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“Estamos en una involución clara en materia de libertad de expresión y de derechos”

El doctor en Historia Contemporánea por la UPV/EHU el bilbaíno Davi Mota Zurdo, tras la entrevista.

Aitor Guenaga

David Mota Zurdo (Bilbao, 1985), ultima ya su documental 'Tijera contra Papel' (Historia de la nueva censura) en el que reúne a buena parte de los damnificados por los embates contra la libertad de expresión en el mundo de la música y de otras artes en los años del PP y de la denominada 'Ley Mordaza'. Algunos de rabiosa actualidad como el rapero Valtonyc, condenado a 3,5 años de cárcel por enaltecimiento del terrorismo e injurias graves a la Corona, o gente del colectivo hip hop La Insurgencia, pasando por Pablo Hasél, Los Chikos del Maíz (LCDM), los Titiriteros o César Strawberry. “Lamentablemente la gente de aquí, de Euskadi no ha querido participar; Fermín Muguruza o Soziedad Alcoholika (SA)... no sé si por la línea crítica que mantenemos o simplemente porque están cansados de todo esto de la censura y el veto”, se queja.

Esa línea crítica con la izquierda abertzale a la que se refiere Mota, doctor en Historia Contemporánea por la UPV/EHU, es la que destila su libro 'Los 40 Radikales', la música contestataria vasca y otras escenas musicales (1980-2015) (Ediciones Beta III Milenio). En él, el auto realiza una “interpretación novedosa sobre la música” en Euskadi, el Rock Radikal Vasco (RRV) y su “instrumentalización o vampirización” por la izquierda abertzale (Herri Batasuna o Jarrai) en los años 80.

Acaba su libro con lo que yo denomino una premonición: un epígrafe titulado 'En los límites de la libertad de expresión'. La sentencia condenatoria que hemos conocido esta semana contra el rapero Valtonyc, el secuestro por orden judicial del libro de Nacho Carretero 'Fariña' y finalmente lo ocurrido en Arco. 

Estamos en un momento complicado y difícil en el que cada vez los artistas tienen menos cuota de libertad de expresión. A día de hoy, cualquiera que se salga de la norma, no es que le consideren un excéntrico, sino que directamente se le criminaliza. Durante la dictadura decías “me cagüen Franco” y te podían condenar, durante la Transición hubo casos similares, recuerdo perfectamente lo que pasó con Las Vulpes o los de Eskorbuto, y se pidieron cabezas en TVE o algunos fueron a la cárcel. Echaba a andar la democracia. Pero a día de hoy, en que en teoría deberíamos tener una serie de garantías en un Estado de derecho -y deberes por su puesto- que se lleve a artistas, músicos o al poeta Aitor Cuervo a la Audiencia Nacional, es sintomático de que hay una clara deriva arcaizante del Gobierno actual del Partido Popular, y una involución clara en materia de derechos.

Sostiene usted en su libro: “Actualmente la persecución a la música underground y a la contracultura, es decir, a todo aquello que critique al 'establisment', es un hecho consumado.

Y me reafirmo. Cada día están saliendo más sentencias, no es solo el caso de Valtonyc, lo que pasa es que no tienen las misma repercusión: estoy pensando en el colectivo de La Insurgencia, donde hay gente que va a ir a la cárcel por frases como esta: “El camarada Arenas sufre cadena perpetua encubierta”. El Camarada Arenas era un miembro de los Grapo, pero ¿dónde está el delito de enaltecimiento del terrorismo ahí? Que te lleven a la Audiencia Nacional por esto o por hacer un comentario en Twitter... ¿hasta qué punto la redes sociales son espacios de libertad realmente? ¿espacio personal o espacio público? 

Pero también hay una producción legislativa del Gobierno del PP, ahí está la denominada 'Ley Mordaza' o el endurecimiento del Código Penal para determinados delitos relacionados con la libertad de expresión o el enaltecimiento del terrorismo.

