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Burkina Faso: revolución en el cementerio de elefantes

El Ejército asegura que hay avances "significativos" para nombrar a un líder civil

EFE

Nairobi —

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La transición política que acaba de arrancar en Burkina Faso para poner fin a un régimen pseudo-democrático de casi tres décadas es una señal de alarma para los longevos mandatarios que siguen aferrados a la poltrona en muchos países africanos.

Unas protestas inusuales en África Subsahariana precipitaron en pocos días el final de un mandato de 27 años, el de Blaise Compaoré.

Su liderazgo había dado gran estabilidad a Burkina Faso y a una región donde bien podría haberse ubicado el mitológico cementerio de elefantes al que todos los paquidermos van a morir y que, según dicen, nadie ha encontrado.

Cuna de otras leyendas como la del revolucionario Thomas Sankara, el “Che Guevara africano” que liberó del yugo francés a la tierra entonces conocida como Alto Volta, Burkina Faso había permanecido ajena a la inseguridad y las crisis políticas que han sacudido a los países de alrededor.

Precisamente, el rol de Compaoré como mediador en los recientes conflictos en su vecindario convirtió a Burkina Faso en un importante socio internacional.

El último de ellos fue en Mali, que en 2013 pudo celebrar elecciones y legitimar su transición gracias a un pacto firmado con la mediación del líder burkinés. Anteriormente, también apagó fuegos en Guinea Conakry y Costa de Marfil, adonde precisamente se exilió la pasada semana.

La conocida como la tierra de los “hombres íntegros” -significado de la expresión “Burkina Faso”- estaba gobernada, sin embargo, por un líder que había llegado al poder gracias a un golpe de Estado contra su “hermano” Sankara.

La paradoja fue creciendo tras años de fraude electoral y aumento de las desigualdades, hasta explotar en las protestas que se opusieron al proyecto de Compaoré de enmendar la constitución para prolongar su mandato y terminaron derrocando su régimen.

“El levantamiento popular en Burkina Faso revela la existencia de una población que ha madurado en términos democráticos y que aspira a otra forma de gobernar”, explica a Efe el investigador del Instituto para Estudios de Seguridad (ISS, en inglés) William Assanvo.

Esa ciudadanía es mayoritariamente joven, como en el resto de África Subsahariana, donde el 60 % tiene menos de 25 años y solo el 12 % vive en una democracia libre (11 de los 50 países de la región), según datos de 2013 de Freedom House.

Con un caldo de cultivo tan nutritivo, hay dos tipos de líderes que podrían ver germinar en su suelo la semilla insurreccional que han plantado los burkineses.

Por un lado, mandatarios que, como Compaoré, preparan enmiendas constitucionales para prolongar su estadía en el poder: Joseph Kabila en la República Democrática del Congo, Denis Sassou Nguesso en el Congo-Brazzaville y Pierre Nkurunziza en Burundi.

“Lo que ha pasado en Burkina Faso podría servir como señal de alarma a estos presidentes y puede empujar a una parte de la ciudadanía en su contra”, apunta Assanvo.

Otros mandatarios que deberían observar con preocupación tras la caída de Compaoré son los más veteranos del continente, encabezados por José Eduardo Dos Santos, presidente de Angola, y Teodoro Obiang Nguema, de Guinea Ecuatorial, cargos que ambos ocupan desde hace 35 años.

Los regímenes de éstos y otros líderes atornillados al poder (el zimbabuense Mugabe, el ugandés Museveni y hasta el alabado ruandés Kagame) han sobrevivido durante décadas a la contestación interna.

La falta de madurez política, de una oposición creíble, las divisiones sociales o la falta de libertades son algunas de las razones por las que la regla autoritaria sigue siendo tolerada en muchos países subsaharianos.

¿Lograrán los acontecimientos de Burkina Faso conseguir lo que ni la oposición ni sus ciudadanos han logrado hasta ahora?

“Es muy pronto para hablar o incluso esperar una 'Primavera Africana'”, avisa el investigador, en relación a los ingenuos pronósticos que ya realizan numerosos medios.

Pero sí reconoce que “presenciar levantamientos populares en otros países les ha abierto los ojos y podría inspirarles”.

“Los africanos, sobre todo los jóvenes, están pidiendo cada vez más cambios”, concluye.

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