obsesión por robarle el discurso a la rampante ultraderecha, haciendo en la práctica lo que ésta pregonaba, particularmente en materia de inmigración.

Hollande prometió seguir un camino distinto en todos y cada uno de esos frentes. Ha tratado de hacerlo. Pero no lo ha conseguido. Tras fracasar de plano en su intento de que la UE abandonara, el menos en parte, su fanática política de austeridad y optara por el apoyo al crecimiento, el presidente socialista francés optó por reducir el déficit público mediante aumentos de impuestos y no por la vía de los recortes sociales. Esa encomiable decisión –también fruto de su temor a la contestación social y, particularmente de los sindicatos, a los que la izquierda en el Gobierno suele temer más que la derecha– no ha podido ser llevada a la práctica.

El Gobierno del PSF ha tenido que dar marcha atrás en prácticamente todas sus iniciativas de aumentos de impuestos. Primero fue la que elevaba al 75% el tipo del IRPF que se iba a aplicar a los franceses que ingresaran más de un millón de euros al año. La tuvo que retirar a la vista de que muchos de ellos anunciaron que se iban a vivir a otro país y, entre ellos, algunos personajes muy populares, como el actor Gerard Depardieu. El gravamen quedó limitado a las empresas, no a los ciudadanos particulares, y ahora los clubes de fútbol amenazan con una huelga patronal si también ellos no quedan exentos. Hollande no había previsto esa reacción y, por tanto, no había articulado instrumentos para hacerle frente, lo cual es uno de los mayores fallos que se puede cometer en política.

Pero ha habido nuevas marchas atrás en materia fiscal. El Gobierno ha renunciado a su intención de gravar el ahorro por encima de determinados niveles, a establecer techos a los ingresos de los ejecutivos empresariales, a un impuesto a las plusvalías generadas por las ventas de pymes. Y, finalmente, hace pocos días, a la ecotasa impuesta por Sarkozy en 2009 al carburante consumido por agricultores y camioneros y que Hollande, que quería mantenerla, ha tenido que retirar tras la formidable movilización popular que ha tenido lugar en Bretaña.

No hay recortes sociales clamorosos, al menos por ahora, pero el paro no cede, el empobrecimiento de sectores significativos de la población sigue avanzando y la reindustrialización, que fue una de sus banderas electorales, se ha quedado hasta el momento en muy poco. Entre otras cosas, porque en Francia, al igual que en España, la banca sigue concediendo muy poco crédito y, hoy por hoy, un Gobierno nacional puede hacer muy poco contra eso.

“En un año y medio, el poder socialista ha logrado la proeza de decepcionar a su base electoral, de galvanizar, gracias a sus dudas, a la derecha y de alimentar una verdadera revuelta fiscal”, escribía hace unos días Mediapart y a esa lista se podría añadir la inédita, pero masiva, movilización de la derecha católica contra el matrimonio homosexual. “Nunca un jefe del Estado había tenido tan poco margen para responder a esos problemas: su Gobierno es turbulento, la mayoría socialista es indisciplinada, su partido es inexistente, su campo está en desbandada”, ha dicho Le Monde.

Hollande ha tropezado también con la política de inmigración. Decidido, prácticamente por su cuenta, a hacer frente a la amenaza electoral cada vez más grande que supone la ultraderecha (los sondeos dicen que el Frente Nacional será el partido más votado en las europeas), su ministro de Interior, Manuel Valls, lleva ya más de un año tomando medidas contra los inmigrantes que recuerdan los tiempos de Sarkozy. La expulsión de una niña gitana de 13 años, Bárbarba, cuando participaba en una excursión escolar, ha sido, hasta ahora, el colofón de ese proceso. Y para tapar esa barbaridad, a Hollande no se le ha ocurrido otra cosa que permitir que Bárbara vuelva a Francia… pero sin sus padres, lo cual ha provocado la indignación masiva de los estudiantes de secundaria. Pero lo cierto es que si el índice de popularidad del presidente ha caído al 26%, la de su ministro Valls supera el 57%. Está claro que al público de derechas le gusta su política.

Nadie en Francia se atreve a hacer pronósticos sobre donde puede terminar tal deterioro. Pero, volviendo al principio, lo que el experimento Hollande demuestra al resto de Europa es que para romper con el neoliberalismo que domina la política de la UE, hacen falta bastante más que promesas y programas atractivos.

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Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

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