Sin duda, estamos en unos límites tan difusos, que todo queda en manos de la discrecionalidad de los jueces.

En Euskadi algunos grupos ya lo pagaron muy duro hace años con vetos en determinadas salas, incomunicaciones, querellas. Usted lo recoge en su libro: Soziedad Alkoholika, Eskorbuto, Negu Gorriak, etc.

Les hacían la vida imposible. Al final es otra manera, más sutil quizá, de censurar a un grupo. Es prevaricar, utilizar tu puesto de poder, en un ayuntamiento o en donde sea, en tu propio beneficio, jugando con la vida de las personas; no es solo su labor artística, es que en muchos casos es su actividad profesional. A Ximicomix le condenaron a pagar 1.300 euros por llamar “puta” a Cristina Cifuentes en redes sociales, pero el abogado de la entonces delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid le pedía cárcel. Es amigo personal y nos lo contaba en el documental: “A mí me han fastidiado un año de mi vida”, decía. Y luego está la difamación que se crea después. Y claro que estas letras pueden ser moralmente condenables, pero los políticos, a través de sus 'trolls' y 'haters', acaban provocando que este tipo de gente no pueda ganarse la vida después con su actividad contracultural, underground como lo han hecho siempre. Molesta cualquier cosa que digan y no sé si es porque van contra el 'establisment' o porque es políticamente incorrecto o por otro tipo de razones políticas, de discurso.

Criminalizar ideas, cierre de periódicos, acabamos de recordar el cierre del único diario en euskera Egunkaria hace 15 años, 'Ley Mordaza'... pero luego están los que usted llama 'watchdogs', los vigilantes del poder, ahora laminados en los juzgados.

Laminados o absorbidos por el propio poder al que intentan derribar. No es nuevo, ha pasado con la contracultura desde el 68 hasta ahora: muchos de los valores que ahora aceptamos como nuestros proceden de los movimientos estudiantiles, o por los derechos civiles de aquella época. Lo mismo con el 'do it yourself' [hazlo tú mismo]: el 'crowdfunding' parece que es una filosofía de modernos, cuando en realidad viene de grupos underground, punk, autónomos y demás. Cuando menos es sugerente.

¿Cree que algunas de las letras de grupos como La Polla Records o Eskorbuto pasarían hoy en día el cedazo de la censura o de los tribunales?

Sin ninguna duda, tendrían que responder ante la Audiencia Nacional. Letras como las de Evaristo de La Polla o Cicatriz, RIP, Eskorbuto les sentarían en el banquillo de los acusados. En la Transición se estaba construyendo la democracia a la par que se producían avances sociales y políticos, muchos de los cuales se constatan antes en la calle que en las propias constituciones. Al final, la burocracia tarda más en asumir lo que está sucediendo. A día de hoy, cuando parece que todo está más asentado, derechos y políticas, hay que ser muy correcto, no se puede decir cualquier cosa. Parece que los discursos heteropatriarcales no importan tanto, o cuando importan es porque hay una fuerte polémica porque, por ejemplo, en Vitoria se ha prohibido escuchar 'reggaeton' en ciertos bares, como ocurrió el pasado verano. O pienso en las canciones de la radiofórmula del 'mainstream' que no son condenables de la misma manera.

O, al menos, no se persiguen de la misma manera. No existe el mismo reproche penal.

Hay un doble rasero bastante evidente.

Decía el maestro Kapuscnski que el periodismo es un “oficio que requiere una lucha continua y un estado de alerta constante (...) En general, cada conquista de nuestra independencia exige una batalla”. Visto lo visto, parece que esta idea se ha extendido a cualquier tipo de actividad creativa.

