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El boicot a Israel

Manifestación en Madrid por Palestina el 20 de enero.

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Un evento tan frívolo, tan hortera, tan aparentemente superficial como el Festival de Eurovisión. Y, sin embargo, tan político. Año tras año, década tras década, Eurovisión ha sido escenario de luces estroboscópicas, licra y plexiglás, botas de plataforma, glúteos al viento, cañones de humo y alguna consigna de revolución mainstream. Y, también, mapa geoestratégico. Premios y castigos a participantes en base a la amistad o enemistad entre los países que representan. Puntos regalados o sustraídos. Votaciones irregulares, fraude, corrupción.

En la edición 2024 ya ha surgido la polémica, al solicitar Podemos y muchas otras voces, incluidas las de un buen número de eurofans, el boicot a la participación de Israel en el certamen cuya final tendrá lugar en la ciudad sueca de Malmö el próximo 11 de mayo. Sin ser un país europeo, pero por pertenecer al entorno mediterráneo del Área de Radiodifusión Europea, Israel participa en el Festival de Eurovisión desde 1973. Las razones por las que se ha pedido su expulsión de la actual edición responden a un posicionamiento político de repulsa frente al genocidio que Israel está cometiendo en Palestina.

No es la primera vez. En 2019 fueron más de 60 los colectivos LGTBIQ+ de todo el mundo que llamaron al boicot de Israel por su pinkwashing a través de Eurovisión y el “uso cínico de los derechos de los homosexuales para distraer y normalizar la ocupación israelí, el colonialismo y el apartheid”. Cinco años antes de los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, 62 palestinos eran asesinados por disparos del Ejército israelí mientras se celebraba en Tel Aviv un concierto de la ganadora del concurso. La indignación, pues, no es nueva ni se la ha inventado la admirable Inés Hernand. Lo que ha hecho la presentadora, desde hace varios años, del Benidorm Fest (festival organizado por RTVE para seleccionar la canción que representará a España en el de Eurovisión) es manifestar lo que piensa al respecto: que está en contra de la participación de Israel en el concurso musical.

Eso es ejercer sin limitaciones el derecho a la libertad de opinión y expresión, es ser ciudadana consciente desde el moño al tacón, es tener claro, clarísimo, que ni el festival, ni tu propio curro en el festival, ni la propia televisión pública española, ni los perjuicios para ti que pudieran acarrear tus opiniones están por encima de la verdad: que lo de Israel en Palestina está siendo “una masacre”. Como no tenemos costumbre de que se ejerzan plenamente esos derechos y libertades, sorprende lo que ha hecho Hernand, más brava y valiente aún porque su opinión no es la de RTVE, que es su empleadora, y ella ha tenido que explicar que era sólo suya y que precisamente por ello no se la iba a callar. Se supone que justo para eso están las leyes que protegen nuestros derechos, aunque la mayoría no los ejerza porque hacerlo pudiera traer consecuencias. Salvo que nadie se callara. Esa es la primera reflexión que suscita esta edición de Eurovisión: que se podría ser más libre. A lo mejor es que Inés Hernand lo sabe porque antes que presentadora es abogada y, antes que abogada, una buena persona.

La segunda no es una reflexión sino una constatación: RTVE ha salido al paso de no boicotear a Israel diciendo que Eurovisión es “un evento apolítico”. Es decir, mintiendo, puesto que su organizadora, la Unión Europea de Radiodifusión, tiene vetada la participación de Rusia desde 2022 por la invasión de Ucrania. Si RTVE fuera una persona física, sería una mentirosa, es decir, una mala persona.

La siguiente reflexión que suscita la polémica de Eurovisión 2024 tiene que ver precisamente con la participación de Israel. ¿Por qué habría que vetar a Israel de un concurso frívolo, hortera y aparentemente superficial? Para empezar, porque las apariencias, como hemos visto, engañan: Eurovisión es también una cita política. Y para seguir, porque Israel utiliza la cultura (por muy hortera que sea) para limpiar su imagen, de una violencia colonialista contra el pueblo palestino que la Corte Internacional de Justicia podría también llegar a calificar de genocidio desde, al menos, aquel 7 de octubre. Es contradictorio que pueda escandalizar el veto en Eurovisión cuando, en todo el mundo (principalmente, en Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido), numerosas personas de la cultura (muchas de ellas judías o de origen judío) están siendo silenciadas, canceladas, despedidas de sus puestos de responsabilidad, forzadas a dimitir, acusadas de antisemitismo, por denunciar la masacre israelí en Gaza.

El movimiento palestino Boicot, Desinversión, Sanciones (BDS), que defiende la justicia, la libertad y la igualdad para Palestina, insta a las personas y organizaciones de la cultura a boicotear a Israel en eventos y actividades culturales, en respuesta a su instrumentalización de la cultura para “encubrir sus graves violaciones del Derecho Internacional”. Tal y como reproducen en su web, un funcionario israelí admitió sin pudor alguno: “Vemos la cultura como una herramienta de hasbará (propaganda) de primer orden, no distingo entre hasbará y cultura”. BDS denuncia que “el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí proporciona financiación a artistas y escritores/as israelíes con la condición de que, como ”proveedores de servicios“, ”promuevan los intereses políticos“ de Israel y actúen como ”embajadores culturales“ del Estado”. También señalan que es creciente el número de “israelíes anticoloniales que apoyan el BDS, incluyendo el boicot cultural a Israel”.

Ante un genocidio, lo mínimo es el boicot. Incluso si se trata de un evento tan frívolo, tan hortera, tan aparentemente superficial como el Festival de Eurovisión. Y, sin embargo, tan político.

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