Javier Gallego, que también está incluido en nuestro documental, nos decía que al final el mundo del 'underground' es 'nos atacan, nosotros contraatacamos, nos atacan, contraatacamos' y tiene que producirse siempre esa dialéctica para que esto avance y se asienten ciertos valores que el común de la sociedad cree justos, pero que los que legislan no creen en ellos. No hay ninguna duda, la lucha constante es buena en determinados momentos, pero cuando esa lucha es entre iguales o cuando se juegan con las mismas reglas.

Pues parece que unos están en la Champion y otros acuden a la batalla con una mano a la espalda y prácticamente esposados.

Ese es el problema, cuando pones todo el peso de la ley y no dejas que se expresen de ninguna manera para explicar en qué consiste esa obra, en qué contexto, con qué circunstancias, y simplemente interpretas que esa obra va en contra de los valores que ahora defiende un partido, ahora el PP, o un Gobierno determinado; creo que estamos en un momento difícil para valorar. A veces me achacan que soy un apocalíptico en el libro, lo entiendo, es verdad que estoy demasiado sujeto al contexto y a mi tiempo y me falta perspectiva y objetividad, pero es que creo que se está produciendo algo de lo que estamos siendo testigos y no estamos haciendo nada. Nos están recortando las libertades, y no hablo solo en materia de libertad de expresión, sino de otros derechos como los laborales, conciliación, etc, etc y nos estamos quedando parados. Hay un colectivo pequeño que grita, que se manifiesta, y cuando lo hace, le criminalizamos porque salen a la calle a gritar lo que piensan, a dar sus opiniones.

Hablemos de 'Los 40 Radikales'. ¿Cómo surge la idea de retratar la “música contestataria vasca y otras escena musicales”.

Nace por mis inquietudes personales. Tengo un compañero con el que hice la carrera de Historias que es Eneko Segura que siempre hablaba de todos estos grupos y decía que había que hacer una investigación seria. Hicimos un artículo hace varios años titulado 'No solo fue Rock Radikal Vasco' y la cosa se quedó ahí. Entre medias se juntó el documental y al final me centré en el libro, espoleado por mi tío, que ha sido un ferviente seguidor de estos grupos. Investigué, miré fuentes, revistas de la época y vi que había un claro sesgo ideológico por parte de quienes hasta ahora nos habían contado la historia de esos años o mucha descripción y poco análisis. El grupo Madarikatuak [Los Malditos] dijo que si existía la lista machacona de los 40 Principales, en Euskadi teníamos lo mismo con las canciones políticas: “los 40 radikales”. De ahí el título del libro.

¿Pero no parece que se haya dejado atrapar por el maniqueísmo a la hora de abordar esa etapa tan convulsa?

He intentado ser lo más objetivo posible dentro de lo que me permiten mis armas como historiador. Pero si te quieren tachar de algo, no te vas a librar. Mi tesis doctoral fue sobre el nacionalismo vasco en el exilio y me han llegado a decir que si era del PNV. Cuando he escrito este libro me han dicho que si era del PP, porque consideran que meto caña a la izquierda abertzale.

Tal vez le achaquen esto último porque ha entrado de lleno con su libro en la batalla del relato que se libra ahora en el País Vasco tras el final de ETA.

Voy a ser honesto, yo no tenía intención alguna de entrar en la batalla del relato, he intentado soslayarlo porque estamos aún en una fase complicada en la que creo que se pueden decir muchas cosas, pero no se pueden decir todas las cosas.

Desde fuera, no parece que se haya cortado nada.

No me he autocensurado, pero sí que tengo mis temores a la hora de las críticas que puedan venir a posteriori. Se citan en el libro personas que están vivas, que fueron quienes impulsaron el Rock Radikal Vasco con unas determinadas intenciones. Hablo mucho, por ejemplo, de Pablo Cabeza [crítico de música en el diario abertzale clausurado por la Audiencia Nacional Egin], y si me lo encuentro un día por la calle seguro que tendremos palabras importantes o tal vez no, no lo sé. Hay gente que evoluciona muy bien, que con las críticas también hace autocrítica. No me he cortado, pero es que todo el mundo de mi entorno universitario está en la batalla del relato.

El Rock Radikal Vasco fue una etiqueta, evidentemente. ¿Pero fue algo más: una reacción a la 'movida madrileña', tal vez pólvora para el ideario de la izquierda abertzale de la época (HB, Jarrai)?

Creo que son esas tres cosas, son sinergias. Había que hacer frente al 'mainstream' de entonces, y crear una escena diferente. Aquí no había una escena musical 'underground' como existía en Madrid; vale que estaba el 'Donosti sound', pero no había una escena que llamara a gente de fuera a venir a aquí a ganarse la fama. Por otro lado, ya que estos grupos son productos de su contexto social, político y económico y tienen unas letras muy duras, hubo gente que lo vio con cierto interés. Y en un momento determinado, la gente ligada al diario Egin [el triunvirato Pablo Cabeza, José Mari Blasco (ex manager de La Polla Records) y Marino Goñi (fundador de las discográficas Oihuka)] es la que lleva a esto del RRV y decide crear una escena.

¿Por qué pasa esto?

Entre otras cosas porque había que crear un mercado: uno porque tenía una discográfica, los otros porque eran managers y, pensaron, si creamos una escena vamos a tener grupos para mover. Y luego está Pablo Cabeza, que impulsa muchísimo desde Egin esa escena, porque hay una ideología por detrás en la que hay que sustentar todo eso.

¿Diría usted que la escena del Rock Radikal Vasco en los años 80 se crea casi por decreto ley?

No, no exactamente. Lo que hubo fue muchas simbiosis culturales en ese momento histórico. Había un humus, que era el punk, con sus ritmos e influencias anglosajonas. Pensamos que aquí no había nada y de golpe llega el Rock Radikal Vasco. No fue así. Cuando digo que no existía una escena me refiero a que no había nada tan potente con nombre como luego fue el RRV. Esto se ve muy bien en la última novela de Edurne Portela, 'Mejor la ausencia', que yo creo que es muy autobiográfica. Relata como llega el punk, hay mucho nihilismo, anti-todo, hay mucho Eskorbuto para que nos entendamos. Y de repente surge el 'Peio-Punk', como se decía entonces, esa mezcla entre nacionalismo y música, y ahí el referente es Kortatu y los hermanos Muguruza [Fermín e Íñigo] y eso ya se estabiliza y parece que es lo 'mainstream'. Por decreto, no, pero que se aprovecharon las circunstancias y que hubo gente concreta que lo vio y lo impulsó, no me cabe ninguna duda.

¿Ellos lo vieron, no sé, como el viejo profesor y alcalde de Madrid Tierno Galván vio 'la movida'?

Ellos lo vieron, pero también porque sus influencias venían de Francia, Alemania, EE UU. Y en Estados Unidos hay un claro ejemplo y referencia, la organización terrorista The Weather Underground -que nace en el campus de la Universidad de Michigan tras la explosión del 68, los movimientos estudiantiles en Berkeley- está muy ligada a la música. Como muchos grupos musicales de esa época estaban ligados a los Panteras Negras. Todo eso no es ajeno. Fermín Muguruza, cuando crea Negu Gorriak, su principal referente es el Black Panther, Angela Davies, etc.

Diría, como sugiere en el prólogo de su libro Mikel Toral, que a los grupos de aquella época no les tenían que explicar lo del Sex, drugs y R´n´R [sexo, drogas y Rock and Roll], “refugio vital de una juventud abandonada a su suerte hasta muy finales de los años 80”.

Al final era ese lema de “vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito”, Había mucha falta de información, de la misma manera que entró la droga por diferentes conductos, la gente era bastante ignorante en ese sentido. Utilizaban la droga como evasión y de lucha contra el 'establisment', contra el orden establecido.

Bueno, también hay quien sostiene que fue la propia policía la que la introdujo para adormecer a la juventud vasca, hizo negocios con ella, en fin, no es algo que tenga un interpretación pacífica.

Es una teoría bastante conspiranoica. Recientemente, Justo Arriola ha publicado un libro ['A los pies del caballo'] en el que reafirma esa teoría, refutando la que para mí es la mejor obra sobre drogas y policías en la que cuestiona precisamente todo esto, la obra de Juan Carlos Usó [Nos matan con la heroína]. Si nos tenemos que meter con todo lo relacionado con el famoso 'informe Navajas' y las relaciones de Rodríguez Galindo y del cuartel de Intxaurrondo de la Guardia Civil, Usó lo que dice es que sí que había drogas por las calles, claro, pero de ahí decir que era la policía la que les decía a esas personas que se metieran la droga, vamos que no eran víctimas inconscientes de su propia ignorancia farmacológica. Estos discursos sencillos y fáciles de creer... entiendo que si has vivido en Elgoibar [Gipuzkoa], donde el 30% ó el 35% de la población ha estado afectada por la heroína o por el sida -y tal vez me estoy quedando corto- llegas a mirar en un momento dado con cierto escepticismo lo que te están contando sobre todo esto, porque igual tú si estás viendo a la policía colocar la droga, pero faltan muchas fuentes por confirmar y muchos papeles que no han sido aún desclasificados.

¿Los que fuimos a los conciertos del 'Martxa eta Borroka [Marcha y Lucha] a partir de marzo de 1985 estábamos vampirizados por la izquierda abertzale? O simplemente eramos gente joven a la que nos gustaba la música y pudimos ver como convivían los públicos heavies seguidores de Barricada y los punkies de La Polla en un mismo festival.

Yo no digo que existiera una vampirización per sé y que de la noche a la mañana la música punk se despierta como música de la izquierda abertzale. Lo que sostengo es que, poco a poco, se van apropiando de diferentes ámbitos culturales, contraculturales y todo eso va quedando bajo la misma amalgama. Personas por ejemplo del entorno de los 'gaztetxes' [casas ocupadas] de clara inspiración libertaria y que no tienen nada que ver con la izquierda abertzale van quedando relegadas y tienen cada vez menos voz. En el caso del 'Martxa eta Borroka' lo que hay es un uso evidente de que con ese tipo de música que estaba de moda entre la juventud de la época se llegaba a más gente. El uso político está en el momento en que utilizan esos conciertos para dar mítines políticos, y eso pasaba. No es el único caso, está el Gernika 37-87, la fiesta de la joven Euskalherria aquí en Bilbao en el año 90 y otras muchas que me dejo en el tintero. Al final esa vinculación es constante. Yo no lo he visto en otro partido político.

Hombre, algo parecido se puede decir no sé del PCE en la Transición o de Podemos ahora, dándose la mano con Toni Mejías o Nega y recuperando versos de Los Chikos del Maíz.

Salvo el PSOE en momentos muy concretos con la 'movida madrileña' y ahora con Podemos es evidente. Pero durante mucho tiempo no se ha dado esa vinculación en este país. Podemos, además, viene a reivindicar abiertamente ese espacio contracultural.

El recuerdo que tengo de ese contexto del 'Martxa eta Borroka' es que los grupos sí defendieron, en general, su independencia creativa. ¿Usted qué opina?

Es cierto que en la mayoría de los casos intentan desvincularse de la etiqueta y defienden su capacidad creativa al margen de credos políticos, pero cuando esto se convierte en 'mainstream', cuando existe una infraestructura creada en torno a la cultura musical con unos determinados parámetros en los que coexisten los mensajes subversivos, rock, hay gente que piensa que es más fácil hacer este tipo de música y mantenerse en la onda que dedicarse al vanguardismo musical. Para mí el ejemplo musical ya en los años 90 es el 'Getxo sound'. Era la mayor vanguardia que teníamos aquí respecto a los nuevos sonidos. El propio Kike Turmix [cantante y promotor de 'la movida'], que había coleado en muchos grupos, llega a admitirlo: decía que Cancer Moon, Los Bichos o Los Clavos eran lo más nuevo del panorama musical, frescura pura. Roberto Moso, cantante de Zarama, decía que era más fácil ser un grupo punkero-carraca que reivindicaba no sé qué para seguir estando en el candelero.

Por que era lo fácil

Claro, entre comillas era lo fácil, Al final, de alguna manera, te permitía vivir de la música.

Eskorbuto, sin embargo, rompe con todo eso. No sé si la política, la izquierda abertzale abandonan a este grupo de la margen izquierda del Nervión o son ellos los que rompen.

Es que se sintieron abandonados por las Gestoras pro Amnistía en aquellas 36 horas que estuvieron incomunicados en comisaría. Y aquí hay versiones diferentes, Roberto Moso viene a decir que las Gestoras no se enteraron de lo que estaba sucediendo y el ya fallecido Kike Turmix dice justo lo contrario, que él bajó al Casco Viejo de Bilbao para intentar contárselo a la gente para que le ayudaran y acabaron diciéndole que se fuera a la mierda. Ahí sí se produce una ruptura, entre otras cosas porque Eskorbuto se siente desamparado. No entendían cómo a ellos que había tocado en la Aste Nagusia bilbaína “Mucha policía poca diversión”, que habían estado presentes en todos los eventos de la izquierda abertzale, muchas veces gratis, les podían tratar así. Y a todo eso se sumó la propia idiosincrasia de Josu y de Juanma que eran muy particulares, dos polos antagónicos que no podían estar el uno sin el otro.

Un melómano como Patxi López confesó, siendo lehendakari, que él había bailado el 'Sarri sarri' de Kortatu, una canción dedicada a la fuga de dos etarras [Joseba Sarrionaindia y Iñaki Pikabea] de la cárcel de Martutene.

López es el único lehendakari que ha salido en la revista Rolling Stone. El hecho de que bailara el 'Sarri sarri de Kortatu te lleva a pensar que vivíamos, entre comillas, con cierto antifaz puesto frente a la situación de violencia que constantemente estábamos sufriendo. Y demuestra, en todo caso, que formaba parte de su cultura entonces, yo no digo en el libro que el Rock Radikal Vasco fuera un elemento ajeno, algo extraño como en su momento llegó a decir respecto del punk la izquierda abertzale. Creo que es parte de nuestra historia y hay que asumirla como tal. Y el hecho de que él lo reconociera en aquella entrevista le honra, porque viene a admitir que formaba parte de esa cultura aunque él se alejara muy rápido de todo eso y su posición política estuviera en las antípodas.

En el libro trata la, a veces, difícil relación de la cultura musical vasca con el euskera y la construcción nacional.

No es fácil de explicar con pocas palabras. El euskera era un idioma que seguía minorizado con respecto al resto de la comunidad castellano parlantes, con una fuerte inmigración. En un momento se produce un esfuerzo importante del Gobierno vasco por impulsar el euskera con planes de alfabetización, pero también por parte de los ámbitos culturales, que intentan hacer mayor número de producciones en euskera. Y uno de los vehículos para llegar a esa generación nacida entre los 60 y los 70, la generación de mis padres, fue la música. Se producen sinergias y se prima el euskera en el ámbito underground.

¿Qué papel jugaron los gaztetxes o publicaciones abertzales como Punto y Hora y la revista musical Muskaria?

Los gaztetxes son fundamentales porque consiguieron sacar del circuito veraniego a la música en general, sobre todo a la musica rock, a la que le da la posibilidad de tener un circuito alternativo durante todo el invierno. Los frontones fueron otro espacio fundamental para ese circuito alternativo y a veces se nos olvidan. Y la cultura forjada en torno a esas revistas, Punto y Hora, Muskaria y más tarde en los años 90 El Tubo son fundamentales. A veces era un 'plumilla' que estaba en cada uno de los grupos el que recogía las crónicas de los conciertos o sociólogos como Jakue Pascual. Algunas de esas publicaciones eran abertzales, como Punto y Hora, pero se nos olvida que en sus comienzos fueron muy plurales, aunque luego evolucionan hacia líneas editoriales muy cercanas a la izquierda abertzale.

Algo que también pasó con el diario Egin.

Paso en Egin, exactamente. Se ve en esas publicaciones como en cuatro o cinco años hay una deriva evidente hacia postulados netamente de la izquierda abertzale.

A usted que le gustan los documentales le recordaría que Julien Temple tiene un documental magnífico sobre Joe Strummer, el líder de The Clash, titulado 'The Future is Unwritten' [El futuro no está escrito]. Usted dice en su libro que “el futuro es ahora” y Eskorbuto, en su mítico album 'Anti-todo', espetaban aquello de que “el presente es un fracaso, el futuro no se ve”.

(Risas) Cuando digo eso lo que estoy es parafraseando a aquella canción de La Polla 'Sí hay futuro'. de 1987. Entonces, cuando se publica, la juventud no tenía futuro, las posibilidades laborales eran nulas, la juventud se sentía desencantada... Pese a que muchas veces creo que estamos en un 'revival' de todo aquello, de los años 80, sí veo un auténtico repunte de ese desencanto en cierto sectores de la sociedad. Por eso creo y lo digo que hoy es el futuro, en ese sentido. La sociedad actual está encerrada en diferentes nichos, la juventud de los 80 era mucho más desencantada y marginal.

Hay un humus claro en ese sentido, ¿pero cree que se podría crear una etiqueta, algo similar, una escena en el siglo XXI, en el 2018, similar a lo que fue el Rock Radikal Vasco? 

Hay un humus. Internet es un arma de doble filo: nos da la oportunidad de llegar a más gente creando una etiqueta X, pero por otro lado nos resta potencialidad. Podemos subir un post a Facebook con la creación del nuevo Rock Radikal Vasco y obtener en unos días 100.000 'likes', pero igual pasan dos semanas y ya nadie se acuerda de aquello. Ese es el gran problema de los músicos de hoy en día, hay muy buenos músicos, gente que está haciendo auténtica vanguardia musical, que sube sus canciones a Vam Cam o a You Tube, las puedes escuchar, pero no se mueven, se quedan ahí. Cuando nace el Rock Radikal Vasco no había tantos medios, había fanzines, funcionaba el 'do it yourself' [hazlo tú mismo] pero cuando una cinta caía en tus manos, la devorabas, escuchabas las letras, que muchas veces ni venían reproducidas. Por eso es mucho más loable el hecho de que proliferara y se asentara esa etiqueta. Ahora estamos en un mundo de singles, de la cultura de la play-list, escuchas algo, dices qué bien esa canción y ya no vuelves a ponerla. Por eso a mí me pareció valiente que Berri Txarrak sacara un triple cd en 2014.

Eso lo puede hacer un grupo asentado y de éxito como Berri Txarrak, con un control evidente sobre su trabajo creativo o el propio Fermín Muguruza, metido en proyectos mucho más transversales y multidisciplinares.Fermín Muguruza, metido en proyectos mucho más transversales y multidisciplinares

Piensa en Pablo Hasél, es un músico de rap que no ha descubierto nada, que puedas decir que tiene unas rimas fabulosas. Ha triunfado, entre comillas, por su contundencia en el mensaje y porque le han sacado del anonimato diferentes 'haters' y 'trolls'. Valtoniyc es otro caso igual, no ha descubierto la pólvora, nada nuevo. Quizá dentro de la música hip-hop con tintes políticos los que más se han radicalizado con su mensaje político son Hasél o la propia Insurgencia, sin ningún tipo de censura. Lo destacable es que no han sentido ningún tipo de reparo en no autocensurarse.

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